Hoy falleció, Hugo Arana. Si bien quienes lo recuerdan no pueden separarlo de la comedia, Hugo fue un actor versátil. Sumamente sensible.
Parte de esa sensibilidad la desplegó en una charla que tuvimos con él hace varios años. En esa rato que pasamos conversando hablaos sobre los laberintos de la memoria, el peso de los sueños y las revelaciones nacidas del humo dulce del cannabis.
Un abrazo, Hugo y hasta siempre.
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Calle de tierra, una habitación para cinco, un padre peón de estancia que vivía de lo que había en una gran ciudad sin caballos, una madre pedaleando una máquina Neumann para coser la ropa de todo un barrio.
Hugo Arana elige poner esas cosas por delante y, cada tanto, le dedica unas líneas a la actuación, a su preocupación por la verdad, a la infancia en la que “uno chupa todo lo que hay”.
A veces menciona el teatro, pero prefiere detenerse en los costos y las ganancias humanas del actor.
Casi no habla de la tele, el glamoroso mundo en el que trabaja desde hace más de 30 años. “Yo quería ser actor de cine, pero no tenía ni idea de lo que se trataba”, recuerda. Arana es un hombre de oficios: además de actuar, fue carpintero y hasta los veintipico se ganó la vida “haciendo cosas con las manos”.
En lo que a marihuana respecta, no tiene reparos en reconocerse como un usuario ocasional desde hace 50 años, aunque prefiere reducir sus consejos a que cada uno haga su experiencia sin buscar tapar nada con la alegría de cada seca.
Se trata de retomar un cauce y encontrarse con lo que los días, cada vez más veloces, pueden llevarse sin dejar rastro.
Como actor siempre te llevaste bien con la comedia, ¿qué significa para vos la risa?
En un sentido amplio el humor, creo, es una manera de exorcizar la tragedia, porque la risa permite dar un vuelco al dolor para que deje de doler. Primero porque el humor mira la realidad desde cierto desapego, permite distancia.
¿Y te acerca más la verdad?
Y, vos a un amigo jodiendo le decís cosas que seriamente no le dirías. En una humorada metés un estilete y si el otro está atento lo recibe. El humor es un arma extraordinaria, porque en esa distancia, el humor te deja ver. Es una mecánica que ya está en las máscaras del teatro: es en la tragedia y la comedia, los únicos dos instantes donde el humano experimenta sin filtros el adentro. No actúa.
En la vida todos actuamos, todos hacemos un personaje. Está el inteligente, está el simpático, está el duro, todos nos mostramos, eso es actuar. Nos damos la forma de cómo creemos que nos va a ir mejor, salvo algunos monjes del Himalaya que realmente están conectados con otra cosa.
Todos nos mostramos como creemos que nos van a creer más, que nos van a respetar, que en algún lugar nos va a dar poder. El poder de ser queridos, de ser considerados, de que digan “sí, veo que existís”. Creo que es lo que buscamos toda la vida.
Vos trabajaste en una película genial sobre el chamuyo, El verso (1996), ¿cuál crees que es el verso más dañino para sostener una prohibición?
Las prohibiciones, primero que nada, generan disgusto, molestia. En Dios hubiera dicho, un libro del filósofo Spinoza, se discute esto. Spinoza toma al dios judeo-cristiano y lo hace hablar, dice: “Dejá ya de rezar…lo que quiero que hagas es que salgas al mundo a disfrutar de tu vida…que goces, que cantes, que te diviertas… dejá ya de ir a esos templos oscuros y fríos que vos mismo construiste y que decís que son mi casa. Mi casa está en las montañas, en los bosques, los ríos, los lagos, las playas… Olvidate de cualquier tipo de mandamientos, de cualquier tipo de leyes; ésas son artimañas para manipularte, para controlarte, que sólo crean culpa en vos. Respetá a tus semejantes y no hagas lo que no quieras para vos”.
¿Qué es eso de venir desde afuera a imponer un mandamiento? Uno tiene que ser buena persona no por el temor a un castigo, uno tiene que sembrar buenas semillas para cosechar buenas plantas, ¡no se puede querer entrar en la armonía por el terror, por el miedo!
“Uno tiene que ser buena persona no por temor a un castigo, uno tiene que sembrar buenas semillas para cosechar buenas plantas, ¡no se puede entrar en la armonía por el miedo!”
Un tipo de tu generación, ¿cómo se siente en un tiempo en el que ciertos debates, como la regulación del cannabis o la legalización del aborto, que antes parecían imposibles?
