Exótico, aromático, milenario. Además de las flores secas, el hachís es una de las formas más antiguas de disfrutar las propiedades del cannabis. Y su historia es tan compleja y deliciosa como el aroma de la planta.
¿Qué es el hachís?
Existen muchas maneras de nombrarlo, pero básicamente se trata de la resina de las plantas extraída y amasada.
Aunque la primera referencia a la palabra “hachís” aparece en el siglo XII y es usada para describir de manera despectiva a los musulmanes nizaríes (“comedores de hachís”) se sabe que el ser humano conoce las propiedades medicinales y psicoactivas de la resina del cannabis desde hace al menos miles de años atrás.
Siguiendo el origen de la planta, de China hacia Europa, Occidente se enteró de las propiedades del hachís gracias al gran viajero Marco Polo, alrededor del siglo XIV.
Ya entonces el hachís estaba asociado a la leyenda de los hashishins, los supuestos asesinos persas que envueltos en humo se les prometía el paraíso a cambio de asesinar por su maestro y señor, Hasan bin Sabbah.
Sin embargo, la historia es tan rica como brumosa.
¿Cómo nació el hachís?
Se considera que el hachís fue creado por la necesidad básica de alivianar volumen y peso al extraer de la voluminosa materia vegetal los principios activos.
Más tarde se volvió una forma de conservación e incluso existen cambios químicos, similares a la maduración de un vino pero sin fermentación, que suceden en las bolas o tabletas de hachís amasado cuando son guardadas por un tiempo que puede variar entre meses y años.
Al formar una masa, sólo se oxida la superficie exterior (que cambia a un color más oscuro) mientras el interior se conserva inalterado.
Puede pasar que el hash sea viejo y no queme bien, o que haya sido mal conservado, pero es una regla que suele durar largos períodos en mejores condiciones que las flores.
La dificultad para rastrear el origen de esta técnica de extracción consiste en que la denominación actual “hashish” (tomada de la lengua original) tiene múltiples significados, entre ellos “hierba seca”.
En qué momento se empezó a utilizar dicha denominación para hablar de la resina ya extraída es incierto, pero existen múltiples menciones antiguas a la marihuana, en los tratados chinos de medicina del Siglo I, en el Atharva Veda de los hindúes, en textos de los escitas del siglo IX a.C. y hasta de los egipcios.
El problema es que no se sabe a ciencia cierta si fumaban flores o hash. El kif marroquí, por ejemplo, es una mezcla de flores molidas y resina que se fuma en pipas largas y de poca carga.
Otros documentos señalan que también es posible que hachís fuera el incienso resinoso que quemaban los persas y otros pueblos en ceremonias y rituales.
Rhazes, el gran médico árabe, recomendaba la marihuana para dolencias tan dispares como la epilepsia y la melancolía grave.
Diferenciaba distintos tipos de hierba: era preferida por las clases bajas de la sociedad (campesinos, esclavos, trabajadores temporales) y por eso la llamaba hashish al harafish (“la hierba de los canallas”) pero era hashish al-fokora cuando se usaba con fines religiosos o extáticos.
Entre los distintos psicoactivos de los romanos, había también cannabis. En un edicto del año 301 de Diocleciano, figuraban los precios de varios artículos de consumo como el opio y el hash.
¿Cómo se hace el hachís?
Casi en simultáneo, en Oriente Medio y Asia se desarrollaron dos técnicas totalmente diferentes para extraer la resina de las plantas.
Mientras en Afganistán, Pakistán, Marruecos o Líbano se tamizan plantas ya secas y curadas, en la India y Nepal se trabaja con plantas vivas, frotando los cogollos.
No se trata simplemente de una diferencia en la técnica. En los países árabes y Asia Central, las plantas son variedades mayormente índicas que se secan al sol y se tamizan en bateas con mallas.
El resultado es el “polen” o polvo dorado, tricomas desprendidos, que luego de amasado se convierte en “chocolate” o hachís.
Su aroma generalmente es terroso, con intenso perfume a resina, maderas o chocolate y los efectos suelen ser físicos y relajantes, como sucede con las variedades mayormente índicas.
Por otro lado, el hachís realizado con plantas vivas, conocido en India como “charas” contiene mayor cantidad de principios aromáticos y cannabinoides ácidos, por lo que su efecto suele ser más liviano además de que en algunas zonas se utilizan plantas con ascendencia sativa.
¿Cómo llegó el hachís a Occidente?
Hacia el siglo XVIII, las tropas francesas que participaron de la campaña de Napoleón a Egipto conocieron el hachís en los países musulmanes.
Los soldados lo adoptaron para reemplazar las inconseguibles bebidas alcohólicas prohibidas en las naciones islámicas. Justamente, una de las primeras medidas en restringir el uso de marihuana fue emitida por Napoléon en 1798.
Para mediados del siglo XIX, el “club de los hashishins” en París, Francia, reunía a los escritores Alejandro Dumas, Baudelaire, Balzac, Victor Hugo y Gérard de Nerval entre otros, quienes se juntaban a experimentar los efectos de, entre otras sustancias, el hachís.
Al mismo tiempo se fue popularizando su uso en medicinas anestésicas y para diversas enfermedades, hasta principios del siglo XX donde fue reemplazado por otras sustancias y en pocos años llegó la prohibición.
Desde la antigüedad a la modernidad
Para los años 1960 y 1970, con los viajeros norteamericanos y europeos que recorrieron Oriente y Asia, el hachís volvió al centro de la escena cannábica no tanto como un exótico deleite sino también como una fuente de genéticas nuevas.
Fue un hecho central la explosión del cultivo: la cruza de variedades sativas de floración larga provenientes del mercado negro norteamericano con variedades índicas provenientes de países productores de hachís se convirtió en el puntapié inicial para poder plantar marihuana dentro de un armario o bajo techo.
Y por primera vez en milenios, las técnicas para extraer hachís atravesaron una revolución con la invención de las mallas para extracción con agua fría de la mano de pioneros como Mila Jensen en los años 80 o artesanos de la extracción y el amasado como Frenchy Cannoli.
Más adelante, desde máquinas automáticas para uso comercial hasta picadores de mano con separaciones, el amor por la resina ganó un lugar definitivo en el corazón de la cultura cannábica.
Es cierto que en la actualidad existen una enorme variedad de técnicas y nuevas herramientas para elaborar extractos, como el rosin o el BHO, cada uno con distintas características y peculiaridades.
Por otro lado, el hachís cada vez más se perfila como una extracción artesanal, natural, casera y milenaria, que quizás en cada bocanada de humo guarde pequeñas trazas de la historia de la humanidad.