Argentina ha dado algunos pasos para dejar atrás la prohibición del cannabis. Este año se implementó el Registro del Programa de Cannabis (REPROCANN), bajo la órbita del Ministerio de Salud, para que se pueda cultivar y transportar legalmente para fines medicinales. Además, ley para impulsar la industria legal del cannabis medicinal y el cáñamo, ya cuenta con media sanción en el Congreso Nacional.
Estos cambios no hubieran sido posibles sin el esfuerzo y lucha de cientos de activistas. Como es el caso de Matías Faray, quien sufrió en carne propia la persecución del Estado a usuarios y productores de cannabis. Algo que pese a todas las modificaciones, se mantiene.
Hace poco más de diez años, la Justicia imputó a Faray por infracción a la ley de drogas por tener unos quince plantines de marihuana en su departamento ubicado en el partido bonaerense de Morón.
Desde entonces, Matías atravesó un proceso lleno de abusos policiales, y pasó momentos muy duros las dos semanas que pasó encerrado en el calabozo de la comisaría local. Fueron días que cambiaron su vida para siempre.
“El primer día me rodearon un montón de presos y me quisieron clavar una faca, ¡me decían que me lo merecía por meterme con la droga! Y encima la policía me pedía más plata para protegerme”, le recuerda a THC Matías Faray.
Matías luchó para que la Justicia reconociera su inocencia. Sin embargo, la decisión fue mantener la causa abierta, hasta que días atrás prescribió.
Esto significa que, a una década que Faray comenzara el peor calvario de su vida, hoy es una persona libre, a pesar que ningún juez se animó a firmar su sobreseimiento.
“Técnicamente, la prescripción es un causal de extinción de la acción penal. Y la extinción de la acción penal es una de las causales del sobreseimiento”, le explica a THC la abogada Gabriela Basalo, miembro del Centro de Estudios de la Cultura Cannábica. Ella junto a su colega Luis Osler, acompañaron a Matías desde el principio.
El comienzo del horror
Hace diez años, el movimiento cannábico comenzó a tomar vuelo en todo el país a partir del surgimiento de organizaciones civiles, movilizaciones y una mayor presencia en la vida pública que visibilizó la situación de cultivadores y cultivadoras.
Por entonces, Matías Faray fue una de las caras más reconocidas. Su compromiso era total. De hecho, fue entrevistado en televisión donde explicó la importancia de dejar de penalizar el autocultivo, un término desconocido para la mayoría de la población en ese entonces.
Pero esta participación mediática no solo podía cuestionarle la consciencia a cientos de televidentes. También encendería las alarmas de los uniformados de la prohibición, como el policía “Mariano”, quien era vecino de Faray.
“Iba a tomar el colectivo para visitar a mi vieja y, cuando estoy por subir, siento que me choca algo. Era un policía que me había agarrado del cuello y me llevó por el aire en la vereda. Me gritaban: ‘tenés la casa llena de marihuana, te vas a comer 15 años preso’. Yo no entendía nada”, recuerda Faray, en diálogo con THC.
Luego, Faray le intentó explicar a la policía que el consumo no era un delito, a partir de lo estipulado por el Fallo Arriola de la Suprema Corte de Justicia, del año 2019. La respuesta de la policía fue contundente: “Dejá de leer esa revista, que por culpa de eso mirá donde estás”, le dijeron en referencia a este medio.
Entonces, con orden judicial mediante, fueron hasta su departamento -ubicado a pocos metros- y allanaron el domicilio. Luego de destruir su casa y quedarse hasta con sus ahorros, lo trasladaron a la comisaría de Morón.
“Me sacaron la plata que tenía ahorrada para ponerme un Grow Shop. Después de rogarles logré que me dejaran $ 3.000 para pagar el alquiler”, dice Faray sobre el calvario que recién comenzaba.
Después de la detención, le hicieron firmar el acta de su declaración y lo metieron en el calabozo de la seccional policial.
“El primer día me rodearon un montón de presos y me quisieron clavar una faca, ¡me decían que me lo merecía por meterme con la droga! Y encima la policía me pedía más plata para protegerme. Les contesté que ya me habían robado y me cambiaron de calabozo para que no tuviera problemas”, cuenta Faray.
Al otro día, su abogada Gabriela Basalo lo visitó -como haría cada uno de los días- y le llevó un ejemplar del diario Tiempo Argentino con una nota en la que el periodista Juan Diego Britos hacía visible su caso en un medio no especializado.
Luego, Página12 también se haría eco de la noticia, junto a otros medios, y el caso se volvió nacional. “Ahí cambió todo”, dice.
“Veo la evolución de esto y me encanta. Antes, hablaba con mi vieja y me decía porqué me exponía tanto. Y yo le contestaba que no la iba a legalizar porque no soy nadie, pero que iba a aportar. Entonces hay algo ahí; un granito de arena que a mi me pone contento por el avance que hay”, dice Matías Faray.
Gracias a que su causa de pronto se volvió conocida, Faray comenzó a tener mayor respeto en los calabozos de Morón. Por un lado, la policía ahora sí creía que no se trataba de un narcotraficante.
Pero además, rápidamente el activismo cannábico salió a apoyar a Matías, visitándolo y llevándole comida, que él repartía entre el resto de los presos. Aunque pasarían otras dos semanas hasta que el Juzgado de Garantías N° 1 del Departamento Judicial de Morón le otorgara la libertad extraordinaria.
