Pablo Fazio es el presidente de Argencann, la principal cámara argentina en la que se reúnen diferentes empresarios, emprendedores e inversores que buscan impulsar la industria del cannabis. Argencann es, de alguna manera, una novedad en el mundo del cannabis.
Podría decirse, sin mayores dudas, que quienes la integran no son parte del núcleo histórico que viene impulsando el fin de la prohibición del cannabis en el país. Sin embargo, ahora conforman un ecosistema nuevo en el que se vinculan con organizaciones sociales, cultivadores y funcionarios de Estado.
Ese clima comenzó a desplegarse lentamente a partir de que el gobierno de Alberto Fernández puso en manos de Matías Kulfas, quien fuera el ministro de Desarrollo Productivo, la tarea de empezar a mirar el cannabis desde una mirada productiva.
Todo ese proceso se dio en un marco con los límites que plantea la legislación argentina: se desarrolló a partir de la brecha legal que abrió la ley 27.350, más conocida como la Ley Nacional de Cannabis Medicinal. Una ley que generó un escenario inédito, pero que no puso en discusión las leyes penales que aún pesan sobre el uso y cultivo de cannabis con fines no medicinales.
En los últimos años, dentro de ese marco restrictivo, hubo avances. En concreto fue a partir de una nueva reglamentación de aquella ley sancionada en 2017, que permitió el cultivo personal y solidario, habilitando también su transporte a partir del Reprocann.
Esos cambios fueron cimentando las bases para crear una ley que busca brindar un marco legal a la industria del cannabis medicinal y el cáñamo. Una ley que fue aprobada en el Congreso Nacional y que está a punto de ser reglamentada.
Su reglamentación tiene un punto nodal: la creación de la Agencia regulatoria de la Industria del Cáñamo y del Cannabis medicinal, la ARICCAME.
La agencia, será el primer organismo nacional destinado a regular la planta. Será allí donde se definirán las normas que marcarán el rumbo de una incipiente industria nacional. Entre esos temas, estará el otorgamiento de licencias para la producción y comercialización de cannabis y sus derivados.
Ese es el escenario múltiple y contradictorio de esta conversación.
Si tuvieses que caracterizar cuál es el momento en el que estamos en relación al cannabis y su legalidad, ¿cómo lo harías?
Bueno, en principio creo que estamos viviendo un proceso soñado. Si hace cinco o seis años a cualquiera de nosotros que formamos, de manera periférica o central, parte del mundo cannábico nos hubieran dicho que a esta altura del partido íbamos a estar a las puertas de poder tener una industria legal del cannabis en Argentina, hubiéramos dicho “¡Guau, todo lo que se avanzó!”. Bueno, estamos en ese momento y lo tenemos que poner en valor enormemente.
Sin embargo, hay una idea de que hasta que no tengamos una regulación integral no hay mucho que celebrar.
Legítimamente, parte de la comunidad del cannabis siente que hasta que no se avance con el tema de la despenalización del consumo y la descriminalización, nada de lo que se vaya construyendo tiene valor. Yo en eso me permito no estar de acuerdo. Obviamente tenemos que seguir trabajando para conseguir ese objetivo y está fuera de discusión el tema de que no tiene que haber gente presa por plantar en Argentina, sobre todo cuando estamos empezando a edificar y a días de tener constituida una agencia que viene a regular en la industria. Pero el proceso legislativo en Argentina nos impuso ciertos límites, que fue la no revisión del régimen penal. Aún así tenemos una oportunidad: construir una industria en Argentina, generar una agenda de inversión, de producción, de que mucha de los actores que participaron de todo el ecosistema del cannabis pueda tener la posibilidad de un trabajo formal, de vivir de lo que le gusta y de lo que tiene ganas. Y eso me parece que no es menor. ¿Es perfecto? No, dista de serlo, pero viendo esto como un proceso, que arrancó en el 2016, antes de conseguir la Ley de Cannabis Medicinal, o mucho antes con las marchas y el activismo, siento que tenemos que estar muy contentos, y comprometernos con lo que hay que hacer ahora.
“Tenemos que seguir trabajando: está fuera de discusión el tema de que no tiene que haber gente presa por plantar en Argentina, sobre todo cuando estamos empezando a edificar una agencia que viene a regular en la industria”
¿A qué te referís en concreto?
