Cada vez son menos sólidos los argumentos que se levantan contra la legalización del cannabis. La mayoría de esas “verdades prohibicionistas”son contradichas por hechos y evidencias científicas.
Entre esas falsas afirmaciones, algunas tienen el tono de las teorías conspirativas. Por ejemplo, aquella que sostiene que la legalización del cannabis es un plan maestro de las empresas que desarrollan cultivos transgénicos.
La primera pregunta entonces es: ¿qué son los transgénicos? Y la segunda, pero no menos importante: ¿existe el cannabis transgénico?
Transgénicos en Argentina
Un transgénico es un organismo vivo genéticamente modificado. A través de una técnica artificial se inserta el gen de un virus, bacteria, vegetal o animal con el objetivo que el organismo manifieste una o más características buscadas. Entre ellas se encuentran la resistencia a pestes, herbicidas y eventos naturales como una sequía.
La historia de Argentina con los transgénicos comienza en 1996 con una semilla de soja resistente al herbicida glifosato. Desde entonces, se habilitaron 62 semillas transgénicas (cada una con características particulares) de variedades de maíz, algodón, papa, cártamo, alfalfa y, por primera vez en 2020, trigo.
“Nos da una solución a los cambios como aumento de temperatura, sequías e inundaciones sin utilizar más hectáreas o áreas naturales”, dice Fabiana Malacarne, mejoradora de plantas y miembro de la Asociación Semilleros Argentinos.
“El agro argentino adoptó tecnología de forma temprana. Empezamos a plantar transgénicos casi al mismo tiempo que Estados Unidos y estamos a la vanguardia en tecnología de maíz y soja”, explica a THC Fabiana Malacarne, quien trabaja como mejoradora de plantas y es miembro de la Asociación Semilleros Argentinos.
En los últimos 25 años, la utilización de transgénicos en Argentina explotó. Según datos del Consejo Argentino para la Información y el Desarrollo de la Biotecnología, en el país hay 24 millones de hectáreas cultivadas con estas semillas.
Para tomar dimensión, se trata del 13% a nivel mundial, por lo que ubica al país como el tercer productor mundial de cultivos genéticamente modificados, luego de Estados Unidos y Brasil.
El modelo opuesto
En los últimos años, surgieron movimientos que se oponen a la utilización del modelo de cultivos transgénicos. Uno de los más fuertes a nivel nacional es la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT), que promueve una producción con prácticas agroecológicas.
No solo se trata de llevar a cabo cultivos completamente orgánicos, sino que además es una postura ideológica más amplia y abarca conceptos como la soberanía alimenticia, los precios justos y el empoderamiento de los trabajadores rurales.
“Los transgénicos fueron lo primero que dejamos de utilizar cuando comenzamos”, explica Agustín Suárez, miembro de la UTT. “Nada tiene que ver con lo que pregonamos: arrasa con las tierras, consiste en monocultivos y la utilización de químicos. Además, hay concentración de recursos e información de las productoras de semillas”, sostiene.
Argentina tiene 24 millones de hectáreas cultivadas con semilla transgénica, lo que representa el 13% a nivel mundial.
Desde Fincas el Paraíso, un emprendimiento de 200 hectáreas donde se cultiva de forma orgánica, cuentan que los transgénicos no superan en rendimiento y calidad a lo producido de forma agroecológica.
“Hemos logrado resultados favorables, no solo de rendimiento sino del nivel nutricional que le entregamos a nuestros consumidores sin utilizar veneno”, señala a THC Gonzalo Rondini, ingeniero agrónomo en Fincas el Paraíso.
Agrotóxicos: el problema de fondo
Para Malacarne, la ingeniería genética se suma a otras herramientas fundamentales para aumentar el rendimiento de los cultivos.
“Nos da una solución a los cambios como aumento de temperatura, sequías e inundaciones sin utilizar más hectáreas o áreas naturales”, comenta la especialista y suma que el sector genera 116 mil puestos de trabajo, además de emplear al 4% de los científicos del país.
“En general se los asocia con las grandes multinacionales y parece que todos son malos cuando no es así”, agrega la doctora en bioquímica Patricia Miranda, quien es investigadora del Conicet y trabaja en la compañía Bioceres.
En Argentina, hace casi diez años que existe una mega causa judicial para prohibir el uso de los transgénicos. Sin embargo, el expediente no tiene avances desde 2017.