Mientras, Faray vivía un verdadero calvario. “Un día tenés un proyecto, como ir a trabajar, estudiar o visitar a tu novia. Pero al otro día ya no se puede hacer. Te cortan la vida”, dice y, luego, agrega: “Yo no iba a soportar mucho más… se me pasaba cualquier cosa por la cabeza. Todos me querían faquear; no se ve la luz del sol y se pierde la noción del día. Cuando uno quiere dormir, la policía te molesta a los gritos. Las requisas son re violentas. A mi se me atrofiaron las piernas por ir al baño del calabozo, que estaba en las peores condiciones”.
“Le tengo que agradecer a los compañeros que estuvieron y me defendieron. Sino, estaba al horno”, dice Faray, tanto por el momento que estuvo preso y por los años que vendrían después que también estuvieron plagados de persecución y discriminación.
El camino hacia la libertad
Después que a Faray le otorgan la libertad extraordinaria, cada paso de su vida era un miedo constante. Y razón tuvo: “Un día me pararon porque tenía rastas”, cuenta sobre la detención racial que se sumaba a cada control vehicular que tuvo que atravesar.
De hecho, en uno de esas requisas, la policía le encontró marihuana en uno de sus bolsillos y volvió a pasar una temporada en la cárcel.
Entonces, su causa avanzó por diferentes juzgados que iban declarándose incompetentes. Luego, otros que le denegaban el sobreseimiento. Pero siempre, en la puerta de cada edificio judicial, se encontraba una multitud pidiendo por su libertad final.
“Todo sumó. En la fiscalía me decían: ‘Flaco, hay 70 personas en la puerta fumando porro y pidiendo por vos, ¿quién sos?’ No es lo mismo estar solo y que haya gente que te haga el aguante. Porque esa gente confirma tu verdad”, dice Faray acerca del activismo.
Faray también destaca sobre todo a sus abogados Luis Osler y Gabriela Basalo. “Me alivia que le saco un peso a los abogados que me defendieron por amor al arte. El día que me enteré fue el cierre de algo”, dice Faray que supo de la prescripción de la causa porque se lo contaron sus letrados durante la última Expo Cannabis, en La Rural.
“La causa significó conocer a una persona como Mati, al día de hoy lo sigo admirando y queriendo muchísimo. Es un tipo intachable desde su ética, militancia y modo de vida que ha resistido situaciones horribles, inhumanas y tratos degradantes”, dice Basalo, quien también recuerda el caso como una “durísima batalla”.
En este sentido, y para tomar dimensión de lo que significa el caso de Faray para el resto de las causas penales que continuaron después, la abogada cuenta que “con Matías fue la primera vez que planteamos el uso medicinal del cannabis. No me voy a olvidar más de cómo se me rio en la cara el secretario del Juzgado 1° de Garantías, burlándose de mi como si quisiera lograr la excarcelación de un mega narcotraficante cuando lo tenían preso por 15 plantas chicas y una pericia mal hecha”.
“Técnicamente, la prescripción es un causal de extinción de la acción penal. Y la extinción de la acción penal es una de las causales del sobreseimiento”, le explica a THC Gabriela Basalo, una de las abogadas de Faray, junto a Luis Osler.
“Este es un ejemplo que muestra como el Poder Judicial en Argentina, al menos desde la democracia, le debe muchísimas cosas a la gente y lejos está de resguardar la Salud Pública. Sino que en muchos casos atenta contra la salud física y emocional de las personas. La causa duró muchos años y esto implicó problemas laborales, entre otros”, asegura Basalo sobre el daño que hizo el Estado y que deberá reparar, como sucede en otros países, cuando avance la regulación.
Aunque ahora Matías Faray ya no figurará en ningún expediente judicial ni tendrá antecedentes, él no cree que haya algún cambio en su vida.
“Me siento igual que siempre. Si me sucede algo hoy con la policía, sé que voy a tener los mismos problemas que habría tenido hacía un mes cuando no sabía que la causa estaba prescripta. Hay muchos pibes y pibas que siguen cayendo por lo mismo. Cuando pasa, lo primero que hago es ponerme en contacto con ellos porque me di cuenta que el apoyo es fundamental”, asegura Faray.
“Si me sucede algo hoy con la policía, sé que voy a tener los mismos problemas que habría tenido hacía un mes cuando no sabía que la causa estaba prescripta. Hay muchos pibes y pibas que siguen cayendo por lo mismo”, asegura Matías
Por último, el activista también reconoce la importancia que tuvieron casos como el suyo para la actualidad del cannabis en cuanto a avance de derechos.
“Veo la evolución de esto y me encanta. Antes, hablaba con mi vieja y me decía porqué me exponía tanto. Y yo le contestaba que no la iba a legalizar porque no soy nadie, pero que iba a aportar. Entonces hay algo ahí; un granito de arena que a mi me pone contento por el avance que hay”, dice.
Para Faray, cada una de las personas que se encuentra en este mundo, vino por algo. Aunque no siempre sea clara esa razón, el activista cannábico que hoy tiene su Grow Shop en Moreno, lo sabe bien: “Vine a este mundo por la planta”, cierra.