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chamanismo tambores | @ChanwitWhanset

Música chamánica: cómo viajar al ritmo de los tambores

Mis manos se hunden en la tierra. Trato de sacar toda la que sea posible. Es una tierra húmeda, pesada, que vuelve a brotar cada vez que logro cavar el pequeño pozo. Intento empujarla hacia los costados usando mis brazos. Excavo como un perro desesperado, antes de que sea tarde. Quiero meter al menos mi cabeza.

Tum tum tum. Escucho el tambor con más fuerza, me doy cuenta de que nunca ha dejado de sonar. Lo primero que deben hacer es encontrar su propio camino al mundo inferior.

Recuerdo las indicaciones que me dieron antes de comenzar. Las imágenes que se habían conjurado en mi interior se disuelven en medio de ese pensamiento: tomo conciencia de que tengo los ojos cerrados, una venda atada que los envuelve, que mi cuerpo está recostado sobre una colchoneta, que estoy en un amplio salón rodeado de plantas, tapado con una manta.

Tum tum tum. El sonido del tambor golpea las ideas y me devuelve al pozo. Empiezo a palear a su ritmo. Tum tum tum tum. La tierra empieza a ceder, se mantiene calma.

Lo que veo al correrla es una especie de tubo vidrioso que parece no tener fin, en el que apenas entraría mi cuerpo. La tierra vuelve a crecer y a taparlo. Una vez que puedan entrar, deben dejarse caer. Antes de que lo cierre, me lanzo al vacío.

“El viaje chamánico es uno de los caminos más antiguos que encontró el ser humano para buscar la integración, para mantenerse conectado con sus emociones más íntimas y con el universo que nos cobija. Surge cuando no había ni médicos, ni psicólogos, ni psiquiatras y la gente estaba sufriendo y necesitaba ayuda.

Esa ayuda la encontraron conectándose con sus espíritus”, dirá algunos días después Yolanda Estela López, la mujer que guio la experiencia, que se mantuvo durante más de 15 minutos – en cada uno de los dos viajes que hicimos esa tarde– golpeando el tambor a una frecuencia y una intensidad que nunca cambió.

Desde los jíbaros amazónicos hasta los tungus, cazadores nómades de las heladas estepas de Siberia. en muchísimas culturas se usaba el sonido del tambor como un puente hacia los estados alterados de la conciencia, que permitían sanar enfermedades y presagiar los tiempos inciertos que podían avecinarse.

“El toque de tambor a un determinado ciclo de segundos es lo que nos abre la puerta para salir de la conciencia cotidiana. Pero ese elemento solo no alcanza. Es necesario cerrar el resto de los estímulos, crear un ambiente que nos dé oscuridad, comprender el profundo carácter de ritual que tiene el viaje. A diferencia de las plantas sagradas, que tienen el poder para hacerte viajar por sí solas, en el viaje chamánico con tambores también es necesaria la voluntad, el foco y la intención. No viajamos para jugar, vamos por algo que es sagrado”.

Hace más de 10 años, en uno de sus constantes viajes a Buenos Aires desde Tucumán – su provincia natal– para brindar sesiones de astrología, Yolanda Estela López recibió un libro que trastocó el rumbo de su vida: La senda del chamán.

Firmado por el antropólogo estadounidense Michael Harner y publicado por primera vez en 1980, el libro develaba una práctica de sanación que llevaba más de 20 mil años instalada en la humanidad. Había sido desarrollada, con leves diferencias, por culturas que jamás tuvieron contacto entre sí.

Desde los jíbaros amazónicos, el pueblo más numeroso de la inmensa selva americana, hasta los tungus, cazadores nómades de las heladas estepas de Siberia.

Entre las decenas de culturas que Michael Harner describía en su libro, había encontrado un patrón común que las enlazaba: en todas ellas se usaba el sonido del tambor como un puente hacia los estados alterados de la conciencia, que permitían sanar enfermedades y presagiar los tiempos inciertos que podían avecinarse.

“El chamanismo con tambores representa el sistema metodológico de curación mental y física más antiguo y extendido que se conoce”, escribe Harner en uno de los primeros capítulos de La senda del chamán.

Poco después resume los efectos de esas experiencias milenarias que recabó, casi como si se tratara de una invitación formal al abismo.

