¿Cuánto tiene que ver la milanesa de soja que está en tu plato con lo que pasa en el resto del planeta? Aunque parezca inofensiva, la relación de las formas industriales de cultivo y la crisis climática es bastante directa.
De preguntas así de sencillas surgen respuestas clave. Y de esas respuestas, emergen proyectos para cambiar el escenario. Algo así pasa en la Universidad Campesina Suri (Unicam Suri), ubicada en la provincia de Santiago del Estero.
Se trata de un proyecto educativo creado por el Movimiento Campesino de Santiago del Estero (MOCASE), una organización que forma parte de Movimiento Nacional Campesino Indígena y de organizaciones internacionales, como la Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones del Campo y la Vía Campesina.
En sus aulas, que son la tierra misma, se busca enseñar y producir alimentos de otra manera. Es un proceso de aprendizaje y de recuperación en las viejas tradiciones cultivadoras.
El escenario actual
Según datos oficiales del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), en Argentina se perdió el 50% de la materia orgánica del suelo en los últimos veinte años.
Los especialistas agrónomos explican que esto se debe a la explotación intensiva de la soja y el trigo. Estos cultivos ocupan más del 70% de toda la superficie agrícola del país y agotan sostenidamente los recursos de la tierra.
La UNICAM trabaja con los jóvenes campesinos y la agroecología atraviesa todas sus prácticas. Incluso, no descartan incluir en su plan de estudios la producción de cannabis
Se trata de un proceso largo y mundial. Hacia los años ’80, gran parte del mundo creía que había que intensificar la producción de alimentos para solucionar las hambrunas de todos los continentes del planeta. De esta manera, comenzaron a utilizarse fertilizantes, plaguicidas y nuevas técnicas de riego. A este modelo se lo conoció como la Revolución Verde.
La verdadera consecuencia es lo que algunos especialistas llaman “agronegocio”. De modo muy resumido se trata de un escenario en el que las enormes ganancias de la industria vinculada a la producción de vegetales y animales terminaron imperando tanto sobre el planeta: eso incluyó la nutrición.
Pero hay otro modelo que, si bien es ancestral, en los últimos años creció exponencialmente. Se trata de la agroecología, que no es solamente un antágonico método de producción de alimentos en el que no se utilizan agregados químicos.
Además, es un proyecto social que pretende el arraigo rural y disputarle a la lógica económica actual la soberanía sobre los alimentos: que deje de ser un producto de mercado y se transformen en un verdadero alimento y modo de vida.
La universidad campesina
Ubicada en Ojo de Agua, en el sur santiagueño, la Universidad Campesina Suri (Unicam Suri) trabaja con los jóvenes campesinos y la agroecología atraviesa todas sus prácticas. Incluso, no descartan incluir en su plan de estudios la producción de cannabis.
La Coordinación Política Pedagógica de la Unicam fue fundada en 2011. “Es un colectivo donde desarrollamos las tareas de la universidad, como educación y la producción”, dice Adolfo Farías, referente del Mocase y parte del equipo universitario. “Es un esquema donde no hay patrones. El único mandato que cumplimos es el que se construye colectivamente”, agrega.
Por otro lado, el método de enseñanza de la Unicam es bastante diferente a la de las facultades tradicionales. “Los estudiantes vienen una semana, cada dos meses, y se quedan viviendo en la universidad durante esos días. En las otras semanas, trabajan en sus respectivas comunidades para un intercambio constante de los saberes. Las universidades suelen estar en las capitales; la nuestra está en el monte”, dice Farías.
Los estudiantes viven en la Universidad una semana por bimestre, el resto del tiempo están con comunidades intercambiando saberes. “Nuestra Universidad está en el monte”, aseguran
En estos encuentros bimestrales entre los jóvenes también se realizan grupos de tareas como producción de artesanías, alimentos vegetales, cuidado de animales y hasta el estudio de plantas medicinales que son propias a cada región de la provincia.
Hasta el momento, en la Unicam existen las carreras de Comunicación Popular y Psicología Social, Comunitaria y Popular.
Para el año que viene habrá más oferta académica con nuevas carreras, como Música, Ingenierías Renovables y Derecho. En la actualidad, estudian en la Unicam más de 70 personas.
Un proyecto que no es causal
Hoy, la Unicam tiene convenios con las universidades nacionales de Quilmes y Córdoba, además de la Universidad Politécnica de Cataluña, en España. Pero sus raíces se hunden en lo profundo de la historia de Santiago del Estero.
“Yo vengo de un lugar llamado La Simona -a 300 kilómetros de la capital provincial-, que su nombre representa a una mujer afroamericana que luchó contra la colonización española”, cuenta Farías.
“A mi me crió una familia campesina, que me encontró en 1978 en la puerta de un rancho cuando era bebé. Esta historia no es mía, sino de una comunidad que luego puso la primer carpa negra de resistencia y frenamos a las topadoras que querían ingresar al monte”, explica.
La primera carpa negra que levantó el Mocase fue en el año 1998 y, con el tiempo, se convirtieron en un símbolo que sigue vigente en la actualidad. Cada vez que hay un conflicto de tierras, los campesinos e indígenas de la organización levantan una carpa para agruparse y evitar que se ocupen sus tierras.
Para entender el problema hay que remontarse a la década del ’90. En ese tiempo la provincia la gobernaba Carlos Juárez, quien tuvo mandatos initerrumpidos desde 1983 hasta 2004, cuando fue destituído por el Estado Nacional mediante una intervención.
Durante esos años, el Estado santiagueño vendió miles de hectáreas de tierras fiscales a diferentes empresarios agropecuarios. Pero en esos territorios, hacía más de tres generaciones que vivían familias campesinas e indígenas.
