Una de las noticias recurrentes cada año sobre California son los incendios que se producen en el norte. Lo gracioso es que la gente, cuando piensa en ese Estado, siempre se imagina que ocurren en ciudades grandes como Los Ángeles o San Francisco.
No saben en realidad que estos fuegos incontrolables siempre afectan las regiones del norte, desde el valle de Napa hasta Arcata. Sobre todo, en los sectores de bosques nativos que se encuentran en los parques nacionales de Mendocino, Plumas, Lassen y Sasha-Trinity, que forman una frontera natural con el Estado de Nevada y Oregón. Cuando llega el verano todos conocen los peligros que se producen en estas zonas por los incendios, donde miles de personas han quedado sin hogar al igual que cientos de miles de animales que deben emigrar por efectos del humo y el fuego.
Estos incendios se han hecho cada vez más recurrentes. Existe una sequía abrumadora que afecta al Estado de California, parecida a la Chile. Pero los incendios de allá son mucho más brutales.
La primera vez que vi ceniza caer del cielo quedé impactado. No podía creer que esas partículas de humo y sustancias inorgánicas viajaran tantos kilómetros a través el aire hasta caer en las granjas.
Al principio, siendo inexperto en el tema, uno se preocupa, pero con los años la costumbre se hace latente cuando una capa de niebla gruesa e inexplicable cubre los soleados días de verano. A nadie parece importarle y la vida sigue con la ceniza que invade todo a su paso y cubre los autos y las calles como si fuesen copos de nieve.
La primera vez que vi ceniza caer del cielo quedé impactado. No podía creer que esas partículas de humo y sustancias inorgánicas viajaran tantos kilómetros a través el aire hasta caer en las granjas.
Pero el año 2020 hubo un incendio que afectó incluso a los granjeros más más estoicos. Las primeras llamas comenzaron a mediados de agosto. Con Mori estábamos en una granja de Covelo que se encontraba bastante alta. Recuerdo que el termómetro había marcado 46 grados. De repente, mientras tomábamos un descanso, vimos que salía humo detrás de la cumbre. No nos preocupamos al principio.
Veíamos las avionetas de bomberos que iban y venían hacia ese lugar que estaba a pocos kilómetros. Mientras las horas avanzaban el humo seguía creciendo en nubes cada vez más gruesas. Cuando comenzó a oscurecer, las avionetas dejaron de pasar. Los bomberos no trabajan de noche en los bosques, nos dijeron, es muy peligroso. La ansiedad se volvió latente.
A eso de las nueve, la punta de la montaña se tornó roja y brillante. D., nuestro jefe, se había mantenido tranquilo en todo momento, pero cambió su semblante y cayó en la desesperación. Recién habían cosechado todo un greenhouse y las plantas de exterior necesitaban un par de meses.
Todo se podía ir a la mierda de un momento a otro. Llamó a un grupo de amigos de otras granjas para que lo ayudaran a empacar todas las plantas que aún se estaban secando en cajones para sacarlas de ahí. La suerte de su trabajo dependía del capricho del viento. Cuando salimos de la granja no sabíamos si seguiría allí el otro día. Pero tuvimos suerte. El fuego no quemó la granja, ni tampoco ninguna granja de esa montaña.
Al otro día ya no estaba la gran nube. Pero pasamos un susto tremendo. Tuve que manejar una camioneta llena de marihuana por el pueblo, y desde el centro se podía ver la montaña que se quemaba como Mordor en El Señor de los Anillos. Ese incendio fue una especie de preparación para lo que vendría después. Porque ese año fue en el que ha habido más incendios desde la historia moderna de California.
Se quemaron casi 1.8 millones de hectáreas a lo largo de todo el Estado, con la pérdida de más de diez mil estructuras, y con un costo total que supera los doce billones de dólares.
El desastre real comenzó en septiembre. Estábamos en la montaña durmiendo en nuestro auto. Mori me despertó preguntándome qué hora era porque sentía que había dormido mucho pero aún era de noche. Yo también sentí lo mismo, como si hubiesen pasado demasiadas horas, pero afuera todo estaba oscuro.
Tuve que manejar una camioneta llena de marihuana por el pueblo, y desde el centro se podía ver la montaña que se quemaba como Mordor en El Señor de los Anillos.
Miré la hora y eran casi las ocho de la mañana. No podía ser esa la hora sin que el sol estuviera afuera en pleno verano. Miramos hacia el capot del auto y vimos una cantidad indescriptible de ceniza. Salimos desorientados porque no se veía casi nada, como en una película de terror donde la planta nuclear acaba de explotar y la oscuridad invade todo a su paso.
Prendimos las linternas de nuestros celulares. El aire era espeso, así que nos cubrimos los rostros con poleras para poder respirar mejor.
