El estado norteamericano de Nevada votó a favor de legalizar el cannabis para todo fin en las pasadas elecciones presidenciales. Es cierto que ganó Donald Trump, pero no es menos cierto que el país del norte dio un paso más a favor de cambiar las reglas que pesan sobre el cannabis, algo que hacia adentro de los Estados Unidos muchos celebran y que, hacia afuera, hace que la prohibición de la planta a nivel mundial empiece a verse como lo que es: un gran laberinto burocrático que sólo beneficia el crecimiento del mercado ilegal, la violencia y la corrupción estatal.
Ahora bien, Nevada no es cualquier estado. Es el estado donde se levanta la mítica ciudad de Las Vegas. La de los casinos rodeados por desiertos, la de las películas de grupos de amigos que no se acuerdan lo que hicieron la noche anterior, la de las mafias, la de los casamientos furtivos.
Por eso, cuando hace algunos días se abrieron los dispensarios donde los usuarios registrados y mayores de 21 años pueden desde entonces adquirir hasta 1 onza (28 gramos), la ciudad explotó. De hecho, de los 44 locales cannábicos que se abrieron, 39 están allí, en Las Vegas.
Pero no todo es pagar para tener. La ley de nevada contempla a aquellos que prefieren cultivar su propio cannabis y mantenerse alejados del circuito comercial. Los mayores de 21 podrán tener hasta 6 plantas cogolladas si viven a más de 40 kilómetros de un dipensario, siempre deberán mantener su jardín en un espacio no accesible para terceros, podrán almacenar todo lo que cosechen sin límite de peso y estarán habilitados para cultivar para usuarios medicinales que no puedan hacerlo por ellos mismos.