“Tendrá usted oportunidad de descubrir que, prescindiendo por completo del uso de drogas, puede alterar su estado de conciencia y entrar en la realidad no normal del chamanismo, con el fin de adquirir conocimientos sobre universos que le habían permanecido ocultos”.

Canción animal

La caída parece no tener fin. Empiezo a sentir el vértigo que se agita en mi estómago. Me preguntó cómo puedo tener esa sensación estando acostado en una cama, pero lo que vuelve a imponerse son los golpes del tambor.

Tum tum tum tum. Me devuelven una y otra vez a las visiones internas. En un punto van a atravesar un límite, van a percibirlo. Trato de buscar ese límite, pero a mis costados todo lo que veo es tierra negra. Hasta que en un momento el tubo desaparece y la tierra vuelve a taparlo, pero yo estoy afuera.

Tum tum tum tum. Caigo en un lago humeante, rodeado de piedras. Me pregunto por qué aparezco en este lugar y no en cualquier otro.

Tum tum tum. Cuando logren detener la caída, tendrán que enfocarse en buscar a su animal de poder.

Empiezo a rodear el lago. Siento que voy a desconfiar de cualquier imagen que aparezca, que simplemente la voy a traer a mi mente porque así me lo indicaron. Pero es tan nítida, tan reluciente, tan clara, que sepulta los pensamientos. El animal que debía buscar se aparece ante mí.

Tambores en Siberia. El uso de percusión en el chamanismo se repite en pueblos que no tuvieron contacto entre sí. (@Chanwit Whanset)

“Encontrar el animal de poder es empezar el camino de integración. Es una figura que puede estar representada por leones, osos, lobos, águilas, tigres, búhos, hasta dragones.

Los animales, vistos como guías, son convocados en cada viaje para sanar las enfermedades, para devolver el poder personal perdido. Conectarse con el animal de poder es una manera de mantenerse protegido”, dice Yolanda Estela López, quien llevó a cabo su entrenamiento en la Fundación de Estudios Chamánicos, que representa en Argentina las investigaciones de Michael Harner.

“No se trata de volarse, sino de aprender a sentir el cambio de percepción. Después de tener cierto millaje, entendés que las visiones no tienen que ver con el deseo personal. Si uno tratara de darles forma a su antojo, no podría. Cuando se logran correr por fin los pensamientos, aparecen vivencias que están más allá de la imaginación”.

Nacido en 1929 en Washington, Estados Unidos, Harner fue considerado un enlace clave entre las prácticas chamánicas entendidas como aquellas que permiten sanar a un ser humano a través de la inmersión en el mundo espiritual y Occidente.

Sus trabajos con pueblos originarios de distintos continentes –que rápidamente fueron emparentados a los del escritor y antropólogo Carlos Castaneda– le hicieron trazar un arco que fue desde las experimentaciones con ayahuasca hasta la posibilidad de alcanzar estados alterados de conciencia sin el uso de sustancias psicoactivas. Abrir ese camino a través del uso ceremonial del tambor lo llevó a ser considerado, incluso, un chamán blanco.

“Debido a que Occidente mayoritariamente ha perdido su conocimiento chamánico desde hace siglos a causa de la opresión religiosa, los programas de chamanismo transcultural están especialmente orientados a que los occidentales readquieran su legítima herencia espiritual”, se especifica en la página web de la Fundación de Estudios Chamánicos. Esos programas, hoy funcionan dentro de talleres que se replican en las principales ciudades de Occidente.

Tambores en un funeral en Sudán del Sur, un dibujo publicado en Le Tour du Monde, París, 1867.


“Harner comprendió que en las culturas ancestrales siempre se representaba, de diversas maneras, la existencia de tres mundos: el de abajo, gobernado por los animales de poder; el del medio, en el que vivimos durante nuestro estado de vigilia; y el de arriba, donde reposan nuestros maestros y maestras, a los que acudimos en busca de compasión y sabiduría”, explica Yolanda Estela López.

“El viaje a esos dos mundos en los que no estamos a cada momento, nos permite traer información valiosa a nuestra realidad ordinaria”. El animal que acaba de presentarse, un inmenso tigre anaranjado, veteado por gruesas franjas de pelo blanco y negro, me sumerge en una especie de universo olvidado. Tum.