A focalizarnos en las discusiones que tenemos que dar en lo inmediato y bajo las circunstancias dadas, para que la reglamentación de la ley sea lo que nos permita realmente conseguir nuestros objetivos, y que esta industria se construya de la mano de las pymes, de los emprendedores, de las cooperativas, de las asociaciones que convertidas en cooperativas puedan poner en valor todos esos saberes y todo el trabajo que se viene haciendo desde hace muchos años. Estamos frente a un momento bisagra, ya que si no somos capaces de construir en este momento inicial una ARICCAME que realmente tenga la influencia e incidencia en términos de plantear una visión estratégica, y que tenga poder para anteponer su mirada a la de otras agencias del estado que tal vez tienen posiciones mucho más restrictivas o más conservadoras, vamos a sufrir.
¿Y por qué considerás que este tema debe ser parte de la agenda del activismo cannábico?, ¿por qué el activismo no debería considerar que es un tema más de una cámara empresaria que de organizaciones que tienen una agenda social?
Me parece que es el momento de que estar unidos más allá de ciertos matices que podemos tener, identificando claramente cuáles son los obstáculos y los peligros reales que tenemos enfrente, y trabajar para que esta etapa inicial marque el rumbo de hacia dónde va esta industria. Ese lugar necesariamente tiene que terminar incluyendo entre los usos que la agencia debe entender incluyan en algún momento, ojalá más temprano que tarde, el uso adulto responsable.
Respecto a estos “peligros muy reales” que referís, ¿cuáles son los principales para vos como representante de una cámara de emprendedores?
Hay varias cosas. Hay riesgos que son operativos, y hay riesgos que son más macro. A mí me parece que, en la etapa en la que estamos, se va a tener que dar un profundo debate hacia adentro del Estado sobre qué alcance de industria vamos a construir. Y ese proceso debe estar pensado en términos disruptivos. No podemos buscar las respuestas para esta industria que queremos construir, en disposiciones viejas, construidas desde el prohibicionismo, ya que esas disposiciones no son simplemente cuestiones formales, sino que expresan el prejuicio, las limitaciones culturales y paradigmáticas de mucha gente para interpretar qué es lo que esta ley viene a proponer.
¿Qué limitaciones observás?
Esto se ve reflejado en las opiniones de funcionarios y la forma en la que la burocracia termina definiendo qué es lo que se puede, lo que no se puede y cómo se puede. Esas limitaciones que esa burocracia le viene a interponer a la industria, son limitaciones que pueden a obstaculizar procesos productivos y de comercialización, que necesariamente después terminan poniendo en riesgo la agenda de inversión y de desarrollo que queremos. En última instancia, la posibilidad de tener una industria exitosa en Argentina. Así que creo que el peligro macro es ese, debemos Identificar que realmente del otro lado del mostrador tenemos que seguir trabajando para derribar esas mentalidades, esas perspectivas.
“No podemos buscar las respuestas para esta industria que queremos construir en disposiciones viejas, construidas desde el prohibicionismo, expresan las limitaciones culturales y paradigmáticas de mucha gente”
También mencionabas riesgos operativos, ¿cuáles son?
Hay que pensarlo del lado del que quiere producir algo, sea un emprendimiento chico o grande. No podemos pensar una industria, como la que estamos pretendiendo construir formalmente, sin evaluar dónde estamos hoy, qué industria planificamos de acá a dos años, qué usos contempla o no y qué objetivos regulatorios y en qué plazos el Estado los puede comprometer, porque cada uno de ellos depende la construcción de mercados y de demanda agregada real. Una cosa es que vos digas “Che, mirá, en Argentina el cannabis medicinal posible solamente se va a concentrar exclusivamente en especialidades medicinales o la nueva categoría producto vegetal, y no vamos a avanzar en fitoterápicos o en suplementos dietarios con derivados de cannabis pues no son prioridad. ¿Y los productos de uso veterinario?, ¿y los alimentos y las bebidas?, ¿y toda la agenda del cáñamo?
¿Apuntás a lo que el Estado debería tener claro a la hora de establecer una regulación, incluso en este marco parcial que da la ley de cannabis medicinal?
