Marcela se encuentra hace horas sentada en la computadora editando minuciosamente el video final de lo que será uno más de su ya larga colección en su canal de Youtube. Mientras mira la ventana que da a un bosque montañoso en el que se sumerge el pueblo, recibe un mensaje de Whatsapp que le indica que la comitiva está llegando.
Un encuentro con más de 70 personas guiadas por Claudio María Dominguez, que viajaron más de 15 mil kilómetros, desde Argentina, para disfrutar de una visita guiada con Daisy May Queen por las calles de Rishikesh, una pequeña ciudad del norte de India conocida por ser la Capital Mundial del Yoga.
Dejarlo todo
Hace 10 años, Marcela María Delorenzi dejaba atrás una carrera como locutora que la llevó a ser la voz que marcó a una generación que creció escuchándola pisar pistas en la FM Hit 105.5, y se mudó a la India, para abrirse en un camino de descubrimiento e introspección. Pero ese camino, a diferencia de lo que muchos creen, fue mucho más natural. Es que su relación con la India siempre estuvo ahí.
Su fanatismo por la banda británica Queen, del cual deriva su nombre artístico, la llevó a indagar sobre la cultura hindú en la que creció el líder de la banda durante su estadía en Bombay, en sus primeros años de formación.
A los 27 años, Marcela viajó por primera vez con la excusa de buscar las cenizas de Freddy Mercury. Pero el vértigo de la radio y la televisión aplacarían esa búsqueda y llevarían a la tres veces nominada al premio Martín Fierro por otro camino.
Sin embargo, la separación con su pareja primero, y un insólito accidente en el que un colectivo la atropelló en tiempos en los que participaba como jurado del reality Operación Triunfo, fueron los dos indicios que le permitieron hacer una pausa a su profesión, plantearse si realmente estaba haciendo lo que quería y, ahora sí, comenzar un camino de introspección.
De un momento para el otro, Daisy pegó un volantazo total en su vida. Tras convertirse al hinduismo, desembarcó en 2012 en Rishikesh, una pequeña ciudad de la India de 60 mil habitantes ubicada a las puertas del Himalaya, para profundizar en el arte de la espiritualidad.
Hoy, quien fuera estrella de la radio argentina pasa sus días creando recetas para la pastelería vegana de la cual es dueña. También viaja gran parte del año como guía turística de grupos repletos de argentinos. Y además, gestiona su propio canal de Youtube en el que recopila estas travesías y aventuras que hace a lo largo y ancho de este país inemnso.
La meca del cannabis
“El cannabis en India tiene otra significación, otro aura. Si bien hay quienes la utilizan de modos recreativos, acá la gente antes de fumar tienen un ritual. Ellos le agradecen a Dios y le piden permiso a la planta para fumarla”, cuenta Daisy May Queen en una charla exclusiva que tiene con thc.
Resulta que la India guarda una relación íntima con el cannabis, que se remonta hasta el momento de la creación divina de la planta.
Según los textos sagrados hindúes, Shiva, el Dios de la destrucción, mientras libraba una batalla con ángeles y demonios durante la creación del mundo, se intoxicó con un veneno que le causó un dolor tan letal que, de la única manera que pudo sofocarlo fue bebiendo bhang. Se trata de un batido típico de la India que está hecho a base de la planta de cannabis y otras especias.
Shiva se curó usando cannabis. Así que este Dios se encargó de esparcir sus semillas por el mundo. Desde entonces, la India es una de las mecas mundiales de la marihuana. Desde allí, la planta se introdujo a los dominios británicos durante los siglos XVIII y XIX, entre ellos la isla de Jamaica.
La diversidad climática hindú permitió que se desperdigarán –como pretendía Shiva– tanto variedades índicas como sativas. Las plantas se caracterizan por el desarrollo de cuantiosas ramas laterales y, especialmente, una gran cantidad de ramaje en el extremo superior. Sus hojas son similares a las de la caña y presenta una enorme cantidad de cúmulos florales.
Su efecto es altamente psicoactivo, acompañado de un aroma a incienso con un dejo mentolado en el sabor. Probablemente, el alto efecto psicoactivo sea lo que no les convence a las autoridades del estado hindú a legalizar el cannabis: hoy está criminalizado su uso y tenencia, aunque forma parte de los ritos sagrados de la comunidad de los shadus, entre otros.
Hoy, con sus dualidades y contradicciones, el cannabis es una planta sagrada vista como una ofrenda, como un sacramento, para una religión que abarca una población de más de 1.000 millones de personas y alrededor del 80 por ciento de toda la India. Daisy May Queen es una de ellas.
¿Cómo es tu relación con el cannabis y cómo fue cambiando a medida que te fuiste profundizando en la cultura hindú?
Mi relación con el cannabis siempre ha sido muy hermosa, fue un gran despertador para mí. No me la tomo muy a la ligera. En Argentina, me gustaba que fuera algo recreativo pero finalmente terminaba con todos mis amigos hablando de cosas trascendentales, o problemas que cada uno tenía al que le aportábamos ideas creativas para solucionarlos, eso a mí no me parece recreativo en absoluto.
