¿Qué es lo real?, ¿cómo percibimos lo que nos rodea?, ¿cuáles son los límites de nuestra conciencia? Una charla con Enrique Symns, el psiconauta argentino que mejor describió el turbulento y deslumbrante tránsito por los estados alucinatorios
Enrique Symns odia la impuntualidad. Cuando entramos al bar de Constitución y San José, unos minutos antes del horario pactado, ya está sentado, esperando. En la mesa hay un vaso con fernet y una botella de Coca-Cola Light por la mitad. Hace unos años, su cuerpo dejó de tolerar el azúcar, pero él ya había elegido mucho antes convivir con
los venenos. Podría decirse que hizo algunas concesiones.
Symns nos observa llegar, pega un trago y se revuelve en la silla. Sus ojos son los de un niño sabio, atento, todavía capaz de maravillarse con la vida a pesar de haber alcanzado a pisar el último peldaño del dolor.
La primera vez que alguien ve a Symns en un escenario comprende cuánto le mintieron. Symns ha vivido para desarmar los laberintos de su mente, para volver del otro lado de las rejas trayéndonos una experiencia irrepetible. Y para dejarnos escrito en sus libros y crónicas aquello que ha encontrado en ese vacío. No resulta fácil enfrentarse a este escritor y periodista que ha torcido el rumbo del oficio en Argentina y parte de la región hace algunas décadas, llevando sus preguntas más allá de los márgenes de lo permitido en su legendaria revista Cerdos & Peces.
Cuando encendemos el grabador, Enrique adelanta con su mirada que no tiene ganas de entretenerse. Pretende mostrarnos los entreverados senderos que han configurado las alucinaciones, y la llama tiende a apagarse antes de lo esperado. Enciende un cigarrillo y comienza a desenredar, con la urgencia propia de la lucidez, el nudo de ideas que recubre un enigma tan antiguo como el ser humano.
¿Cómo definirías una alucinación?
El primero en hablarme de las alucinaciones fue Alfredo Moffat, cuando los psiquiatras y psicoanalistas las intentaban definir como “algo que estaba por fuera de la realidad”. La palabra real viene de la orden del rey. El rey era el representante de Dios en la Tierra. Todo lo que decía el rey era lo que decía Dios. La realidad es una orden. No existe nada que sea real, todo está en nuestra imaginación. Todo depende de cómo es integrado por la conciencia. La conciencia la puedo entender como ese reflejo falso de mí mismo, que todo el tiempo proyecta cadenas asociativas en mi mente. El creador del ser humano, ya sea un código genético alienígena o Dios o este poroto, estableció que solamente podemos estar dentro de nuestra conciencia.
Yo nunca voy a poder estar en la tuya. Es una vida muy miserable, muy mezquina, ¿qué voy a poder conocer del mundo si estoy encerrado en mí mismo? Por eso es tan importante leer la novela La mano izquierda de la oscuridad, de Ursula K. Le Guin, en donde en el planeta que ella describe, cada persona se transforma en otra dependiendo de a quién conoce. Entonces la conciencia actúa permanentemente, en el estado de vigilia, en los sueños REM. Y para ella, todo lo que percibe, en cualquiera de esos estados, es real. Por lo tanto, si para la conciencia los sueños son reales, eso es parte de nuestro yo.
¿Las alucinaciones son reales porque así las percibe nuestra conciencia?
Yo no dije eso todavía. Primero definamos qué serían las alucinaciones, ¿ver algo que no está? La más simple de las definiciones. Ver una araña gigante que el único que la ve soy yo. Ese criterio, que al ser una experiencia aislada, solitaria, no es real y no tiene valor, es un criterio psiquiátrico.
La antipsiquiatría lo condenó ya en la década del 60, con David Cooper y el italiano Franco Basaglia. Ellos demostraron que la esquizofrenia es un estado superior de la conciencia, más alto. La paranoia es otra cosa. Es una proyección que viene de una acumulación de tensiones. De miedos y de errores que uno ha cometido y que se proyectan. Cooper decía que un paranoico sabe que lo persiguen, pero se equivoca en la descripción que hace de esa
persecución.