Claro, en la medida en que el Estado no interprete que tiene que trazar un plan estratégico que suponga objetivos regulatorios y establezca plazos concretos, vamos a estar en problemas. Eso necesariamente supone darle a las empresas previsibilidad para generar inversiones, que no son cosas que se hacen de un día para el otro. Es lo que requiere cualquier privado -chica, mediano o grande- para poner en marcha cualquier proyecto productivo. Hay que tenerlo presente: la ideación y generación de un producto, su registro para que sea comercializado en el país, toma tiempo, 12, 18, 24 meses, teniendo en cuenta la investigación y el desarrollo. Hay que darle previsibilidad a quienes quieren dedicarse a trabajar en esta nueva industria y sentar buenas bases para una regulación más amplia.
¿Cuál es la principal traba para que desde el Estado se comprenda esto y se trabaje en consecuencia?
Hay una gran limitación generacional. Mucha de la gente que tiene que tomar decisiones es mayor. Hace un tiempo, conversando con un funcionario sobre los alimentos infusionados con cannabinoides nos dijo que no creía que se pudiera avanzar con eso. Texualmente nos planteó: “mandamos a analizar un producto y estaba lleno de THC”. La pregunta que hicimos fue qué producto estaba hablando y respondió: “un producto ilegal”. Nada más. ¿Qué era?, ¿un brownie loco que secuestró la policía en el Parque Pereyra Iraola?, ¿en serio vamos a tomar eso como parámetro para pensar una política pública? Si las conversaciones terminan en esos lugares caricaturescos dar pasos hacia adelante es muy complicado.
¿Esa es la mirada dominante en las personas que toman decisiones?
Primero deberíamos definir quiénes son “los que tienen que tomar decisiones”. Cuando vos mirás las primeras líneas del Estado te encontrás con que el Presidente el día que promulgó la ley industrial dijo que “era un triunfo sobre la hipocresía”. El ex ministro Kulfas, en su momento, se puso la camiseta para salir a dar esta pelea, hizo que la ley llegara al Congreso, se consiguió la sanción de la ley. El problema es que muchas veces “los que toman decisiones” no son ni el Presidente de la Nación ni los legisladores que levantaron la ley. Cuando tenemos que ir a la implementación de las cosas, la que toma las decisiones es la burocracia estatal, y el problema lo tenemos ahí. Todos tenemos la expectativa de que la Ariccame venga a cambiar la realidad, de que esta agencia venga a imponer una mirada disruptiva, venga con la agenda de desarrollo para la cual la ley básicamente fue votada. ¿Quiénes van a tomar las decisiones?
¿Cuál debería ser el rol de esa burocracia en este proceso?
Yo espero que haya una bajada política bien clara, y que los segundos y terceros niveles de la administración pública acompañen, y no que obstaculicen. La burocracia estatal tiene que facilitar procesos. No podemos desarrollar un proceso regulatorio para el cannabis mirando regulaciones de hace treinta años. Se tiene que acompañar procesos con creatividad y con flexibilidad de criterio. Se tiene que acompañar inclusive con audacia, porque si lo hacemos tímidamente, los ejemplos en los que nos tenemos que mirar son los de Uruguay y Colombia, que no les ha ido para nada bien durante todos estos años. Han sido más historias de caminos llenos de espinas que historias de suceso.
No sonás muy optimista
Depende, porque al mismo tiempo hay cosas que están pasando que a uno lo hacen creer que este tránsito difícil que está viviendo la industria en el mundo, pueda cambiar. En este punto es donde avanzar con una despenalización te puede cambiar todo el escenario. Por ejemplo cuando en Estados Unidos insinuó que iban a condonar las penas de todos los que estaban presos por portación o por plantación de cannabis, de alguna manera puede hacer que el proceso de regulación en el mundo tome otra dinámica. Mismo el reciente caso de Alemania.
