Hasta la década del ’70, en Argentina se producía cáñamo. Esto sucedía en la provincia de Buenos Aires: en la localidad de Jáuregui, el belga Jules Adolf Steverlynk fundó la compañía Linera Bonaerense donde también se cultivaba lino. Sin embargo, con el comienzo de la última dictadura cívico eclesiástico militar en nuestro país se sepultó el proyecto con más de veinte años de desarrollo alrededor de esta variedad del cannabis. Pero ahora, un grupo de investigadores, organizaciones sociales y trabajadores del Estado están encarando un trabajo al mejor estilo Indiana Jones: buscar la semilla perdida de la genética nacional del cáñamo.
La semilla perdida
En nuestro país, hoy está sucediendo un hecho que es muy similar a una película infantil estrenada hace exactamente diez años. Se trata de El Lórax: en busca de la trúfula perdida.
La animación es protagonizada por un señor amargado, un gato dorado volador y un niño idealista que pretende encontrar lo único que le haría ganarse el afecto de la chica de sus sueños, quien desea ver un árbol verdadero. El desafío del joven es buscar la última semilla perdida del árbol, en un mundo hecho de plástico, donde el oxígeno es vendido por un villano empresario que, décadas antes, eliminó su rastro por completo.
“Cuando abrimos esta agencia regional, en octubre de 2021, una de las líneas de trabajo era explorar toda aquella semilla o germoplasma de cáñamo que estuviera en la zona. Fundamentalmente, con el ejemplo y experiencia de la Linera Bonaerense, que tuvo un proceso de industrialización del cáñamo”, cuenta Fernando Zapata, responsable INASE en Mercedes.
Como en toda producción infantil, el final es feliz y los jóvenes por fin conocen cómo son los árboles. Esto mismo es lo que en este momento desea un grupo de soñadores argentinos que se embarcaron en una misión digna de Indiana Jones: encontrar la semilla de cáñamo nacional que fue utilizada en Argentina hasta la década del ’70 y que luego fue erradicada por unos villanos que vestían de verde oliva.
Genética nacional de cáñamo: ¿Dónde está el tesoro?
Uno de los líderes de la expedición en la búsqueda del cáñamo nacional es Fernando Zapata, responsable de la oficina regional de Mercedes del Instituto Nacional de Semillas (INASE). Precisamente, la búsqueda se realiza en esta zona de la provincia de Buenos Aires porque se encuentra a unos 25 kilómetros de la localidad de Jáuregui, donde funcionó la compañía Linera Bonaerense.
Allí, el belga Jules Adolf Steverlynk fundó un proyecto textil en la década del ’50 donde se procesaba algodón, lino y cáñamo. La última cosecha del Hemp se realizó en 1975, en un total de 250 hectáreas.
“La semilla es el primer recurso con el que se agrega valor y por el cual empiezan los procesos agropecuarios. Sea para alimentación u otros productos. Sin semilla nacional propia es difícil que garanticemos una cadena de producción que beneficie a la sociedad argentina. Cuando hablamos de semilla extranjera, es conocimiento generado por otros que dan beneficios a otros”, asegura Zapata.
Según los relatos de las personas que vivían allí por aquel entonces, las plantas de esta variedad del cannabis crecían por todas partes. Incluso en las cañerías de las casas, porque los pájaros se alimentaban de las semillas que luego desperdigaban al defecar. Cientos de hippies y curiosos viajaban a estos campos para conseguir algunas flores de las plantas salvajes, sin saber que carecían de THC. Pero este paraíso sería sepultado más tarde por la dictadura cívico eclesiástica militar al mando de Jorge Rafael Videla. Al menos, hasta ese momento.
“Cuando abrimos esta agencia regional, en octubre de 2021, una de las líneas de trabajo era explorar toda aquella semilla o germoplasma de cáñamo que estuviera en la zona. Fundamentalmente, con el ejemplo y experiencia de la Linera Bonaerense, que tuvo un proceso de industrialización del cáñamo”, cuenta Zapata en un diálogo exclusivo con THC.
La línea de investigación
Si bien la búsqueda de la genética de cáñamo nacional parece una misión imposible –ya que se trata de una semilla que hace más de cincuenta años fue prohibida totalmente–, el equipo tiene una línea de hipótesis y trabajo para poder conseguir la mayor cantidad de información posible.