A medida que pasaron los años y la fui usando, me fui dando cuenta de que la planta de cannabis tiene realmente una magia que implica abrirte la cabeza, expandirte la conciencia, brindarte información que vos no habías notado. No que no supieras sino que no lo habías notado. La planta te hace notar cosas. No me extraña que en un lugar como la India, donde la mayoría de las cosas tiene su aspecto espiritual, a la planta se la utilice para comunicarse con Dios, que es todo lo que desconocemos. La planta te hace caer la ficha, te hace carne. Desde la pandemia no fumo más, y a la planta la uso solo en determinadas fiestas, porque realmente creo que ya estoy lo suficientemente fumada de por vida.
¿En qué elementos notás las diferencias culturales que India tiene con respecto a la planta?
Hay mucho respeto. Al indio no le gusta que seas irrespetuoso. No le gusta que te chupes una cerveza y te fumes unos fasos; es irrespetuoso para el Dios que representa la planta. Generalmente son los extranjeros los que vienen con la onda del uso recreativo, y el problema es que no tienen conocimiento de la ceremonia y lo que significa la planta. El resultado que van a obtener es muy diferente al que podrían si realizan la ceremonia, si lo toman como algo espiritual: si vos no la usás para meditar, para conectar con Dios de manera introspectiva, si no le das importancia, la planta no te va a dar importancia a vos. Y si cumplís la ceremonia con la planta, ella te va a devolver más de lo que esperabas.
A paso firme
Pese a esta relación simbiótica entre la religión y la planta, el carácter legal en la India siempre se mantuvo en grises que, hasta el día de hoy, son matizados por las costumbres. En medio de una Guerra Fría que estaba llegando a su fin, el gobierno de la India decide sumarse a la batalla mundial contra las drogas, y declara ilegal la tenencia del cannabis en 1985, en un claro gesto de acercamiento con un Estados Unidos victorioso. Pero, en las pruebas, su implementación quedó trunca.
“No pudieron con la planta. El único tema es que hay estados que son más musulmanes o más católicos y ahí la cosa se puede llegar a complicar un poquitito. Pero igualmente, en esos estados donde está prohibida, nadie te va a decir nada. Pero si sos extranjero la policía te puede agarrar con el verso para sacarte plata, pero la prohibición es meramente figurativa”, asegura Daisy.
“Acá la planta es sagrada, no se puede prohibir al cultivo. Sería como prohibir a Shiva o al propio hinduismo. Crece como yuyo y, si la querés usar, todo bien. No se puede vender”, cuenta Daisy May Queen desde la India.
En la actualidad, los seguidores de Shiva le rinden culto y, a través del humo de la planta del cannabis, buscan conectarse con él. De hecho, una vez al año se celebra en todo el país el Shivratri o la Fiesta de Shiva: una festividad en honor al dios de la destrucción, donde está legalizada la venta de bhang, y quienes lo producen lo hacen con las propias plantas de cannabis que crecen naturalmente en los templos y alrededor de las ciudades.
“Todos los Shivratri tomo bhang y hay comunicación: digo ‘¡Gracias, Shiva, gracias!’, es lo más lindo que una puede vivir. ¿Sabés lo que es tener el Whatsapp de Dios?”, dispara Daisy.
¿Cómo son las Fiestas de Shiva?
Son muy particulares dependiendo el lugar. Por ejemplo, en Varanasi, que es como la Jerusalén pero del hinduismo, te encontrás con que ofrecen en negocios a la calle bhang lassi, que es similar al bhang pero además le agregan azúcar, leche, cardamomo y frutas. Y a mí me cuesta mucho hacerles entender cómo usar la planta cuando no es fumada. Una pareja a la que acompañaba quería probarlo, entonces les advertí que compartieran uno entre los dos, pero que solo bebieran dos o tres cucharaditas. A la media hora se habían bajado todo el batido y terminaron destruidos los dos. Si nunca tomaste la planta, tarda más en pegar pero cuando pega, volás, es tremendo. Todo el mundo está volando en Varanasi porque es la ciudad de Shiva, todos los babas fumando. Y algo llamativo: donde más crece la planta es en los Templos de Shiva, tienen plantas por todos lados.
En Argentina está comenzando un lento proceso de regulación del cannabis. Desde la India, ¿qué lectura hacés?
La prohibición del cultivo de cannabis es una cuestión meramente cultural: acá la planta es sagrada, no se puede prohibir el cultivo. Sería como prohibir a Shiva o al hinduismo; es ridículo pensarlo nada más. Acá crece como yuyo, como pasto, y no se puede vender, pero si la querés usar está todo más que bien. Están todas polinizadas, machos, hembras, y se los fuma así. Cuando llegué al pueblo había por todos lados, pero a medida que fueron creciendo las fueron sacando, si te vas 400 metros ya se ven las plantas en las veredas de las casas y en el campo. La planta nunca debería haber sido prohibida ni se la debe haber considerado una droga en el término en el que la utilizan. Es algo natural, no necesita un proceso químico. Hizo tan bien a mucha gente, no solo a nivel médico sino a nivel espiritual. Es un lindo puente que cruzar, y siempre usándola con respeto y sabiendo por qué la estás usando.