El conflicto se desató. La violencia escaló tanto que se llevó varias vidas, como la de Cristian Ferreyra que fue asesinado en 2011 por un grupo parapolicial. Tenía 23 años.
Al día de hoy, continúan los conflictos en zonas como Añatuya y Pinto, entre otras. Se trata de procesos que de algún modo enfrentan paradigmas donde, entre muchas otras cosas, hay una profunda diferencia sobre el modo de relacionarse con la tierra.
“Para nosotros es más que importante la agroecología. Si no protegemos al monte, es muy dificil que se mantengan las especies vegetales que aquí existen. Sabemos que después del desmonte, viene la fumigación de la soja y se mata todo”, dice Farías.
“La agroecología es un concepto que traspasa lo orgánico: es una producción sin veneno y que tiene que estar al servicio de la alimentación de los pueblos”, explica Adolfo Farías, miembro de la UNICAM
Farías afirma que “la agroecología ya era utilizada por los pueblos indígenas para la producción de alimentos saludables. Es un concepto que traspasa lo orgánico: es una producción sin veneno y que tiene que estar al servicio de la alimentación de los pueblos”, asegura sobre los productos que comercializan a bajos precios y hasta se comparten entre los campesinos.
Una realidad
Aunque en Santiago del Estero trabajan hace tiempo en la agroecología, en los últimos años la tendencia también llegó a las grandes ciudades. Lo que demuestra que no sólo es una filosofía, sino también una posibilidad de producción de alimentos absolutamente real.
Un ejemplo de ello son los bolsones de verdura agroecológica que se comercializan. Uno de los más grandes referentes en esta actividad es la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT), una organización que agrupa a varios productores rurales.
Desde la UTT, cuentan que en marzo se vendían 2.500 bolsones semanales. Hoy esa cifra aumentó más del doble, con un total de 5.500 bolsones por semana. Además, esta organización que promueve la agroecología no solo creció por su filosofía y la venta del 20% de producción al Estado nacional, sino que también ya ocupa espacios de decisiones.
En la actualidad, la presidencia del Mercado Central es gestionada por Nahuel Levaggi, fundador y coordinador nacional de la UTT.
Por otro lado, la agroecología también pisó en las arcas del Estado argentino. Desde agosto de este año, se oficializó por primera vez en la historia la Dirección Nacional de Agroecología en el Ministerio de Agricultura. El cargo está ocupado por uno de los máximos referentes, el ingeniero agrónomo Eduardo Cerdá.
Uno de las mayores críticas que se le hace a la agroecología es que es incapaz de producir alimentos de una forma masiva que pueda abastecer la demanda. “Esa afirmación no está respaldada científicamente”, responde Santiago Sarandón, Presidente de la Sociedad Argentina de Agroecología y docente universitario.
“No hay razones para pensar que produciendo con sistemas agroecológicos no se puedan tener alimentos excelentes para todo el mundo y con mayor producción”, asegura el agrónomo Santiago Sarandón
“Tomemos ‘el hambre’ como indicador. Vemos que la agricultura tradicional no resolvió este problema e incluso se agrava cada vez más, como asegura la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura”, explica Sarandón.
“No hay razones para pensar que produciendo con sistemas agroecológicos no se puedan tener alimentos excelentes para todo el mundo y con mayor producción”, detalla.
Sarandón explica que el crecimiento del fenómeno agroecológico tiene que ver con “la percepción de un modelo que muestra síntomas de colapso. La única forma es cambiar”, dice. “Hay trabajos de la Universidad de La Plata que muestran que se encuentran plaguicidas hasta en los peces”, agrega.
“La gente que no está asociada a la producción puede participar del movimiento y elegir comprar productos agroecológicos”, dice Elizabeth Jacobo, vicepresidente de la Sociedad Argentina de Agroecología y docente de la Facultad de Agronomía de la UBA.
Según detalla Jacobo también existen proyectos agroecológicos en la provincia de Buenos Aires, Córdoba y Entre Ríos que se dedican a la producción extensiva, como cereales y animales.
“La experiencia de la Red Nacional de Municipios (Renama) es interesante. El tipo que produce trigo para vender harina necesita un molino. Lo mismo aquel que se dedica a la ganadería requiere un matadero”, cuenta Jacabo acerca de las maquinarias y logística que los pequeños productores no pueden acceder y se unieron para lograrlo en conjunto.
Cannabis a la vista
A pesar de todos los esfuerzos de la prohibición por ocultarlo, el mundo se resistió a dejar de ver al cannabis como lo que es: una planta.
Por esa sencilla razón, está en vistas de ser sumada al plan de estudios de la UNICAM. “No podemos permitir que sigan diciendo que el cannabis es peligroso”, sostiene Farías.
“El cannabis tiene que estar al alcance de los humildes”, sostiene Farías. “Tenemos que producir en todos los territorios y defender esta planta”
“¿Dirán que peligroso porque tal vez sea la solución para muchos problemas?, ¿qué pasaría si se liberara a la planta? “, se pregunta Farías pensando en los muchos estudiantes que en el consumo problemático.
En medio del boom del cannabis medicinales y la evidente alternativa productiva que genera desde la UNICAM entienden que si surgen alternativas económicas en torno a la planta, no debe quedear en pocas manos.
Se trata no sólo de una cuestión económica, sino también de verdader posibilidades de acceso. “Si se libera y los pueblos se ponen a producirlo, habrá aceite medicinal para todos”, asegura Farías.
“El cannabis tiene que estar al alcance de los humildes”, sostiene. “Tenemos que producir en todos los territorios y defender esta planta”.