El problema, entonces, parece ser más complejo. Es que, junto al aumento exponencial del cultivo de transgénicos en Argentina, también creció la utilización de herbicidas, pesticidas y fungicidas.
“Representa un 1200% más en comparación a la década de 1990. Son millones de litros que terminan en los productos, en las fuentes de agua potable, en el suelo y en el aire”, señala Alicia Massarini, especialista en biología evolutiva e integrante de la agrupación de científicos y científicas “Trigo limpio”.
Una investigación hecha por abogados de a organización Naturaleza de Derecho estima que la cifra de agroquímicos utilizados por año es de 525 millones de litros.
“Es un número representativo de lo que podemos disponer porque no hay regulación del estado y los números salen de los propios vendedores. De ese total, el 65% es glifosato”, indica Massarini, quien también es investigadora del Conicet.
Una combinación peligrosa: el problema del “paquete tecnológico”
Un punto central para entender la dificultad del tema es lo que se conoce como el “paquete tecnológico”. Por ejemplo, las compañías que venden las semillas de soja, agregan un gen que las hace resistente al herbicida glifosato.
Luego, en los cultivos, se rocía glifosato y mata absolutamente todo por su alta capacidad tóxica, excepto a la planta de soja porque tiene el gen que la hace resistente.
Grandes compañías como Bayer-Monsanto o Syngenta son tanto productoras y comercializadoras de las semillas transgénicas, como así también del herbicida. Por eso, la semilla transgénica es inseparable del herbicida.
“Los transgénicos fueron lo primero que dejamos de utilizar cuando comenzamos. Nada tiene que ver con lo que pregonamos. Arrasa con las tierras, consiste en monocultivos y la utilización de químicos”, asegura Agustín Suárez, miembro de la Unión de Trabajadores de la Tierra.
“Se demostraron a todas luces las consecuencias e impactos que produjo este paquete tecnológico de semillas transgénicas adaptadas a agrotóxicos, porque sin ellos todo esto no funciona”, asegura Massarini.
Por su parte, la mejoradora de plantas Malacarne responde que el problema no está en su implementación sino en el cómo se aplica.
“Si los químicos se utilizan siguiendo todos los procedimientos indicados, son seguros porque también los agroquímicos pasan evaluaciones de control”, asegura frente a las posiciones que se oponen a su uso.
No todo es soja: qué es el Trigo HB4
El trigo es central en la dieta de millones de personas. Ahí también el problema va en aumento. Y tiene un nombre: el trigo HB4.
Este transgénico se hizo conocido en los últimos meses cuando se hizo público que la compañía Havanna, famosa por sus alfajores, tenía en sus planes usarlo. Eso permitió ver que el único problema no es la soja.
El punto es que el trigo HB4 presenta un riesgo específico: su tolerancia al glufosinato de amonio.
“Es 15 veces más tóxico para los seres humanos. Si uno aplica una presión de selección, como un químico que elimina malezas, algunas desarrollan mutaciones espontáneas y lo resisten. Hay 40 malezas resistentes al glifosato detectadas y la solución que dan es más agrotóxicos y más potentes”, dice Massarini.
Además de su resistencia al glufosinato de amonio, otra característica de trigo HB4 es la resistencia a la sequía. “La tecnología HB4 permite que ante un evento de estrés ambiental, como una sequía, la planta aguante hasta que vuelva el agua”, comenta Miranda.
En Argentina, se estima un consumo promedio por año de más de 80 kilos de harina de trigo por persona y se cree que para 2050 habrá que aumentar un 60% la producción global. Por lo tanto, este tipo de trigo brindaría soluciones a la demanda, pero el costo podría ser altísimo.
¿Existe el cannabis transgénico?
Las grandes compañías con recursos económicos para producir transgénicos, como Bayer-Monsanto, niegan estar trabajando en aplicar el paquete tecnológico transgénico al cannabis.
Si bien durante los últimos años surgieron rumores que contradicen esta versión, hasta el momento no se registran documentos oficiales.
Según pudo averiguar THC con diferentes ingenieros de la industria, las compañías tienen la capacidad instalada para desarrollar cannabis transgénico. Sin embargo, hasta el momento no existen experiencias en el mundo.