Entonces dependemos mucho de otros, no parece ser una gran alternativa
Lamentablemente muchas veces cuando los países centrales toman decisiones en un sentido, hay cierto “seguidismo”. Pero ¿por qué tenemos que hacer “seguidismo” en Argentina? ¿Por qué nosotros no podemos ser dueños de nuestro propio destino? ¿Por qué tenemos que esperar que los Estados Unidos resuelvan una cosa si la tenemos que resolver nosotros hacia adentro? Y el tiempo que nosotros aprovechemos para desarrollar una industria sana, sustentable, en Argentina, va a ser tiempo ganado para que Argentina se pueda insertar exitosamente afuera. ¿Cómo vamos a insertarnos cuando Estados Unidos ya haya avanzado en todo, o cuando Europa ya haya resuelto todo? ¿Y nosotros qué vamos a llegar, como vagón de cola a esa discusión? Me parece que tenemos que anticiparnos. Ya arrancamos un poquito tarde, pero en la medida de lo posible recortar distancia y en lo que podamos anticiparnos.
“Si no discutimos una industria sustentable ninguna cooperativa, conformada por sectores que vienen del asociativismo o del activismo cannábico, ni ningún pequeño emprendedor, ni ninguna pyme va a poder desarrollarse. No va a sobrevivir ninguno”
Cuando decís “una industria sustentable”, ¿a qué apuntás?
Para mí el tema de la sustentabilidad es fundamental. Es fundamental desde dos puntos de vista. Fundamental para garantizar que actores pequeños se puedan sostener en el tiempo. ¿Quiénes pueden frente a un escenario muy adverso del punto de vista de colocación de productos, de sobreoferta y precios muy bajos, sobrevivir en esos ambientes? Sí pueden empresas con muchas reservas financieras, que podrían decir “bueno, yo entro en este mercado, al principio se van a hacer todos mierda, pero yo a la larga me voy a imponer, porque puedo esperar, yo me puedo permitir perder 4 o 5 años plata, esperando que el mercado madure, porque yo ya voy a tener un pie”. Ninguna cooperativa, conformada por sectores que vienen del asociativismo o del activismo cannábico, ni ningún pequeño emprendedor ni ninguna pyme, puede sobrevivir en ese contexto. Ninguno.
¿Cómo se evita ese escenario?
Fijando objetivos regulatorios con demandas agregadas que sepamos cuánto volumen del mercado interno están en condiciones de abastecer y después discutamos cómo lo abastecemos. Pero ese mercado interno tiene que ser sustentable para los jugadores de ese mercado. Construir oferta sin pensar en la demanda interna va a hacer que la industria argentina enfrente dificultades. Entonces para mí la sustentabilidad tiene que ir de la mano de que la producción tiene que tener un ritmo simétrico a la posibilidad de generación de demanda interna real en el mercado. ¿Es una ecuación compleja de realizar? Sí. Pero digo, tomar decisiones sin contemplar esta realidad lo único que me parece que va a dar es que el índice de falla va a ser muy grande. Eso para mí es un mercado sustentable.
También mencionaste la idea de una “industria sana”, ¿cómo es eso, apunta a la sustentabilidad?
No, “sano” tiene que ser un mercado en el que básicamente no haya una especulación administrativa, que pueda haber un mercado secundario de licencias, que exista el “Yo tengo una licencia, te la vendo”. Los procesos tienen que ser bastante claros. Por ejemplo, sería ideal pensar la entrega de licencias con una convocatoria a proyectos. Con un criterio de evaluación muy transparente respecto de qué puntaje se le va a dar a cada proyecto y en función de qué.
¿Podrías dar un ejemplo?
Por ejemplo, cualquiera se debería poder presentar, una pyme, una cooperativa, una gran empresa. Se podría asignar un puntaje équis si son mujeres, o si más del 50% de los emprendedores son mujeres, porque nos interesa que esta industria sea una industria inclusiva y con perspectiva de género. Bueno, entonces, los proyectos pensados con perspectiva de género van a tener 10 puntos. Si aparte son cooperativas, van a tener 10 puntos más. Eso puede establecer criterios de a dónde apunta la industria, favoreciendo a los pequeños actores muy transparentemente. Después, obviamente hay una parte que tiene que ver con la matriz económica. Bueno, a ver, ¿cuál es tu proyecto? ¿A quién le vas a vender? ¿Tenés capacidad? Suponete que vos sos una empresa buenísima, que tiene inteligencia comercial en cannabis y vas a desarrollar mercados de exportación. Bueno, buenísimo. Me traerás firmados que tenés preacuerdos de exportación con Alemania o con Israel, o donde quieras mandar el producto. Y después, es una matriz de evaluación de proyectos.
