Los animales también usan drogas. El placer y la modificación de la percepción no son sólo un patrimonio humano.
Desde hace pocos años la ciencia, luchando contra sus propias limitaciones culturales, empezó a estudiar el cómo y el por qué de esta práctica animal. Revelarlo, permitiría ampliar el conocimiento sobre el maravilloso mundo de los psicoactivos.
Podríamos afirmar que, en el fondo, se trata de una historia de simpáticos animalitos, del estilo de Discovery Channel o Animal Planet. Pero no sólo es una fábula de gatitos que usan una hierba y alucinan con mariposas de colores, o de monos africanos que viajan con un milpiés: esta historia contiene muchas otras cosas.
Hablamos de repensar relaciones: entre el instinto y la cultura, entre las conductas innatas y las aprehendidas, y pensar si los animales tienen o no la capacidad de tener un pensamiento abstracto.
Placer y pensamiento
El estudio del comportamiento animal tiene diferentes escuelas, distintos procedimientos, técnicas e interpretaciones, y como el resto del pensamiento científico, una aristocracia que busca imponer qué es digno de pasar por tubitos de ensayo y qué no lo es.
Y finalmente es otro recorte posible sobre el debate fundamental de “las drogas”: algunos estudiosos sostienen que los animales consumen sustancias psicoactivas no sólo por instinto sino por placer, y hay hasta quienes le adjudican una intención mediada por alguna forma de pensamiento “perceptivo”.
algunos estudiosos sostienen que los animales consumen sustancias psicoactivas no sólo por instinto sino por placer, y hay hasta quienes le adjudican una intención mediada por alguna forma de pensamiento “perceptivo”.
Aun si todas esas teorías no fueran aceptables, quedaría una pregunta pendiente: ¿no compartiríamos con nuestros cuadrúpedos antepasados esos impulsos vitales que nos llevan, como especie, a experimentar otro tipo de percepciones, así como tenemos patrones comunes que nos llevan a cortejar a una hembra o procurarnos el pan nuestro de cada día?
Digamos: ¿Los animales también se drogan? Iremos tras esa respuesta.
Poción animal
Tratando de tener rigor teórico llegamos a un breve libro de Giorgio Samorini, italiano doctorado en Botánica y especializado en Etnomicología, ciencia que estudia la relación entre el hombre y los hongos, y en Etnobotánica, la disciplina que explora las relaciones entre el hombre primitivo y las plantas.
Su libro se llama Los animales que se drogan (2000). Ahí Samorini recopila y relata más de 10 casos en los que animales o insectos se sirven repetidas veces de aquello que la Madre Tierra les ofrenda, sin aditivos ni conservantes, a cambio de un rato de experiencia psicoactiva.
Un ejemplo son los elefantes borrachos: comen frutos de palma fermentados y se embriagan. Samorini afirma que es un comportamiento “cultural” porque se transmite de una generación a la otra. En sus viajes por África, Giorgio apuntó algunos descubrimientos notables.
Los felinos la consumen “hierba gatera” en primavera y les pega como un hechizo de amor: se excitan sexualmente y se atontan; algunos se revuelcan en el piso o dan zarpazos al aire como si estuvieran tratando de cazar mariposas.
En Gabón, en una pequeña tribu de pigmeos de las etnias fang, el autor del libro se inició en un ritual llamado Bwitte, en el que se utiliza la raíz de la planta iboga, que contiene un potente compuesto visionario.
Giorgio les preguntó a los nativos cómo habían descubierto estas propiedades. Le respondieron que fue gracias a los gorilas y mandriles que, desde tiempos remotos, le daban otra utilidad: cuando uno de los machos de la manada desafiaba a otro por la jefatura del grupo o por alguna hembra, se internaban en la selva, desenterraban las raíces y consumían una ración antes de batirse a duelo.
Así como el hombre descubrió las propiedades psicoactivas gracias a los animales, también ocurrió lo mismo con el khat -planta euforizante que en Oriente Medio llaman “la flor del paraíso” y que hoy mascan millones de personas- que era consumido por las cabras. Al ver las personas el efecto que tenía sobre los animales, decidieron probarlas.
