Drogas y cine argentino. O mejor: antidrogas y cine argentino. Un poco de eso se trata Los visionadores, la película de Néstor Frenkel.
Hay un germen autobiográfico en esta película: alguien, como el propio Frenkel, que se junta con sus amigos a ver cine de acción y policiales argentinos. Un mundo donde el consumo problemático son los VHS.
Justamente en Los visionadores dos amigos se encuentran con una película que no habían querido alquilar, Los drogadictos, y Santi y su amigo quieren más y más. Prenden un porro, siguen con Humo de marihuana, prenden otro, quieren más: más cine más DROGA.
Los visionadores es una película sobre ver películas y en particular muchas que tienen el discurso antidrogas en el centro. Es una especie de viaje en el tiempo para ver cómo se veían las drogas en Argentina hace 40 años
En ese recorrido frenético, se lee cómo opera y se articula el discurso antidrogas en el cine nacional: “Esta película es un homenaje a nuestras autoridades, a quienes debemos que la Argentina de hoy, viva libre de esa temible droga”, indica un cartel al inicio de Marihuana (1950), donde las escenas de consumo se muestran desgarbadas, distorsionadas, las carcajadas encuentran el máximo desatino, son siniestras.
En línea con la tradición fundada en Estados Unidos por el zar antidrogas Harry Anslinger y reforzada por el propio López Rega, en el cine argentino se reproduce la idea de que, quien “consume”, pasa de ser una persona normal a un asesino o criminal.
Mirar LA DROGA
En Los visionadores Santi alquila Humo de marihuana (1968) y se compenetra con esas escenas de convulsiones, violencia y alucinaciones, producto del cannabis. Rescata incluso cómo Los drogadictos (1979) agradece al final “A la Prefectura Naval Argentina, Policía Federal Argentina, Policía de la Provincia de Buenos Aires”, en una representación cargada de compromiso social de la policía con este flagelo de la droga.
Los estereotipos vuelven a repetirse: una jovencísima Graciela Alfano fumando un porro en situación de fiesta y desenfreno, o el cuarto de una víctima de las drogas, en el que la cámara se posa unos segundos en un póster de Los Beatles.
En Los barra bravas (1985) el escenario es la clase media porteña. Se percibe la irritación, la mirada perdida, y el consumo, que coincide con la separación de los padres: consecuencia directa, moraliza la película, en abierta confrontación con el debate y la posterior promulgación de la Ley de Divorcio.
Conversamos con Néstor Frenkel sobre su película, que casi –y menos mal que no– queda en una anécdota.
¿Cuando empezaste a armar este proyecto que deriva en Los visionadores?
Empezó en 2002, con mi amigo Sebastián Rotstein, como dos amigos que quieren ver una película. A las siguientes semanas, sin darnos cuenta éramos cinco, diez, luego veinte y habían pasado varios años. Cuando nos dimos cuenta éramos un grupo de trabajo, de estudio, de tareas, que en un momento se dio a llamar “El círculo de visionado”. Sebastián es muy amigo de la creación de tradiciones y místicas, y él fue el mayor impulsor de todo ese código que aparece en la película, mucho de esa mirada filosa sobre nuestro cine y nuestra patria.
¿Y cómo das el paso a la película?
Muchos años después, muchas películas, dos hijos después, en plena pandemia, Sofía Mora (que también formaba parte del proyecto) me dice “Tenés que retomar Los visionadores”. Primero me entusiasmé, después me pareció absurdo y en seguida me convenció de que era el momento para hacerla, era la única chance que me daba la vida, esta pandemia, de hacer esa película que sino nunca iba a hacer. Tenía razón: fundamentalmente me cambió el humor y la energía instantáneamente, de un día para el otro, el hecho de tener algo que hacer era un motivo para levantarse cada día, aparte de lavar platos y acompañar niños en zoom.
¿Cómo fue pensar un mediometraje que, aunque homenaje, pudiera revisitar críticamente las huellas de los discursos culturales en materia de drogas?
Era pararse a medio camino entre el homenaje acrítico y la crítica severa, entre el pasatiempo que teníamos y llamar a ese pasatiempo un grupo de estudio. Entre estar enviciados realmente y mirar esas películas con distancia. Hay una mirada que critica esos discursos. Sí se replican los clichés y lugares comunes de esas películas: dos jóvenes que se envician viendo esas películas y protagonizan una película, que es una más de esas.
¿Cómo se estructura la peli?
La primera mitad es sobre drogas, como podrían ser la mayoría de las películas testimoniales de Carreras, o Sobredosis, de Fernando Salas, que claramente es un hecho fortuito donde aparece la droga en un personaje que está un poco perdido, por alguna razón, generalmente es por una crisis familiar, padres separados, sucesos que abren un hueco por el que casualmente aparece la droga y muy rápidamente eso se convierte en el flagelo que nos lleva a la muerte: eso es claramente dicho. En Los drogadictos aparece mucho la idea de cómo es el cuarto del drogadicto, se ve mucho el cliché de los pósters, la cultura rock, las paredes escritas. Todos los drogadictos tenían el mismo cuarto, según esa mirada.
En Sobredosis actuó tu hermana Noemí, ¿no?
Sí, el personaje que hace ella dice “mi mamá no quiere entrar a este cuarto para no ver”, con esta idea de que donde los padres dejan de controlar se cuela el mal. Todos esos discursos aparecen ahí.
A partir de la peli apareció un concepto: La Rannix, que es como una Matrix pero donde el centro es Rodolfo Ranni, un súper ícono del cine argentino de los 80, ¿pero qué es La Rannix para vos?
La Rannix creo que es ese lugar donde se entra y no se puede salir, o un lugar que requiere un código para entrar, no sé bien qué es: es ese lugar que no entiendo y que siempre trato de tener en la película, a mí me interesa que haya un lugar que no entiendo, que no conozco, e ir a buscarlo. Y la Rannix es eso: y existió y tomó cuerpo, esto de los memes, toda la respuesta tan fuerte. Sabía que la película era atractiva porque tiene muchos elementos históricos que nos convocan a un par de generaciones que hayan visto un poco de cine o tele, pero no sabía exactamente qué elementos iban a pasar al frente, lo de la Rannix pasó a primer plano, y la respuesta de la gente, porque hubo mucho juego en las redes y creo que esa es la Rannix también hoy: estar encerrados compartiendo memes, pintando bigotes y poniendo nombres. Esto de darte un reportaje, acá hablando solo en un patio y nombrando a Ranni (risas) también tiene algo de eso. Ese lugar al que entramos: en este vicio que fue “El círculo de visionado” había momentos que sentíamos que estas películas nos estaban hablando especialmente a nosotros.
Los visionadores está disponible en https://linktr.ee/VamosViendo, donde además se puede colaborar con un cafecito, para futuras producciones.