¿Algo así sería realizable?
Para empezar, el estado argentino está muy acostumbrado a evaluar proyectos. Y creo que el tema de las licencias, que va a ser siempre un tema complicado, se debería manejar con un sistema bien transparente, como un portal de información pública, pero de proyectos de cannabis, donde estén todos los proyectos que se presentaron y qué evaluación tuvieron, y por qué se eligieron los que se eligieron: porque eran los mejores. Vamos a suponer que por determinada situación un año se establece un determinado cupo de licencia. Bueno, yo quiero que todos puedan saber a quiénes se las dieron y por qué, que realmente esas licencias expresen el espíritu de la ley.
¿Y cuál es el espíritu de la ley industrial?
Está escrito. Que se privilegie a los emprendedores, a las cooperativas y a las pymes. Tan simple como eso. A ver, si después no se presentó ninguna pyme, o no se pudieron armar cooperativas. También hay que demostrar capacidad económica para hacer un proyecto, porque hacer un proyecto no es simplemente decir “Tengo ganas de hacer un proyecto”, pero lo lógico es que el Estado te pida que muestres cómo lo vas a hacer. Tenemos que entender que estamos enfrentando esta situación de regulación, de lanzamiento de esta industria, en un contexto internacional complejo para la industria, y en una situación macroeconómica en Argentina muy delicada. O sea, al Estado no se le cae una moneda del bolsillo para nada prácticamente, con lo cual ¿qué vamos a esperar: que el Estado financie los proyectos? Yo lo veo complejo, sinceramente. Tenemos que tener en cuenta que al Ministerio de Desarrollo Productivo, ahora Secretaría, le redujeron un 45% del presupuesto y ese cercenamiento vino fue sobre todo a los programas de financiamiento pyme.
Bueno, dar licencias con criterios claros sería una buena política pero, sin poder brindar créditos, ¿de qué otra manera puede el Estado empujar una industria que incluya a todos?
Las empresas de cannabis, sean cinco, sean diez o sean mil, tienen que tener un horizonte de sustentabilidad. Y ese horizonte de sustentabilidad se tiene que garantizar, en términos de una economía social de mercado. Y eso tiene ver también con proteger la industria nacional, no favorecer el ingreso de ingredientes activos del exterior. ¿Saben que Argentina es el tercer importador de APIs [Ingredientes Farmacéuticos Activos, por sus siglas en inglés] colombianas? Sí, Argentina es el tercer comprador global de Ingredientes Farmacéuticos Activos de derivados de cannabis de Colombia. ¿Por qué pasa eso? Porque se habilitó la importación de principios activos y la industria farmacéutica en Argentina se abastece históricamente de principios activos que no se elaboran en el país. Históricamente, de China, de India y de otros mercados. Si nosotros queremos pensar los encadenamientos productivos de la cadena del cannabis, desde la semilla, como dice Gabriel Giménez del INASE, si queremos una industria que genere valor desde la semilla hasta el producto final, ¿cómo vamos a hacer esa transición? Si le vamos a permitir a los laboratorios que sigan importando todo, yo les puedo asegurar que va a ser imposible que Argentina en un plazo razonable pueda competir con los precios internacionales de un mercado que está sobresaturado.
¿Y en concreto qué se debería hacer para cambiar esa situación?
Si Argentina quiere incubar una industria, si pretende poner en valor los encadenamientos productivos y darle trabajo a los cultivadores, y poner en valor el trabajo de la gente que hace fitomejoramiento o de los laboratorios nacionales que están en condiciones de incorporarse a esta actividad, tiene que haber una administración en comercio internacional en materia de cannabis. Y no tiene que ser simplemente una expresión de deseo: “Vamos a favorecer el abastecimiento con productos de la industria nacional”. No alcanza con que la ley diga eso. Después hay que llevarlo adelante. Porque si no somos un país de buenas intenciones. Y con las buenas intenciones no resolvemos nada: lamentablemente después salen resoluciones inexplicables donde se favorece que se pueda importar insumos. Digo: cuando uno abre esas posibilidades lo tiene que hacer responsablemente entendiendo qué intereses colectivos se afectan. Porque acá nadie está diciendo favorezcamos a esta empresa o aquella. ¡Favorezcamos por favor el nacimiento de un sector! Y un sector que nace es un bebito, hay que cuidarlo. Hay que cuidarlo, si no cómo va a ser esto que todavía no sabemos qué forma va a tener.