Me enseña unos colmillos que son como destellos. Detrás de él se desata una tormenta. Tum.

Parece que puede mover las estrellas a su antojo, acomodarlas. Lo hace con suavidad, como si estuviese armando un rompecabezas. Tum.

Me gustaría preguntarle qué significa eso, pero ninguna palabra sale de mi boca. El viaje termina cuando escuchen cuatro golpes espaciados del tambor. Entonces deben volver.

Me río, me doy cuenta de que pude entregarme a esas imágenes por completo al menos durante unos minutos.

Tum. Abro los ojos con el último golpe.

La ciencia del espíritu

Las sesiones de chamanismo con tambores se desarrollan en una secuencia ordenada. Los participantes deben llegar respetando una dieta que implica no consumir alcohol ni tomar algunas sustancias psicoactivas durante la semana anterior a la experiencia.

Es el único requisito: no hay ninguna contraindicación para acceder a los talleres. Antes de comenzar el viaje, las seis personas que participamos, formamos un círculo y fuimos tocando panderetas o maracas en dirección a los cuatro puntos cardinales.

Estela se paró en el centro y aulló golpeando su tambor. Esa era la manera, según nos dijo, de convocar a los espíritus que iban a acompañarnos.

Luego nos acostamos en las colchonetas, nos vendamos los ojos e intentamos alinear nuestra atención para descender al mundo de abajo y encontrar nuestro animal de poder.

Estela golpeó su tambor, así como se indica en La senda del chamán, a 200 veces por minuto. Ahora compartimos nuestras experiencias e intentamos darles un significado en ese intercambio.

Algunos hablan de haber “entendido todo” y otros, con un tono que se mueve entre la desconfianza, el enojo y la resignación, dirán que no pudieron ver ni sentir nada.

Las sesiones de chamanismo con tambores se desarrollan en una secuencia ordenada. Los participantes deben llegar respetando una dieta que implica no consumir alcohol ni tomar algunas sustancias psicoactivas durante la semana anterior a la experiencia.

“Los occidentales, al enfrentarse por primera vez con estos ejercicios, suelen sentir una cierta inquietud. Su gran miedo es perder la conciencia, pero en estas prácticas la conciencia ordinaria no se pierde del todo. La ansiedad inicial, el diálogo con la mente, son otros grandes frenos que a veces no logran atravesar”, escribió Harner, en referencia a sus primeros seminarios.

Detrás de estas resistencias, se esconde también el carácter esencial del chamanismo ejecutado con tambores. Al tratarse de una experiencia que no incluye ninguna sustancia psicoactiva, cualquier persona puede participar. Pero como contracara, sus efectos se vuelven más etéreos, sutiles, difíciles de identificar.

“A diferencia de las experiencias que se tienen con plantas visionarias –continúa Harner–, en el estado chamánico de conciencia no existe la posibilidad de verse atrapado en un “mal viaje”. Puede decirse que incluso es más seguro que soñar. En los sueños uno no puede librarse voluntariamente de experiencias no deseadas.

Aquí es posible volver a través de la voluntad. A su vez, todos los animales, plantas, seres humanos y fenómenos que se ven en estos estados alterados de conciencia son completamente reales, dentro del contexto de realidad no material en el que son percibidos”.

Nos preparamos para la segunda parte de la experiencia, en la que deberemos tratar de ascender al mundo de arriba. Será dirigida por un hombre, Federico, que al contarnos sobre su trabajo nos plantea una nueva paradoja: se dedica a la ingeniería. Federico asegura haber encontrado las “respuestas más profundas” y las “experiencias más transformadoras” en sus sesiones de chamanismo con tambores.

“Los que viajan por primera vez pueden hablar de sugestión, coincidencia, inconsciente colectivo, pero de lo que se trata es de abrirse a un mundo espiritual, regido por otras leyes, que funcionan más allá de la materia, de lo visible, pero que igualmente nos conmueven”, dirá Federico en una entrevista posterior al taller.

“El camino de Harner fue metódico: partió del trabajo de campo, de la propia experimentación, de la observación, y comprobó que los mismos efectos se repetían en tiempos y espacios completamente distintos, que eran universales. La ciencia ha decretado por dogma que el espíritu no existe. Pero esa afirmación no es científica, ya que no hay evidencia que pruebe algo así. Yo puedo decir que comprobé, después de más de 100 viajes y de la experiencia compartida, que todas esas sensaciones o percepciones que no se pueden explicar en la realidad ordinaria, pueden ser comprendidas una vez que se ingresa al mundo espiritual”.

