Cumbia. Chongo. Chimango. Milonga. Mina. Chicana, malambo y ají. Bochinche, quilombo y tango. Cuando aprendemos las palabras nadie (casi) nunca nos explica su origen.
Salen de nuestras bocas de manera casi natural, automática. Y no necesitan explicación. Lo que importa es su sentido, no de dónde vienen. Pero si en algún momento, mientras esperamos que llegue el subte o que nos atiendan en el médico, nos frenamos a pensar de dónde vienen, la sorpresa puede ser deliciosa.
Nadie podría contradecir que nueve de cada 10 argentinos usan alguna de estas palabras mencionadas más arriba al menos una vez al día. Pero detrás de cada estadística hay una razón. ¿Cuál es el patrón común de estas palabras? Respuesta: África.
Humo del pueblo
Al menos en Argentina, Uruguay y Brasil el consumo de marihuana nació como la propia planta: de abajo hacia arriba. Era un deleite de los esclavos y los pobres.
Tal vez eso explique las posteriores asociaciones con la cuestión criminal, el demonio y todas las figuraciones mitológicas que se construyeron alrededor del cáñamo, de la misma forma que ocurrió en Estados Unidos a principio del siglo XX al apuntar a los mexicanos y a sus propios negros esclavos o descendientes de estos.
Al menos en Argentina, Uruguay y Brasil el consumo de marihuana nació como la propia planta: de abajo hacia arriba. Era un deleite de los esclavos y los pobres.
En América, hasta la llegada de los españoles y los portugueses –la era “pre cannabis”– los vegetales que propulsaban la catarsis o la exaltación emocional a través del placer se estiman en más de 100; desde la coca hasta la yerba mate, de los hongos a los cactus.
Todos los pueblos americanos encontraron data en su botánica nativa para explorar las conciencias, estimular la mente y el cuerpo, calmar dolores, o combatir la fatiga y el desgano. Pero el cannabis entró al continente mucho más tarde y por dos vías, como si no fuera una única planta.
Además de la que trajeron los colonizadores, que tenía fines industriales y comerciales, llegó la versión embriagadora del cáñamo, una costumbre a esa altura milenaria para las tribus africanas traídas a la fuerza.
El cannabis llegó a América por dos vías: el cáñamo con usos prácticos de la mano de los conquistadores y su versión embriagadora junto a los africanos traídos a la fuerza al continente
Aunque algunas hipótesis relatan que los mismos aventureros portugueses que habían estado en las exploraciones asiáticas y del norte africano fueron quienes introdujeron la costumbre del uso psicoactivo, es mucho más probable que hayan sido los esclavos, comprados por los colonizadores en África, quienes plantaron la tradición psicoactiva.
Resulta misterioso cómo hicieron para viajar con el porro encima. No por los controles policiales, que por suerte no existían: el misterio es si habrán cruzado el océano con plantines o semillas. La opción dos parece la más sensata.
Cultura sin fronteras
Los barcos españoles traficaron africanos a Montevideo y a Buenos Aires desde 1580. Era tal su presencia que para las primeras décadas del 1800 uno de cada tres habitantes de lo que hoy es la Capital Federal era negro.
Con la libertad de vientres y el fin de la esclavitud que declaró la constitución de 1853, las familias de las repúblicas de Angola, Congo y de Guinea se instalaron en el Bajo de Buenos Aires y en los actuales barrios de Montserrat, San Telmo y San Cristóbal, siempre al Sur, siempre pobres.
Los hombres trabajaban como cocineros, mucamos, cocheros, peones de albañil y en las barracas. También había zapateros y barberos.
La mayoría de los changarines de la ciudad eran negros, quienes como sabemos, conectaban muy bien con la música, por lo que casi todos los maestros de piano también eran africanos.