“Tenés que armar un esquema flexible, un esquema general para actividades con cannabis y que después vayas dándole forma. Y no es porque no sabemos cómo va a ser en Argentina, ¡tampoco sabemos cómo va a ser en el resto del mundo!”
Pero si no sabés la forma, ¿cómo reglamentás?
Tenés que armar un esquema flexible, un esquema general para actividades con cannabis y que después vayas dándole forma. Pero no le quieras dar forma a algo que no sabés cómo va a ser. Y no es que no sabemos cómo va a ser en Argentina, no sabemos cómo va a ser en todo el mundo. Porque esta industria todo el tiempo se está revisando. Si no pensamos el cannabis afuera de la caja de lo que ya conocemos, no vamos a interpretar el desafío que tenemos.
En todo este proceso se fue conformando un nuevo ecosistema de actores. Podríamos decir que el mundo de los emprendedores acaba de encontrarse con el mundo del activismo cannábico, ¿cómo es esa convivencia?
Todo este proceso fue construido por décadas de activismo en la calle, que quizás se visualizó normativamente a partir de la Ley 27.350, con todas sus dificultades y demás. Creo que lo que podemos llamar “colectivo cannábico” hoy también tiene como actores a quienes queremos desarrollar una industria legal y eso implica un nuevo estatus legal, pero también social y cultural. Todo esto supone un desafío enorme hacia adentro de ese “colectivo cannábico”. Indudablemente para los propios actores preexistentes de las comunidades que tanto trabajaron por hacer esto realidad hay un desafío desde el vamos: un mercado legal impone formalidades.
¿Qué tipo de formalidades?
De todo tipo. Es parte de la legalidad que se busca. Obviamente todos queremos un mercado que incluya y que represente, y en el que la gente que viene del activismo pueda poner en valor su trabajo, su conocimiento y demás. Sin esos saberes y esa experiencia todo sería mucho más complicado. Pero también le impone a esos mismos jugadores la capacidad de desarrollar habilidades para insertarse en ese mercado, digamos: constituirse formalmente en muchos casos, poder pensar su actividad como cualquier otro emprendedor en cualquier otra industria, poder armar un plan de negocios, un resumen ejecutivo, poder ordenar esas ideas y transformar esas ganas de hacer algo en un proyecto. Y bueno, me parece que ese es un desafío, un desafío enorme. Y, además, esta nueva realidad le abre la puerta a nuevos jugadores, a gente que quizás no pertenece a ese “universo originario” del cannabis.
“Las leyes son para todos, para los nuevos y para los viejos. Y en esto me parece que también hay que hacer un esfuerzo. Todos, los viejos y los nuevos, queremos una regulación cada vez mejor, cada vez más integral que respete a todos. Es momento de abandonar los prejuicios”
Aunque suene un poco incómodo vos sos uno de esos nuevos jugadores.
Yo soy uno de los tantos ejemplos. Y ser nuevo o ser viejo en un mundo determinado ya no es la discusión en este punto. Y tampoco haber hecho durante muchos años te da más legitimidad para hablar de un tema que a otro. Porque las leyes son para todos, para los nuevos y para los viejos. Y en esto me parece que también hay que hacer un esfuerzo. Todos nosotros, los viejos y los nuevos queremos una regulación cada vez mejor, cada vez más integral que respete a todos. Al mismo tiempo, también trabajamos para que caigan los prejuicios. Muchas veces deberíamos pensar que limitarse a pedirle a los otros que abandonen sus prejuicios y su mirada restrictiva no es lo único, sino también abandonar los prejuicios propios y las restricciones propias. Es momento de dejar los prejuicios atrás. El mundo del cannabis se amplió, es lo que se buscaba, se luchaba por ganar espacios y conquistas. Se va en esa dirección y en esa dirección aparecen actores nuevos que no son los malos de la película ni se vienen a usurpar espacios, y tienen la misma legitimidad que los que estaban “inicialmente”. Es una falsa dicotomía que aporta poco.