La casa de Simon es la única de una extensa cuadra. Está rodeada de pequeños arroyos -“sloots”- que surcan, en líneas bastante rectas, vastos pastizales de un verde intenso, sin maleza.
Tras entrar al chalet antiguo, con piso de tablones y muebles rejuntados, Simon se apura a recibir a la visita, ofrece té y aclara que esos dos llamativos gatos grises, sin pelo, que duermen en el descanso de una ventana, son de su novia. “También ese conejito de indias sin pelo”, comenta tras señalar un jaula al costado del comedor. “No entiendo por qué le gustan esas cosas”.
Sí es suyo, dice, un enorme halcón atado al tronco de un árbol cortado, que se ve desde la misma ventana de los gatos. “¿Y con qué lo alimenta?”, pregunta THC. Simon da unos pasos hasta la cocina, abre un cajón del freezer y deja ver unos pollitos aplastados, separados con capas de polietileno. “Los venden por kilo. También uso palomas y conejos”, dice. Según contará luego, su pasión por los seres vivos y la cetrería, es decir, la caza de aves con halcones, lo llevarían a probar marihuana por primera vez. El cannabis, desde el principio, se convirtió en una pasión para Simon, quien gracias a su conocimiento de biólogo y su gusto refinado, desarrolló cepas de renombre: AK-47, Chronic, Kali Mist, White Russian y Bubble Gum.
Por el espléndido día, el anfitrión ofrece pasar al patio, con vista al extenso jardín y a un palomar. Cada tanto, se levantará e irá hasta el borde de la casa para ver el cielo. “Es que recibo señales de alerta de algunos pájaros, suele andar un halcón que se come a mis palomas”, se excusa. Tom entra y sale. Atiende los pedidos que se hacen desde todas partes del mundo, junto a otro empleado. La oficina donde se hacen los despachos de semillas y la parte administrativa está a pocos kilómetros, en la ciudad de Purmerend, 20 kilómetros al norte de Ámsterdam.
“A MÍ SIEMPRE ME GUSTÓ EL OLOR A TABACO. LO SENTÍA CUANDO IBA A FIESTAS Y LA GENTE FUMABA PORRO CON TABACO, PERO DISTINGUÍA EL AROMA DE LA MARIHUANA”
“Estudié biología, pero también aprendí a cultivar, por hobby, por diversión”, cuenta Simon sobre cómo relacionó la cetrería con la marihuana. “Siempre me gustó. Aprendí de otra gente que sabe y tiene experiencia. Fui a África para que me enseñen personas que conocían de esto y mucho. En ese mismo viaje comencé a fumar marihuana.”
¿Cuántos años tenías?
Tenía 25 o 26. Empecé a fumar de grande. Y hay una razón. Cuando era más joven, yo no fumaba tabaco y la gente fumaba marihuana con tabaco. Por eso yo no lo hacía. Son cuestiones que ni te cuestionás si no fumás cigarrillos. Pero una vez, cuando viajé a Zimbawe, vi que la gente fumaba porros puros. Fue la primera vez que lo vi. Y a mí siempre me gustó el olor. Lo sentía cuando cuando iba a fiestas y la gente fumaba porro con tabaco, pero distinguía el aroma de la marihuana.
Igual nunca pensé en probar, no quería fumar tabaco. Así que finalmente pude probar puro y no lo podía creer. Dije: “Guau, esto es muy agradable, realmente me gusta”. Entonces traje una semillas porque en África se consiguen muy buenas semillas, las semillas de Malawi, por ejemplo. Y tenía otras locales, de Durban, en Sudáfrica. Podías traerlas porque la gente fumaba de esto, de aquello, incluso podías comprarlas porque la marihuana venía con semillas. Cuando volví las sembré y coseché. Así empecé.
¿Y cómo fue tu entrada en los coffeeshops?
A fines de los 80, yo ya conocía gente que cultivaba por diversión o hobby e intercambiamos plantas y semillas. Yo enseñaba Biología en un colegio, luego descubrí que Sensi [Seeds] iniciaba un negocio con las semillas y dije: “Eso es buenísimo”. Hablé con ellos sobre plantas y muchas cosas sobre la marihuana. Conocí a Ben Dronkers [fundador de Sensi], conversé mucho con él, entonces trabajaba en Ámsterdam, y me dijo: “¿No querés trabajar acá?”. Lo pensé mucho y acepté. Eso fue en el 92 o 93. Yo no cultivaba a lo grande, solo como un granjero más. Lo hacía para conseguir plata para viajar. Daba clases de Biología en varios colegios, me insumía mucho tiempo ir de acá para allá y además eso no me daba mucha plata. En esos tiempos, más que ahora, si eras profesor eras alguien respetado, insertado en la sociedad. Trabajás para el país. Y fue algo grande pasar de ahí al mundo de las drogas, tuve que pensarlo mucho; para mí cultivar era algo oculto, que pocos amigos sabían y no iban a decirlo. Trabajé para Sensi y también para algunos norteamericanos. Ellos quisieron vender mis semillas, algo que nunca se me hubiera ocurrido. Al principio, en Sensi daba clases en los growshops de cómo cultivar. Luego con los americanos creamos Cerebral Seeds, un banco de semillas que no fue importante.
¿Por qué en Holanda la producción de semillas sigue siendo ilegal?
Es que en los 90 muchos cultivaban en su casa o en jardines. Y la policía, que era bastante estúpida, destruía las plantas y llevaba a la gente al juzgado. Entonces el juez decía: “Usted tenía 50 plantas y extraía flores”. Los cultivadores contestaban: “Yo las puse para hacer semillas”. Pero bueno, las plantas se las rompían así que no podían probar nada, aunque no hubiera semillas. Y los jueces desechaban el caso. Como todos los cultivadores decían lo mismo, las autoridades rápidamente cambiaron la ley. Eso fue a fines de los 90 o principio del 2000 y desde entonces es ilegal producirlas.
Una de tus creaciones más apreciadas es la AK-47, se dice que en los coffeeshops se hizo popular por noquear de un sólo golpe a la mayoría de los clientes, de hecho tiene un alto porcentaje de THC. ¿Recordás las cruzas que hiciste para crearla?
Sí. Es una mezcla de marihuana de Colombia y México, dos sativas. A mí me gustan más las sativas, pero para llegar a la AK-47 crucé esas sativas con una planta índica, la afgana, para que sean mejores para cultivar en indoors. El tiempo de floración es más corto, ésa es la influencia afgana, aunque también tienen los costados negativos característicos de una afgana: más debilidad hacia los hongos. No es tan ideal, pero es una de las compensaciones, básicamente.
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Texto: Emilio Ruchansky / Foto: Marcelo Somma