No creo que pueda hablar por mi generación. Sí puedo decir que están en discusión muchos mitos y tabúes que generalmente tienen como objetivo prohibir, que no van a la esencia de la criatura humana, a ese mamífero sagrado que inventó el lenguaje. Lo bueno es que se dejan de dar por hechas un montón de cosas. Lo importante es que el debate no se dé sin matices, porque eso es lo que no te deja pensar. La creatividad está ahí, en los matices. Los pintores, por ejemplo, ¿qué buscan en las distintas tonalidades durante años? Una armonía, eso están buscando.
Y tu relación con el cannabis, ¿tiene que ver con eso, con la creatividad, con cierta armonía?
Yo no soy un gran fumador de marihuana, sí fumo ocasionalmente desde hace 50 años. La última vez hará unos tres meses. Eso sí, siempre que fumé la pasé bomba, me cagué de risa.
¿Sólo te produce risa?
No, no solamente. Pero ojo, yo no quiero que se interprete como si esto que digo se tratara de una fórmula. Es lo que me pasó a mí y punto. Una vez tuve una revelación. Estaba con mi mujer, mi hijo todavía no había nacido, así que fue hace más de 29 años. Fue en el primer departamento que alquilamos, cuando nos fuimos a vivir juntos.
Me acuerdo que estábamos fumando un porro y estábamos viviendo una tarde divertidísima. Yo había puesto un disco de Lily Pons, una soprano, a toda velocidad, era como un concierto de ardillas. Mi mujer se cagaba de risa tirada en la cama y yo le decía “escuchá esto, es una maravilla”. Obviamente esa no fue la revelación.
“Fumo ocasionalmente desde hace 50 años, la última vez hará unos tres meses. Eso sí, siempre que fumé la pasé bomba, me cagué de risa”
¿Y qué fue lo que pasó?
Bueno, fue algo extraordinario. Yo no tengo ninguna relación con la pintura, pero siempre me gustó Joan Miró. Ese día con el porro, estaba totalmente consciente… quiero decir para los que le temen tanto: el porro no te va a enloquecer, todo lo contrario. De una revista de artículos había sacado un cuadro de Miró, lo pegué en una tablita, lo barnicé, le hice un marquito y lo tenía en la pieza colgado: un cuadro con círculos, soles, líneas.
Y en ese momento empecé a mirarlo y me pasó algo, algo profundísimo, medular. Entré en un estado emocional, y empecé a llorar con mucha alegría. ¿Qué fue? Descubrí por qué me gustaba Miró. Porque recordé, como si fuera en capas de imágenes, a una amiga de mi padre: Doña Dominga.
Ella tenía un hijo, Alfredo. Yo tenía 7 y él, 12 o 13. Cada tanto íbamos a tomar el té y era una vieja casona, era un templo en el que se caminaba con patines, en el que el juego de té era de porcelana finísima, una cocina a gas impecable, galletitas, dulces; nada que ver con la nuestra que tenía piso de tierra.
Un día Afredo me regaló un álbum. Y había una página que a mi me encantaba, donde estaban las constelaciones sobre un fondo negro con estrellas blancas que se unían por líneas formando los grupos de estrellas. Esa página era la que más amaba. Y esa tarde me di cuenta: Miró era aquel álbum, Miró le estaba poniendo nombre a un hecho afectivo, a ese acto de enorme generosidad que yo sentí. Con el porrito yo encontré eso.
Es decir que la marihuana fue generosa con vos.
Sí, no es que fumando vayas a encontrar “tu verdad”. No lo sé, yo sólo tuve una experiencia y es mía. Y con los porros que he fumado jamás he tenido un hecho traumático, “pálida”, nada. Me he cagado de risa como loco, he hecho el amor con una alegría enorme. Siempre fumé con gente querida, mis amigos, mi pareja.
El único precepto que tuve fue siempre no fumar con gente con la que no estoy bien, con la que no me siento cómodo, porque siempre que he fumado me he sentido muy sensible, con una fragilidad como la de un amanecer que no tiene nada de quebradizo, que es seguramente la zona más fuerte de uno, la más sana.
“nunca fumé con gente con la que no estoy bien, con la que no me siento cómodo, porque siempre que he fumado me he sentido muy sensible”
¿Tiene que ver con encontrar cierta fortaleza?
Sí, fumar para mí nunca fue un bastón, ni una muleta. Nunca. Y me animo a dar un consejo: no hay que hacer nada para tapar nada, para zafar de nada. Cualquier cosa que uno haga para tapar lo que le pasa, sea el porro o lo que sea, es un error.
Bueno, en la experiencia que contaste la marihuana destapó algo, te reconectó con tu pasado.
Sí, claro. Yo no hice una lista de los mejores momentos de mi vida, pero imagino que si pudiera mencionar una docena de cosas importantes, esa tarde ocurrió una de ellas. Yo ese día hice contacto con algo entrañable. Se reveló que no fui, que soy.
Javier Obando