“Los negrillos criollos tenían un oído excelente y a todas horas se les oía en la calle silbar cuanto tocaban las bandas y aun trozos de ópera”, cuenta el periodista y médico José Antonio Wilde en Buenos Aires desde 70 años atrás, un libro delicioso publicado en 1881.
En esa obra el autor relata entre muchas otras cosas los placeres de los africanos locales y es allí donde, finalmente, aparece el pango, aunque asociado erróneamente a otro vegetal.
“Gustaban generalmente del alcohol, pero rara vez se veía a un negro en completo estado de ebriedad. Acostumbrados al clima ardiente de África, solían permanecer por horas, sentados al sol; se hicieron decididos partidarios del mate y lo tomaban con avidez de cualquier clase de hierba, por mala que fuese. Muchos fumaban chamico (Datura Stramonium) que ellos llamaban pango; bien pronto sentían su efecto estupefaciente: dormitaban, contemplando, sin duda, visiones de la madre patria, olvidando, por algunos instantes, su triste situación”.
El cronista José Antonio Wilde escribe sobre las lavanderas africanas que trabajaban en las orillas del Río de la Plata y que soportaban las más extremas temperaturas con ayuda de la plantita que habían traído de su continente originario.
Es muy probable que Wilde estuviera equivocado o desconociera la existencia del cannabis, al menos en su versión narcótica. Y por eso menciona el chamico, o estramonio, que es una planta parecida estéticamente al cáñamo pero cuyos efectos cuando es ingerida son letales: provoca pérdida de la realidad en contacto con el entorno, hipertermia, pérdida del reflejo de deglución, parálisis de la musculatura lisa e incluso amnesia.
Con lo cual, de haber sido la planta que decía Wilde, no hubiera existido capacidad de “contemplar” visiones, sino más bien de sufrirlas.
En otro pasaje de su retrato de aquella Buenos Aires de principios de siglo XIX, Wilde escribe sobre las célebres lavanderas africanas, que trabajaban en las orillas del Río de la Plata “desde Recoleta hasta el Riachuelo” y que soportaban las más extremas temperaturas con ayuda de la plantita que habían traído de su continente originario.
“Todo el día expuestas a un sol abrasador en nuestros veranos de intenso calor, como soportaban el frío en los más crueles inviernos”, apunta Wilde. “Allí en el verde, en invierno y en verano, hacían fuego, tomaban mate, y provistas cada una de un pito o cachimbo, desafiaban los rigores de la estación”.
Para saber qué es cachimbo (o pito), busqué en el Diccionario de Africanismos de Ortiz Oderigo, quien explica que su origen proviene de un vocablo kimbundu (ka-tchimbu), que no era más que una pipa rudimentaria. “Estribaba en una fina caña de alrededor de 30 centímetros de longitud, por la cual pasaba el humo del tabaco o del pango que se quemaba en un pequeño receptáculo, por lo general de arcilla”.
Para los afroamericanos no había fronteras. Las palabras y las costumbres eran las mismas de un lado o del otro del Río de la Plata. Y también en las tierras de Brasil, donde la población esclava llegó a representar en lugares como Bahía el 80% del total de la gente. Pero apenas el 1% de los negros era libre.
Veneno africano
Portugal inventó un sistema perverso y violento de esclavitud, que luego fue copiado por Estados Unidos y Cuba. La mano de obra de África llegó para trabajar en las haciendas donde se producía caña de azúcar, después de que liquidaron a todos los indios nativos.
En medio de esas plantaciones crecieron las villas de esclavos, dentro de lo que eran pequeños mini estados. Los negros vivían de a cientos o de a miles, subyugados al señor feudal, que producía azúcar para Europa y aguardiente para África. Pero nada de eso impidió que dejen una huella determinante en la identidad brasileña.
En Brasil los africanos sembraron cannabis con el afán de encontrar un paraíso dentro del infierno explotador. muchos huyeron luego hacia el sur donde las condiciones de vida eran menos cruentas
El cannabis, al igual que el tabaco, fue la planta que los negros sembraron con el afán de encontrar un paraíso dentro del infierno explotador. La planta los relajaba, los distraía y les ayudaba a conectar con sus creencias místicas, en rituales de canbomblé y xangó.