Por ejemplo, Artaud creía que lo perseguían desde las cimas del Himalaya unos sabios que estaban dentro de su cerebro. El lenguaje que tenemos no está hecho para describirla. Por eso el esquizofrénico tiene una conciencia superior, porque utiliza dos lenguajes al mismo tiempo. En el mismo idioma. Pero está diciendo dos cosas a la vez, como mínimo. Por ejemplo, él te dice “estoy asombrado” y quiere decir lo que vos entendés y además que tiene sombras.
Si no estás loco no podés saber lo que es la realidad, no tenés la menor posibilidad. Locos, poetas y drogadictos. Son los que han experimentado más allá de la razón, los que han logrado un estado de alucinación casi permanente.
Si no es la percepción de algo que no está, ¿qué entendés vos por alucinación?
Yo llamo alucinación a todo esto que está a mi alrededor, ¿por qué lo llamo alucinación? Es una de las peores, una alucinación colectiva, la vemos todos y por lo tanto estoy obligado a verla. No puedo escaparme de ella. En los libros de Castaneda, él contó como recibió conocimiento de dos brujos: uno cuya capacidad mágica era reír y Don Juan, quien podía ver.
Ver es un acto casi imposible, sin embargo los grandes pintores pueden hacerlo. Mientras vos veas el árbol, las líneas continuadas que lo forman, no estás viendo nada. Ellos pueden ver que está todo junto, el árbol, la tierra y el cielo no están separados. Un pintor muy amigo me sentaba frente a unas peceras gigantescas y me hacía mirar sus peces con él durante horas. En un momento empecé a ver colores, luego ojos que se me acercaban y por fin vi algo, que no lo pude representar con el lenguaje, algo que sí saben los pintores como Van Gogh.
Hace un tiempo conté los movimientos del ser humano y no llegan a 40. Estamos educados para tener una percepción compulsiva, mimetizadora, que nos aquieta, nos paraliza, nos obliga a estar todos separados, mirando boludeces, hablando boludeces, en vez de estar todos juntos, chupándonos las tetas por ejemplo.
¿Cómo entra una alucinación en el esquema realidad-fantasía?
La realidad no existe. Es una orden. Lo real, aquello que está detrás de esa orden, no se puede ver. Hay que tomar ácido. No hay manera de ver si no lo hacés. Tomás un ácido y por supuesto que este bar desaparece, no está más,
porque este bar no existe. Hay una diferencia entre una fantasía y la imaginación. La fantasía tiene un objetivo. Tiene una pulsión. Esa fantasía expresa construcciones compensatorias del fracaso de la vida. En cambio la imaginación…
nosotros tenemos dos inteligencias: la racional y la imaginativa, constructora de imágenes y leyendas, y es la que poseen algunos escritores como Lovecraft, Poe, Tolkien, Lewis Carroll. Capacidad de generar mundos que no fueron conocidos por los demás.
Poe sufría delirium tremens por los excesos del alcohol y de ahí sacó todos los cuentos horrorosos que escribió. Pero fijate vos que acertó. Todos sus relatos, y más misteriosos los de Lovecraft, te convencen. Al leerlo uno cree en la existencia de esas criaturas que acechan en el umbral. El tipo vio algo. Son escritores que pueden convencerte de que hay otra realidad, hay otro mundo, paralelo e insospechadamente abundante, peligroso y excitante. Una alucinación es una percepción de ese mundo. Una persona que nunca alucinó, nunca vio nada. Es un ciego. Simplemente miró,
diría Don Juan.
¿Cuáles fueron tus propias experiencias con las alucinaciones?
Las más son las que tuve a través de los excesos con la cocaína. Cosas terroríficas. Encerrarme en un cuarto con cajones de Coca-Cola y un revólver, espiando por la ventana. Llamar a mi hermana y decirle que me mande un guardia de seguridad para que me proteja. Ésas me hacen reír porque son producto de una paranoia. Las que me asustaban más eran aquellas en las que perdí mi identidad. Me despertaba y decía “¿mamá?”. Y mi mamá estaba muerta hacía muchos años. Y yo no sabía quién era ni dónde estaba. Y a veces me seguía todo el día. Iba al kiosco, por ejemplo, y pedía La voz del interior y no lo tenían. Le decía cómo un kiosquero de Rosario no lo va a tener. Y estaba en Capital Federal. Y el tipo me miraba. Eso me daba más miedo.