Entramos a la casa y pudimos ver el nerviosismo de nuestro jefe y su capataz que ya iba por su segunda cerveza y el tercer bongazo del día. D. nos tenía lista la plata que nos debía hasta ese momento porque dijo que debíamos evacuar el pueblo. Su amiga, en el departamento de bomberos, se lo había dicho, y habían comenzado a evacuar a las personas de las montañas horas antes. Me preguntó si teníamos gasolina porque las bencineras tenían filas larguísimas.
Por suerte habíamos llenado el estanque el día anterior. Las noticias mostraban la señal de alerta en la tele. Nuestros teléfonos sonaban con avisos de evacuación automatizados que envían a toda la región donde se corre peligro. Si pones en Google wildfires California, te aparecen todos los incendios forestales activos en ese momento. Cruz, el capataz de la granja, nos mostraba desde su celular en la posición que estábamos. Era una muy mala. La peor de todas.
Ese incendio fue el resultado de otros treinta y ocho incendios forestales aislados, que se mezclaron en el bosque nacional de Mendocino. El único pueblo que está cercano a ese bosque es Covelo. Todos, en ese momento, nos vimos rodeados por las llamas que se acercaban desde todos los flancos, en una desesperación que nunca había vivido antes.
Nuestro jefe insistió que nos fuéramos, que todo el mundo estaba siendo evacuado, pero que él saldría solo cuando no quedara otra solución. Cuando entramos al auto, tenía puesta una mascarilla de gas y salió a regar las plantas. Pensábamos que estaba loco, pero en realidad, si no regaba las plantas y hacía todo lo posible por mantener viva su cosecha, perdería todo. Era entendible, a veces hay que mantener la calma.
Bajamos la montaña casi sin mirar. Después, cuando pasamos por el pueblo, vimos a toda la gente cargando sus camionetas. Mientras subíamos la montaña donde empieza la carretera para salir del valle, vimos una camioneta de mexicanos que quedaron ‘en pana’ y debieron volver al pueblo a pie con sus cosas al hombro, respirando todo el humo de árboles desintegrados. Era un lugar común: una escena de película. Cuando íbamos por la carretera 162 que sale del pueblo, la ceniza no dejaba de caer sobre el parabrisas. Había menos autos saliendo de lo que esperábamos.
Manejaba rápido mientras Mori se comía las uñas. Sentí que ambos estábamos en un trance compuesto por miedo, adrenalina y ansiedad. Ninguno hablaba, yo trataba de no desesperar para no caer en una crisis que nos terminara afectando a los dos.
Ella estaba en la misma posición, por supuesto, una desesperación silenciosa. Los únicos vehículos que transitaban a toda velocidad eran los camiones y camionetas de bomberos en dirección contraria. Lo único que visualizaba mi mente era la ima- gen de los árboles colapsando y dejándonos entre medio del pueblo, y la carretera 101 que nos llevaría a algún lugar de la costa donde se pudiese respirar mejor.
Cuando llegamos a la carretera que cruza California, un bombero nos señaló que no podríamos volver hasta próximo aviso. Solo per- sonal contra el incendio podría entrar. Probablemente pasarían un par de días antes que abrieran la carretera hacia Covelo nuevamente.
Mori dijo que lo mejor sería ir al norte, que probablemente en un par de horas ya no habría tanto humo, porque había visto fotos de San Francisco que estaba igual de ahumado. Pero manejamos durante horas, y el panorama no cambiaba nada. Tuvimos que llegar hasta Arcata para poder refugiarnos de la ceniza, aunque de todas formas seguía cayendo hacia el mar, pero por lo menos el cielo no tenía ese color de infierno y el aire estaba más fresco.
Muchas personas en Covelo perdieron sus granjas ese año. Rio, incluso tuvo que defender su hogar de las llamas, con mangueras y acequias para evitar que el fuego llegara hasta su casa. Terminó perdiendo varias hectáreas de terreno, incluido dos invernaderos. Pero al menos el incendio no le quitó todo. El fuego llegó hasta el valle, y la destrucción de las granjas y estructuras fue impresionante. Muchos trimmers también perdieron sus trabajos y tuvieron que quedarse en los pueblos donde fueron evacuados.
Nosotros tuvimos la suerte que pudimos volver a nuestro trabajo días después, cuando terminó todo. Ese tipo de situaciones nos hace preguntarnos por el efecto del cambio climático en regiones como el norte de California. Y, sobre todo, ¿cuál es el efecto adverso que tiene el cultivo de cannabis en el medio ambiente? Es imposible obviar el hecho que esta industria no ha sido ecológica a lo largo de las décadas, mucho menos sustentable.