El sentido perdido

Volvemos al amplio salón casi en silencio. La única luz es una vela encendida en el centro. Nos acostamos en las colchonetas, nos vendamos los ojos y nos tapamos. Busquen un puente natural para subir. Puede ser el humo, los árboles, las montañas, las nubes. Me pierdo en pensamientos, no puedo visualizar nada ni enfocarme.

Tum tum tum tum. Siento que mi mente se va apaciguando, que puedo elegir entregarme o quedarme afuera. Me observo ascender por una montaña. Llego a la cima y observo un cielo limpio.

Tum tum tum. Me dejo guiar por un grupo de aves gigantes parecidas a las águilas. Vuelvo a penetrar en una especie de mar universal, galáctico.

Tum. Un hombre en el que confío me lleva a meditar. Hacía demasiado tiempo que no pensaba en él. Tum. Nos mantenemos en silencio, observando nuestros cuerpos desde afuera, en posición de loto.

Tum. Sé que estoy por escuchar el último golpe y por primera vez siento deseos de quedarme acá, en silencio.

Tum. Ahora sí, el viaje terminó.

“Hay algo que yo llamo codicia espiritual, que tiene que ver con esa sensación de no querer volver”, dice Federico. “Por eso es importante que en cada viaje estés guiado, que escuches los golpes de tambor que te devuelven. Hoy uno puede comprar un CD y querer viajar solo. Pero antes necesitás trabajar mucho tu atención y tu intención: para saber qué buscar y para poder volver. Se trata en el fondo de los mismos principios de la meditación, del budismo. En el mundo de abajo y arriba no hay dolor. Te están desarmando y no hay dolor, son sanaciones especiales. En el plano de la realidad ordinaria, un toque de eso te haría desangrar”.

Machis con cultrunes, el tambor tradicional de los pueblos mapuches y araucanos.

Para Michael Harner, quien falleció en 2018 a los 88 años, los viajes chamánicos con tambor permitían generar las defensas necesarias frente a cualquier posible malestar espiritual, a los que definió como “intrusiones externas”.

En la cosmovisión de todos los pueblos con los que trabajó, esas intrusiones eran consideradas también las causas de cualquier enfermedad física, y podían ser neutralizadas manteniéndose cerca de un animal de poder, realizando el viaje chamánico que volvía a invocarlos una y otra vez.

“En un estado de conciencia alterado, la mente puede ordenar al sistema inmunológico del cuerpo para que actúe a través del hipotálamo”, escribió Harner en el epílogo de una de las últimas ediciones de La senda del chamán. “Por medio del ritual, sucede una “programación” de activación del Sistema Inmunológico del cuerpo contra la enfermedad. Hoy el chamanismo está siendo redescubierto en Occidente porque se necesita”.

Durante los días siguientes al taller, no es fácil establecer una conexión directa entre las visiones que se tienen durante la experiencia y algún cambio en la personalidad o en el estado de ánimo.

Lo que queda flotando es una extraña facilidad para volver a percibir aquellas imágenes con claridad, como si fuese posible volver a un mismo sueño cada vez que se quiere. Pero cualquier efecto que la experiencia haya dejado grabado en quienes la atravesaron, resulta casi imperceptible.

“No se trata de tomar una pastilla y cambiar tu realidad, que es a lo que estamos acostumbrados. Vivimos en una sociedad con una urgencia permanente”, me dirá Federico al revelarle mi dificultad para asimilar la experiencia sin percibir sus efectos. “A medida que uno avanza en sus viajes, lo que encuentra es un sentido perdido. Se aprende a tomar lo sagrado de cada momento y se desarrolla una empatía ampliada. Al estar más presente en la vida nuestra parte espiritual, que nada tiene que ver con la religión, es muy difícil hacer daño. Hay una presencia mayor del otro y de lo otro. La creencia en lo espiritual le da otra dimensión a la vida. Pero no creo que las palabras logren demostrar la realidad de lo que sucede. En el chamanismo, el único camino que vale es el de la experiencia personal”.