A mediados de los 80, cuando el científico Dennis McKenna viajó a Sudamérica para recorrer el amazonas e investigar la Ayahuasca conoció al antropólogo Eduardo Luna, quien estudiaba desde hacía años la presencia de este compuesto enteogénico en la vida de las comunidades nativas del Perú. Juntos se toparon con un hombrecito que sobrevivía dando clases de un inglés rudimentario y vendiendo algunas pinturas a los turistas. Se trataba de Pablo Amaringo.
Amaringo (1943-2009) descubrió siendo un adolescente su capacidad para pintar, pero a los 30 años daría su gran paso hacia una idea superadora de creación. Fue entonces cuando se introdujo en la práctica y los misterios del chamanismo, cuando se convirtió en un verdadero maestro de la Ayahausca, una de las herramientas visionarias más potentes y trascendentales conocida por la especie humana.
Amaringo, apenado por no poder transmitirle a los investigadores lo aprendido en la profundidad insondable de la experiencia ayahuasquera, les regaló unos cuadros en los que había intentado reunir su recorrido por un universo espiritual resistente a toda explicación.
En el material, los investigadores encontraron no sólo representaciones de la flora y la fauna de la selva, sino la manifestación de un viaje abismal, donde la astronomía y las lenguas nativas funcionaban como apoyo para intentar comprender lo incomprensible. Con esas pinturas se editó un clásico, “Visiones de la Ayahuasca: la iconografía religiosa de un chamán peruano” (1991), que se transformó en la primera aproximación del mundo occidental a la cosmovisión oculta detrás de la alquimia vegetal.
“En mi experiencia de chamán he logrado ver los idiomas”, contó Amaringo alguna vez. “En el mundo esotérico uno conversa solamente con mirarse. Hay idiomas en los colores, en los sonidos, en las formas y los motivos”.