En lo que respecta específicamente al cáñamo, “los intentos de trangenizar la semilla no han dado resultado”, asegura el ingeniero agrónomo Gustavo Álvarez, quien forma parte del proyecto de remediación socio ambiental de Chilecito/Nonogasta.
Se trata del proyecto que meses atrás envió una carta al presidente Alberto Fernández para que se pedir el uso de cultivos de cáñamo en Famatina, el cerro riojano donde la megaminería es una amenaza permanente.
“Lo que sí se puede hacer es hibridizar naturalmente la semilla y así conseguir diferentes niveles de CBD y THC, incluso para variar la producción de fibra, lo mismo que ocurre con el cannabis en general”, detalla Álvarez quien a su vez en miembro del Proyecto Cáñamo, una de las asociaciones civiles especializada en el tema.
“Los intentos de trangenizar la semilla de cannabis no han dado resultado”, asegura el ingeniero agrónomo Gustavo Álvarez que también resalta los beneficios del cáñamo como cultivo agroecológico
Por esa razón, Álvarez cree que el cultivo a gran escala de cáñamo no sólo no generaría problemas medioambientales, sino que “va a aportar a una solución medioambiental”.
Esto se debe, según explica “a su poder fitoremadiador y su capacidad de absorción de metales pesados”. Además las plantaciones de cáñamo, gracias a la capacidad de retención de agua de la planta, podría generar verdaderos bosques temporales al coincidir su desarrollo con épocas de lluvia, explica Álvarez.
De todas formas, eso no quiere decir que no haya cannabis genéticamente modificado por otros medios que no sea a cruza tradicional.
Y existen otros métodos alternativos a los transgénicos como puede ser la edición génica. Esta herramienta consiste en eliminar genes de la planta para obtener las características deseadas.
Para algunos especialistas puede verse como una alternativa que permite acelerar los ritmos de adaptación y selección de caracteres que se realizan en el trabajo tradicional de crianza.
La empresa israelí CanBreed es la primera en adquirir la patente de edición génica para aplicarla al cannabis y, si bien no son técnicamente transgénicos, no dejan de ser organismos modificados genéticamente por el hombre.
Que no se haya desarrollado un tipo de cannabis transgénico, no implica que sea absolutamente imposible en el futuro. Por eso, es clave que las legislaciones se adelanten a posibles proyectos que avancen con propuestas biotecnológicas que, a la larga, generan nuevos “paquetes” nocivos.
De hecho, durante el debate que concluyó con la media sanción del proyecto para regular la industria del cannabis medicinal y el cáñamo, algunas organizaciones solicitaron que en la ley se especificaran controles en el uso de productos no orgánicos. Algo que no sucedió, pero podría formar parte de la discución en la cámara de diputados argentina.
Juicio contra los transgénicos
En 2012 se presentó una denuncia que representa a la totalidad del pueblo argentino contra las empresas generadoras de agrotóxicos, por ser una acción de clase.
Daniel Salaberry es uno de los abogados implicados y explica la demanda se debe a que “es por el daño que generó el glifosato al medio ambiente y por una recomposición económica para atender la salud de los afectados”.
Si bien la denuncia original fue contra Monsanto, Bayer, Syngenta y otra decena de empresas,se sumaron nuevas compañías.
“Se demostraron a todas luces las consecuencias e impactos que produjo este paquete tecnológico de semillas transgénicas adaptadas a agrotóxicos, porque sin ellos todo esto no funciona”, asegura Alicia Massarini, especialista en biología evolutiva.
Desde 2017, la causa duerme en los cajones de la Corte Suprema de Justicia de la Nación. El máximo órgano judicial del país debe decidir sobre la medida cautelar pedida por la parte acusatoria, es decir el abogado Salaberry, a no utilizar los transgénicos hasta que haya un dictamen final.
Las compañías, por su parte, habían apelado dicha medida cautelar y la causa no ha avanzado hasta el momento porque la Corte Suprema aún no se expidió sobre el asunto, a casi cuatro años de tener varias fojas de pruebas, de ambas partes.
“En lo que respecta a este caso es fundamental lo que diga el máximo tribunal. Por qué no lo trata, habrá que ver. La Corte define una agenda y tiene sus tiempos. Hay cuestiones con más impacto económico o menos impacto y de algún modo va buscando el momento para tomar sus decisiones”, le confía a la THC una fuente judicial cercana a la causa.