¿Y solamente tuviste esas experiencias ingiriendo sustancias?
No, una vez también hice un experimento de oscuridad total, como hizo Burroughs. Tenés que pasar 24 horas en una oscuridad absoluta. Y de repente pegaba un salto en la cama. Y era yo mismo. Me podía mirar. Es como dice Heráclito: todo lo que viene de la vista es una mentira. Pero yo escuchaba mi voz. Era la primera vez que tenía una percepción alucinatoria de mí mismo. Salté en la cama. Iba a prender la luz pero volví de a poco. Y sentí de nuevo
a alguien en la cama. Era yo. Pero no me podía registrar. Prendí la luz y no la apagué nunca más. Duermo con la luz prendida.
También viví en estados alucinatorios, filosóficos, en Brasil, en España, sobre todo en la maravillosa década del 80, donde se premiaba la alucinación. Había grupos de contención, algunas sectas esotéricas que yo detestaba, pero estaba bueno lo que sucedía.
¿Cuál es la diferencia entre un estado alucinatorio y una alucinación?
Una alucinación puede ser efímera. Un estado es permanente. Lo más lamentable que ha sucedido con las alucinaciones es que fueron relacionadas a la locura. Si hubo tres instituciones nefastas en el mundo fueron la Iglesia, la psicología y la ley. La psiquiatría es la forma más sofisticada de la locura. Como pasó con los dioses paganos, que eran 50 y de repente Ra dijo “yo soy todos”, la psiquiatría se adjudicó el poder de designar lo que pasa en la mente de las personas. Inventó la neurosis, la proyección y la psicosis, que son las tres enfermedades psiquiátricas. La gnoseografía psiquiátrica es pura pornografía. Los que han sido atrapados bajo esa red etiquetadora son confinados en galpones de hospitales o en el nido de víboras de su propia familia.
No hay nada más peligroso para un extraviado que vivir en el seno de una familia “normal”. La normalidad es una gran pesadilla colectiva. Todos vivimos atados a ella. La fueron armando, perfeccionando, dictando a través de siglos los ordenadores del mundo. Así como las máquinas, están también los ordenadores de la vida. Es un complot, que a diferencia de los complots políticos o militares, los miembros del complot no lo saben. Y entonces actúan mecánicamente, de acuerdo a los reflejos de las órdenes que les han dado.
¿El Poder entonces está en quién controla la mirada?
El cine lo habían intentado inventar los egipcios. Hicieron una especie de caleidoscopio, porque querían que la gente estuviese mirando algo. Ésa es la alucinación, que la gente mire. El cine y la televisión les cayeron perfecto. El libro era también un veneno, pero el libro podía traer una contaminación apestosa de los escritores que machacaban sobre las paredes del complot. Ya los egipcios intentaban que la gente se quede quieta y obedezca. Y también están los mentirosos, como los gurúes, manipuladores, psicópatas que no comprenden el mundo, hacen que lo comprenden y entonces lo adaptan a su propio interés.
¿Entonces podemos decir que una alucinación es una verdad tergiversada?
Yo llamo verdad a dar lo que ves, lo que percibís. Una verdad tergiversada es una verdad manipulada. Un paranoico no disfruta de la vida porque se ve como el dueño de un gallinero. Tiene que cuidar a las gallinas para que no se escapen y cuidar de que no entren lobos y se las coman. El psicópata es un tipo que no sabe lo que es vivir e inventa una manera de vivir. Pero tampoco vive.
Como decía Norman Mailer, el psicópata es el hombre del futuro. En el sentido de que tiene que defenderse del mundo. Un psicópata no es un enfermo. El peor es el neurótico. Es infeliz porque está de acuerdo con todo y no puede adaptarse a la normalidad. Hay una angustia en él, un dolor que le impide hacer lo que le ordenaron hacer: casarse, tener hijos, ser feliz, escribir un libro. Y no puede. Hay algo dentro de él que lo escarba, lo roe. Esa angustia es la base de la neurosis. Es como un tipo que se gasta todo en el juego y luego vuelve y se somete al enojo de su mujer. O deja a su mujer o deja el juego. Pero el tipo no quiere eso. Quiere seguir pegado a ese dolor imaginario que él mismo ha creado.