Con los primeros despuntes que luego serán racimos de flores, nuestras plantas nos avisan que arrancó un nuevo año. Y si lo empezamos al calor de nuestras decisiones, el augurio es bueno. Más allá de todo cansancio, de toda angustia, los jardines que supimos conseguir nos invitan a ver y pensar de otro modo. No se trata de olvidar las dificultades que todas las personas que amamos el cannabis atravesamos para poder disfrutar de nuestra cosecha, sino de recordar por qué decidimos construir un modo de vida más allá de la persecución, el temor y los prejuicios.
Vayamos más allá de lo que llamamos realidad, más allá de los datos duros que tanto nos preocupan, porque las estadísticas se construyen sobre las experiencias que nos impone la letra fría de la ley. Pensemos en el lugar donde apoyamos nuestros pies.
La importancia de cuidar el planeta en el que vivimos nunca fue tan clara. La Tierra cruje y la única forma de repararla tal vez sea comprender que somos parte de un mundo al que el modo dominante de vida le dio la espalda. En ese aprendizaje que nos llena de preocupación, cada uno y cada una de los que ponemos las manos en la tierra somos parte de un nuevo modo de entender las cosas, en el que volver a ponernos en contacto con la naturaleza de un modo respetuoso y pleno es la clave de una verdadera revolución cultural.
cada uno y cada una de los que ponemos las manos en la tierra somos parte de un nuevo modo de entender las cosas, en el que volver a ponernos en contacto con la naturaleza de un modo respetuoso y pleno es la clave de una verdadera revolución cultural
El cannabis no solo nos hace reír, reflexionar, relajarnos y conversar abiertamente. Tampoco es únicamente una alternativa para calmar el dolor, devolvernos el apetito y detener convulsiones. El cannabis es también una gran e impensada oportunidad para reconectarnos con los ciclos vitales que nos rodean. Y así, atentos al sol y la lluvia, al agua y las temperaturas tendemos delicadamente, sin estridencias, un puente hacia una conciencia elemental: estamos acá, estamos ahora. Y así como nos merecemos ese bienestar, nos toca extenderlo hacia el porvenir en próximos cultivos, en próximas generaciones. Quizás insistir en la alegría sea el corazón íntimo de nuestra lucha, la piedra secreta que nos anima, la corriente imparable de la confianza con la que plantamos lo que serán flores, risas y alivio.
2020 va a ser un año inolvidable. Todo indica que, luego de 30 años, la Ley de Drogas argentina podría ser modificada para permitir que quienes cultivamos podamos empezar a hacerlo en un marco de un mayor respeto por nuestros derechos y nuestra forma de entender el día a día.
Quizás este sea el último verano en que tengamos que preocuparnos por un control policial camino a nuestras vacaciones. Quizás sean los meses finales de esa horrible tradición de sembrar lo que nos hace bien con el gusto amargo que genera el miedo a un allanamiento. Quizás la comunidad cannábica pueda finalmente tener un poco de la paz que tanto añora y tenga la posibilidad de compartir con toda la sociedad lo que aprendió durante todos estos años.
¿De qué depende que eso ocurra? En principio de decisiones políticas, de un parlamento comprometido con la realidad y responsable ante las necesidades que desde hace muchos años no son reconocidas como derechos. Nosotros y nosotras, con orgullo y felicidad, ya hicimos nuestra parte.
Editorial de la Revista THC 130