Más familiar es la reacción de los gatos ante la Nepeta cataria (hierba gatera o menta de gato). Los felinos la consumen en primavera y les pega como un hechizo de amor: se excitan sexualmente y se atontan; algunos se revuelcan en el piso o dan zarpazos al aire como si estuvieran tratando de cazar mariposas fantasmas o ratones imaginarios.
Insectos viajeros
Samorini también describió ejemplos en insectos. Una clase de hormigas llamadas “ganaderas” capturan en su cueva una clase de coleóptero al que alimentan, limpian y cuidan como un tesoro frágil. Después de un tiempo, el vientre de esos bichitos larga gotitas de una especie de néctar que las hormigas consumen y les produce una borrachera.
Las moscas hacen lo suyo. Lamen un líquido viscoso que supura el hongo amanita muscaria, llamado ácido iboténico, que es altamente neurotóxico y altera la percepción. Será por ello que esta seta es conocida también como matamoscas. Tras posarse en el hongo y consumir este ácido, caen catatónicas. Sí ocurre cuando los sapos rondan el área, estos aprovechan los insectos para hacerse un festín. “O quizá para drogarse ellos también”, especula Giorgio.
Este hongo también es consumido por renos en Siberia, caribúes hembras en Canadá y ardillas. Al rato de ingerirlos, empiezan a correr sin sentido, ladean la cabeza y se aislan, dejan sus crías y quedan a merced de los lobos.
Para algunso investigadores, estudiar por qué los animales usan drogas, podría ayudar a entender de un modo bastante natural por qué los seres humanos buscamos la embriaguez.
Los chamanes de algunas tribus de Siberia -así como de otras partes del mundo, también consumen amanita muscaria y, según Samorini, estas personas pueden llegar a comer un reno intoxicado, cuya carne les traspasa las propiedades psicoactivas.
El libro de Samorini concluye con “una duda y una hipótesis”: el comportamiento natural en el uso de las drogas está más difundido en el mundo animal de lo que sabe. A su vez, el autora asegura: “El fenómeno se vuelve cada vez más importante para comprender las motivaciones que inducen al ser humano a drogarse”.
La consciencia animal
Un día, cerca del fin de siglo, Samorini observó en su propio jardín cómo una y otra vez, unas hormigas cargaban al hombro las semillas alucinógenas de la planta de datura y rumbeaban para el hormiguero, despreciando migas de pan y semillas de trigo entre otros manjares.
Había leído a Ronald Siegel, un psicofarmacólogo que teorizó sobre la relación entre drogas y animales, y tras conocerlo empezó a revisar publicaciones científicas buscando casos documentados.
Siegel es quizás la referencia teórica más influyente del trabajo de Samorini. Era un profesor de la Universidad de California, Estados Unidos, que había estudiado la morfología de las alucinaciones. Sus primeros experimentos demostraron que los animales también las experimentan: les daba a un grupo de palomas una dosis controlada de LSD, y las entrenó para que picotearan botones de colores cuando estos se presentaban en sus deslumbramientos.
En sus primeros experimentos, el científico Ronald Siegel, demostró que los animales también experimentan: les daba a un grupo de palomas una dosis controlada de LSD, y las entrenó para que picotearan botones de colores cuando estos se presentaban en sus deslumbramientos.
En su libro Intoxicación: la vida en busca del paraíso artificial (1989), Siegel profundizó el vínculo de los animales y el hombre con las drogas y construyó un puente entre ambos. Allí afirma que el uso de psicoactivos “es parte de nuestra naturaleza”, y que compartimos esos impulsos instintivos de experimentación con los animales.
Así nació el libro Los animales que se drogan, del cual, según cuenta Samorini, entre sus colegas mereció “unas pocas críticas” y una generalizada “indiferencia”. Pero asegura que en la actualidad, los etólogos –científicos que estudian el comportamiento animal– han comprobado que 380 especies animales se drogan.
en estudios recientes, los científicos que estudian el comportamiento animal han comprobado que 380 especies animales se drogan.
En ese sentido, años después de estudios Giorgio afirma que a diferencia de cuando publicó su primer estudio, “ahora los investigadores empiezan a admitir que los animales están dotados de al menos una conciencia perceptiva, es decir que pueden elaborar formas simples de pensamiento”.
Esta nota se publicó en la Revista THC 47, si querés más info sobre el contenido de esa edición hace click.