“Las primeras acciones son entrar en contacto con las organizaciones de cultivadores de la zona, con municipios y proyectos de desarrollo del cannabis”, dice Zapata sobre la posibilidad de personas que hayan mantenido la genética.
Por otro lado, el responsable del INASE en Mercedes cuenta que también se indagará en el propio territorio de Jáuregui con las personas que trabajaban en la Linera. “Son parte de la historia, pero viva”, dice. Luego agrega que es una idea que surgió por parte de los actuales propietarios, quienes también están interesados en reconstruir la historia del cáñamo. “Esto supone ser un tesoro perdido. Pero fue una realidad de muchos años y es parte de su historia”, dice Zapata
Por otro lado, Zapata cuenta que están comenzando a tener acceso a los registros de producción de cáñamo. “Son datos muy interesantes desde lo agronómico. Cuando se describe un cultivar se hace a partir de sus características propias y distinguibles, pero no se hacen menciones productivas”, agrega.
Además, el equipo revisará los documentos de importación en el Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca. Un dato que ya tienen es que el material fue traído desde Europa, junto al lino.
Desarrollo nacional con la genética de cáñamo
Para el equipo liderado por Zapata, la búsqueda de la semilla de cáñamo que se utilizó en el país no significa solo un hecho documental. Además, es un recurso estratégico de soberanía.
“La semilla es el primer recurso con el que se agrega valor y por el cual empiezan los procesos agropecuarios. Sea para alimentación u otros productos. Sin semilla nacional propia es difícil que garanticemos una cadena de producción que beneficie a la sociedad argentina. Cuando hablamos de semilla extranjera, es conocimiento generado por otros que dan beneficios a otros”, asegura Zapata.
“La idea es volver cultivar, orientado al uso medicinal. Pero queremos hacer un plan integral donde haya un café cannábico con recetas culinarias de cáñamo. También una muestra de museo con la maquinaria de la época. Ahora están tiradas ahí”, dice Mike Bifari.
En este sentido, el responsable del INASE cuenta que la mayoría de las frutas y verduras que se consumen en el país tienen origen extranjero. “En tomate, el 95 % de las semillas son importadas”, señala.
Capitales en fuga
Esta situación significa un impacto económico directo. Esto es así porque la utilización de una genética patentada por un privado implica no solo el requisito del pago por los derechos de su uso, ya sea para la investigación como así también un proyecto productivo. Además, se deben comprar los insumos que están incluídos en el mismo paquete tecnológico que establezca la compañía vendedora.
Para tomar dimensión, el dinero que Argentina invierte en la importación de fertilizantes es casi idéntica a la exportación total de carne. Según datos de la Cámara de la Industria Argentina de Fertilizantes y Agroquímicos, en 2021 el país pagó unos 2.280 millones de dólares. Mientras que la exportación de carne significó unos 2.788 millones de dólares, según datos de la Cámara de la Industria y el Comercio de Carnes y Derivados.
“Las primeras acciones son entrar en contacto con las organizaciones de cultivadores de la zona, con municipios y proyectos de desarrollo del cannabis”, dice Zapata
Otro dato aún más abrumador lo aporta el consultor Salvador Di Stéfano. Entre el período de mayo 2021 y el de este año, Argentina registró un cobro de 89.513 millones de dólares por exportaciones de granos. Pero el pago de intereses, dividendos y transferencias de capital asciende a 92.776 millones de dólares, lo que significa que el país perdió unos 3.264 millones de dólares.
Por eso, la utilización de un germoplasma nacional abarataría considerablemente estos costos por la utilización de recursos extranjeros, en un contexto donde en el país escasean los dólares.
Cáñamo para todos y todas
El plan del equipo que busca la semilla nacional del cáñamo justamente es poner en valor el desarrollo argentino. Pero Zapata no se encuentra solo. A su lado se encuentra Mike Bifari. Él es un activista argentino que trabajó en cultivos de cáñamo en Oregón, Estados Unidos. Bifari también fue parte de la construcción de varios museos del cannabis en el mundo.
Actualmente, Bifari también pretende hacer un complejo turístico en la Linera Bonaerense. La idea es volver a poner al cáñamo en el centro de la escena. Además, se aportaría un nuevo ingreso a Jaúregui con personas que visiten el lugar.
“La idea es volver cultivar, orientado al uso medicinal. Pero queremos hacer un plan integral donde haya un café cannábico con recetas culinarias de cáñamo. También una muestra de museo con la maquinaria de la época. Ahora están tiradas ahí”, cierra Bifari.