“Gumier encontró el Chi más temprano de lo que él mismo reconoce y antes de que se le hiciera agua la boca para decir ‘chongo’, ‘concha’, ‘pinchila’”, escribía la periodista María Moreno dos años atrás en el texto que le dedicó al artista Jorge Gumier Maier tras su muerte.
Maier fue quien al frente de la dirección de la galería del Centro Cultural Rojas en los noventa decidió abrirle las puertas a propuestas artísticas que solo tenían espacio en pequeños reductos.
Con él, el universo del arte plástico porteño se expandió, se llenó de brillantina, colores, lo kitsch, lo erótico mersa, el glam grasa.
Pero antes de llegar ese lugar, en los setentas, Maier había pasado por la militancia tradicional de izquierda dentro del Partido Comunista Revolucionario (PCR), un espacio que terminó siendo expulsivo por su negación de las disidencias.
Tras aquella decepción Néstor Perlongher fue uno de sus faros y en los ochentas se atrevió a enfrentar toda pacatería desde el Grupo de Acción Gay (GAG).
Cuando hablan de “la droga”, ¿de cuál hablan? Crear -y creer en- estas categorías es crear fantasmas: El Mal, La Droga, La Subversión. Nuevos equivalentes de la bíblica peste”, decía Gumier Maier
De esos años post Malvinas y post dictadura, de contracultura, parakultura, drogas, etcétera, el Museo Nacional de Bellas Artes tomó 90 piezas, algunas que no habían sido expuestas nunca. Con ellas inauguró “Desde los márgenes. Gumier Maier en los 80”, que podrá visitarse de manera gratuita hasta el 2 de marzo de 2024.
Con la curaduría de Natalia Pineau, la exposición recorre la trayectoria de Maier entre 1978 y 1989. Además de pinturas y dibujos, aparecen colaboraciones suyas en la revista Expreso imaginario, uno de los medios en los que participó. También lo hizo en Cerdos y Peces y El porteño y el órgano de difusión GAG, Sodoma.
El artista, en aquellos ochentas, con su placer por la provocación, también hacía un show personificado como Brunilda Bayer, “la hija bahiana y travesti de Osvaldo Bayer”, junto con Humberto Tortonese, Alejandro Urdapilleta y Batato Barea.
Se le atribuye también ser impulsor del formalismo que es, a grandes rasgos y según la sencilla explicación ATP de Wikipedia lo siguiente: una manera de entender que el poder del arte reside en su forma, en las decisiones estéticas y no en consideraciones morales y sociales que están fuera de la obra.
Según Inés Katzenstein en el libro reciente Arte Argentino de los años 90 (Fabián Lebenglik – Gustavo Bruzzone), Maier buscaba “una relación sensual con el arte”. “Buscaba, con un ánimo casi fetichista, objetos que adorar; cosas que más allá de su condición -artística o extraartística- pusieran en marcha la experiencia estética”.
A principios de 2023 la editorial Caracol –proyecto dirigido por el artista Santiago Villanueva y el historiador Nicolás Cuello– publicó dos libros que recopilan las ilustraciones y notas que el artista publicó en revistas desde 1978 y hasta 1988. El carnaval del flagelo se titula el primer volumen y Algunos textos el segundo.
En esos textos aparecen todos sus cuestionamientos a la lógica heteronormativa, el mandato familiar, la sobriedad, pero sin pararse desde una idea romantizada de la cultura under.
Casi como en un ejercicio embriagador y visionario, para Gumier el poder transformador del arte no está en decir cómo las cosas son, sino en su capacidad para “vaciar el entendimiento” y desbaratar la razón.
Durante el gobierno alfonsinista, por ejemplo, cuestionaba la política moralista que, según denunciaba, seguía guardando en su seno una lógica represiva heredada de la dictadura: “Cuando hablan de la droga, ¿de cuál hablan?: ¿cocaína? ¿aspirina? ¿pegamento? ¿cafeína? ¿alcohol? Crear -y creer en- categorías singulares y omniabarcadoras es crear fantasmas: El mal, La droga, La subversión. Nuevos equivalentes de la bíblica peste”.
El arte según Gumier Maier
Cuando a finales de los noventa Gumier cerró su ciclo al frente del Rojas escribió una especie de manifiesto que tituló “El tao del arte”, en él reivindicaba su trabajo y el de los artistas que habían expuesto bajo su órbita. La gran discusión podría resumirse en una pregunta: ¿cuál es la manera en la que el arte puede cambiar la realidad?.
“Todo se dirimía en torno a si estos artistas daban cuenta de su contexto, ‘interpelaban’ la realidad, o si por el contrario, carecían de voluntad crítica, eludiendo los compromisos asignados al artista”, escribía Gumier.
“Que el arte como la vida no conduzca a ninguna parte es la razón de nuestra libertad, la posibilidad de nuestra salvación”, aseguraba.
Casi como en un ejercicio embriagador y visionario, para Gumier el poder transformador del arte no está en decir cómo las cosas son, sino en su capacidad para “vaciar el entendimiento” y desbaratar la razón. Ante el arte, “la lógica del pensamiento se suspende”.
Y del mismo modo que en una ceremonia Gumier se pregunta si lo sagrado que el arte nos reserva no está en esos “espacios dislocados”.
“Desde los márgenes. Gumier Maier en los 80”
Natalia Pineau, detalla en el texto curatorial de la exposición: “La producción artística de Gumier Maier se inició en tiempos de dictadura, dentro de los acotados espacios de expresión habilitados por el gobierno militar.
A partir de 1983, con la apertura democrática, su creatividad se expandió hacia múltiples prácticas disciplinares y diversas actividades contraculturales”.
“En el floreciente circuito alternativo porteño de los años 80, Gumier Maier fue tejiendo una trama que enlazó la creación plástica, la actuación teatral y performática, la producción de escenografías y vestuarios, la crítica de arte, la escritura de ensayos sobre la cuestión genérico-sexual y el activismo dentro del movimiento homosexual”, añade Pineau, investigadora del Museo.
Maier en los 2000
Maier se retiró a vivir al Tigre hasta su muerte, allí compartió su espacio, duelos y jornadas de embriaguez con María Moreno.
“Él fue el último que murió, seguía bebiendo todo el día. A él le habían cortado el dedo, no podía dibujar. Nos mandábamos cartas divertidas y jodíamos; yo le decía que podíamos hacer una agrupación de artistas. Y él terminaba sus cartas: ‘Hasta la victoria, siempre’. Pero no aguantó”, le contó a la escritora a Hinde Pomeraniec para Infobae.
Fragmentos de él en la afectuosa y admirada voz de Moreno quedaron estampadas en su libro Black Out:
“Junto maderas para hacer fuego en mi cabaña pero Gumier Maier me las saca de las manos y las llama ‘perro’, ‘barco’, ‘una señora’. Donde yo veo una silla rota, él ve un pelícano con el pico escondido en el pecho; donde yo veo un pedazo de persiana americana, él ve un transatlántico; en los pistoletes de arquitecto, formas bailarinas y abstractas. Se vuelven intocables.
“En el continente Gumier Maier ha inventado el arte bright, que hacer reír mientras se lo aplica a una superficie de requecho que nunca había soñado con volver a la gloria de vivir”.