En la imagen hay dos siluetas. Una, inconfundible. La otra, casi espectral. Podría resumirse así: una hoja de cannabis y un hombre. Podría decirse más: un emblema y quien lo atraviesa. Un perfil parece la prolongación del otro. Pero entre las formas hay una línea casi invisible. Ahí aparece el misterio: ¿qué es lo que de verdad las une?
Yendo a los hechos, detrás de la foto tomada por Julieta Colazo, hay un escenario concreto: Expo Cannabis, el evento más grande de Latinoamérica dedicado a la planta. También un nombre: Matías Kulfas, el funcionario al frente del Ministerio de Desarrollo Productivo de la Nación.
En principio no debería sorprendernos que una autoridad vinculada a la industria asista a una exposición relacionada con el cannabis, una planta que los seres humanos hemos usado con múltiples propósitos por siglos. Sin embargo, unas pocas décadas de prohibición reconfiguraron dramáticamente la relación entre la planta y las instituciones. La mutación de ese vínculo estableció un paradigma donde a quienes usan la planta se los persigue y a quienes la necesitan se les niega. De ahí lo complejo de una imagen tan concreta, de ahí la fuerza de su significado.
Quizás sea mucho decir que se trata de una reconciliación, que sólo se alcanzará el día en que se ponga punto final a la ilegalidad del cannabis en todas sus formas, pero definitivamente es un acercamiento. Es una realidad que desde el Estado argentino, luego de casi medio siglo, se mira al cannabis con el interés de quien empieza a redefinir un territorio.
El mismo Estado que sigue aplicando penas de prisión a quienes cultivan la planta, el mismo que a través de sus fuerzas de seguridad detiene, requisa y humilla a miles de personas cada año. Sí, el mismo. Porque el Estado es un laberinto y en sus pasillos, que a veces conducen a la nada, algunas personas empezaron a entender que mantener las mismas políticas ya no sólo es injusto y contrario a todo buen rumbo económico, sino que está a un paso de volverse un ejercicio de poder irracional. Llegado ese punto, una política pública no sólo se vuelve obsoleta, no sólo resulta dañina, sino que se transforma en un enclave antidemocrático.
Nada de esto fue parte de las declaraciones del ministro nacional. Tampoco de las autoridades del Instituto Nacional de la Semilla (INASE), de la Secretaría Nacional de Seguridad Alimentaria (SENASA) ni del Instituto Nacional de Asociativismo y Economía Social (INASE), tres agencias que tuvieron sus stands en la mega feria de Palermo y apoyaron oficialmente el evento. En un punto, se trata de oficinas públicas donde no se definen políticas criminales, ni se tiene la potestad de cambiar leyes penales, algo que es tarea del Poder Legislativo. Pero no hay que olvidar que un hecho es una manifestación.
En ese sentido, desde su especificidad y con su presencia dejaron en claro que el viejo paradigma, en el que el cannabis es una planta demoníaca y quienes la usan son un peligro para la paz, ya no es hegemónico: dentro de las instituciones hay quienes se guían con los datos contundentes de un presente donde el cannabis es medicina, fuente de trabajo y parte de una cultura abrazada por millones.
“La industria del cannabis es una oportunidad para generar un sector nuevo, un sector que hasta ahora Argentina lo tiene de manera muy incipiente”, declaró Kulfas en su recorrido por Expo Cannabis. Y detalló: “Nuestros informes nos indican que podría generar en un plazo relativamente breve cerca de 10mil puestos nuevos de trabajo, uno 500 millones de dólares de producción y 50 millones en exportaciones, además de 100 millones en inversiones”. Son números. Quien cuida su jardín no verá en ellos una herramienta para evitar el riesgo de un allanamiento. Son jeroglíficos, pero que pueden ser traducidos más o menos así: ya es claro que seguir prohibiendo la planta es insostenible.
El Estado entra al cannabis, así podría llamarse esa imagen en la que parece abrirse un portal. Y el cannabis es un territorio habitado, no un cuarto vacío. En él hay cultivadores que siempre eligieron autoabastecerse y así fueron los únicos que redujeron el mercado ilegal, criadores y criadoras que a riesgo de enfrentar una causa penal siguieron buscando mejorar la calidad de una planta, usuarios y usuarias de toda edad y tipo que enfrentaron todos los prejuicios, fabricantes de insumos y distribuidoras que nacieron en sótanos mezclando tierra con las manos, cooperativas de facto que eligieron trabajar colectivamente, productores que sostuvieron demandas que nadie contemplaba.
El Estado da sus primeros pasos en un planeta que desconoce. Quizás jamás pueda saldar todas las deudas acumuladas en décadas de furor prohibicionista. Ahora le toca ser justo, lo que supone dar respuestas a un universo emprendedor en lo económico, pero ante todo promotor de más y mejores derechos.
La Justicia de las instituciones no es divina, ni automática, tampoco total, pero sí debe partir de las responsabilidades que impone la realidad. Lo contrario, ya lo conocemos.