Hay que tener en cuenta que el cultivo industrial de marihuana es, después de todo, un monocultivo, igual que el cultivo de eucaliptus en el sur de Chile. Y este tipo de siembras sí producen un efecto adverso en el medioambiente. Ni mencionar el uso desaforado de plásticos, minerales en el agua, robo de fuentes naturales hídricas para cultivos personales y ‘cultivos de guerrilla’, lo cual ha afectado enormemente a los ríos, posas, lagunas y manantiales de la región.
En estos tiempos donde la agricultura utiliza sobre el 85% del agua que se consume, es imposible obviar el impacto medioambiental que puede llegar a producir una planta. Todos los que hemos cultivado marihuana alguna vez, sabemos que utiliza muchísima agua.
El agua es un problema en todo el mundo, incluso en lugares donde históricamente ha habido fuentes que se creían inagotables. En estos tiempos donde la agricultura utiliza sobre el 85% del agua que se consume, es imposible obviar el impacto medioambiental que puede llegar a producir una planta. Todos los que hemos cultivado marihuana alguna vez, sabemos que utiliza muchísima agua. Y es que una planta de outdoor en California, cultivada en el tiempo normal de nueve meses llega a utilizar tres mil cuatrocientos litros de agua.
Según los datos de Vanda Felbab- Brown, si llevamos este número a los cientos de miles de plantas que se cultivan en las granjas ilegales (aún existen más de quince mil de este tipo en el condado de Humboldt y Mendocino), donde el agua es mayoritariamente extraída de fuentes naturales no autorizadas para el cultivo, que afectan la vida silvestre de forma dramática, podemos llegar al increíble número de entre 11.4 a 36.5 millones de litros de agua extraídos por día.
Uno de los resultados que produce este robo es el efecto directo que produce en fuentes naturales, como los arroyos. Veinticuatro de la región de Mendocino han desaparecido por completo. Oficiales del Departamento de Agua han hecho rastreos de las tuberías artesanales e ilegales que los granjeros ponen en este tipo de afluentes y riachuelos, y las han hecho desaparecer, pero con la cantidad impresionante de granjas que aún no se registran como lugares de cultivo legal, es una tarea imposible de combatir.
Para Van Butsic, especialista en Políticas Medioambientales de la Universidad de Berkeley, uno de los problemas principales, aparte de la desaparición de fuentes naturales de agua, es el hecho que la mayoría de estas granjas ilegales son de altura, donde la extracción de agua y la posterior reinserción de ese elemento en el suelo afecta directamente a toda la vida silvestre en la cual decanta.
Esto sucede porque si bien las granjas legales tienen reglas estrictas sobre los pesticidas y químicos utilizables para abonar las plantas y luchar contra las plagas para poder vender posteriormente el producto, las granjas ilegales no los tienen, y utilizan muchas veces pesticidas que son peligrosos para la flora y fauna del bosque nativo.
Uno de los aspectos positivos de la legalización de una industria en la no se puede objetar su impacto ecológico (en Colorado se declaró que la huella de carbono que produce la industria de cannabis indoor es un treinta por ciento superior al de una mina de carbón), es que ahora podemos saber este tipo de datos, investigar y conocer cuáles son los fenómenos medioambientales, migratorios y económicos de una producción que ya no puede ser ignorada por las autoridades.
Las granjas legales tienen reglas estrictas sobre los pesticidas y químicos utilizables para abonar las plantas y luchar contra las plagas para poder vender posteriormente el producto, pero ilegales utilizan muchas veces pesticidas que son peligrosos para la flora y fauna del bosque nativo.
Si bien existen muchas falencias en torno a cómo se puede mejorar su relación con la naturaleza en un punto crítico de la humanidad, ahora se sabe que, si los granjeros utilizan un sistema hídrico reciclable, el uso del agua en una planta cae en un 70%. También es un hecho positivo que antes de la legalización, ninguna de las plantaciones
–que iban en un ascenso dramático desde el 2005 hasta 2016–, se regía por algún tipo de control sobre el agua, re utilización de plás- tico o parcelación sustentable.
Por lo menos ahora las personas que compran su marihuana desde un dispensario, y no desde el mercado negro, pueden estar seguras que su producto tuvo un desarrollo de cultivo eco friendly.
Es imperativo cuestionar si la creciente explotación de monocultivos de cannabis que generan escasez hídrica, tuvo relevancia en el mayor incendio forestal de los últimos doscientos años en una región que antes se dedicaba principalmente a la extracción de madera.
Y desde que se conoció a esta industria como una forma legítima e increíblemente lucrativa, las sequías, los incendios y los problemas medioambientales en el sector han ido aumentando gradualmente cada año. Otro golpe del cambio climático.
* El texto pertenece a un capítulo de libro California Inc. Una temporada en la industria del cannabis, editado por Alquimia Ediciones.