Así propagaron en todo Brasil el hábito popular de fumar la hierba, a la que llamaban “diamba”, “bangue”, “fumo de Angola”, “tamba”, además de pango.
Con los mismos atributos racistas que en el resto del continente, allí también las primeras asociaciones a la maconha (anagrama de “canhamo”) fueron negativas. Los blancos, letrados y poderosos, referían a la sustancia como algo que había que prohibir.
Ya a inicios del siglo XIX (cuando Brasil era el último país de la región en sostener, no sin guerras y conflictos, su condición esclavista), se apuntaba a que el cannabis afectaba el comportamiento del esclavo, que la planta lo volvía violento y le afectaba el normal desarrollo en sus actividades productivas. Por eso, los diarios de la época la llamaban directamente “veneno africano”.
Ya a inicios del siglo XIX se apuntaba a que el cannabis afectaba el comportamiento del esclavo, que la planta lo volvía violento y le afectaba el normal desarrollo en sus actividades productivas
Las primeras referencias oficiales al cannabis en Brasil son casi contemporáneas a las fumatas que se mandaban los escritores del Club des Hachichins en París.
Pero lejos de la poesía psicodélica de Baudelaire y el refinamiento de la capital francesa, la divulgación allí estuvo relacionada a la prohibición y la mitología criminal.
En 1830, la tercera parte de la población del Brasil era esclava, por lo que no sorprende que la Cámara Municipal de Río de Janeiro haya prohibido ese año la venta, el uso y la tenencia de “pito de pango” en bares o lugares públicos, porque se creía que era lo que causaba delitos y actividades religiosas.
Con una connotación netamente criminalizadora, el gobierno carioca fijó multas para los vendedores de pango mientras que para “los esclavos y demás personas que la usen” correspondían hasta tres días de cárcel. Nada muy diferente de lo que ocurre en la actualidad.
Flores restauradas
Con la libertad de vientre declarada en Argentina y Uruguay, muchos africanos de Brasil escaparon hacia los territorios del Sur. Justamente en 1830 Uruguay la garantizó en su constitución y los esclavos la celebraron con sus tradicionales cantos.
El poeta uruguayo Francisco Acuña de Figueroa había vivido en Río de Janeiro durante los años en que allí se prohibió “pitar pango”. Cuatro años después volvió a Montevideo y publicó en el periódico El Universal un poema que reproducía la celebración de libertad de las naciones africanas oprimidas.
La historia de estos versos tiene doble épica. No solo es otro documento que certifica el uso del pango en nuestra región. También demuestra hasta dónde la africanidad comulga con la identidad cultural del Río de la Plata, ya que además se trata de la primera vez que aparece escrita la palabra candombe, un ritmo esencial para la vida cultural del Uruguay y también, originalmente, para Buenos Aires y alrededores:
Compañelo di candombe
pita pango e bebe chicha
Como cuenta el periodista uruguayo Guillermo Garat en su libro Marihuana y otras yerbas (2012), en 1843 la palabra vuelve a aparecer en el diario El tambor de la línea, en un texto donde los casancha (una de las naciones africanas de Montevideo) cantaban sobre el valor que iban a tener para afrontar la posibilidad de terminar sus vidas degollados por los enemigos:
A ningún negro
le importa, ni a mí;
teniendo pambazu
y buen cachurí.
Teniendo la chicha
y pitando pango
que es como los ingleses
bailando fandango.
Si había pango, todo iba a estar bien. Pero en la orilla occidental del Río de la Plata el candombe estuvo prohibido por el virreinato y por los primeros gobiernos independientes. Los bailes de candombe se hacían igual, pero participar significaba correr riesgo de muerte.
Empezó a estar todo bien cuando tomó el poder de Buenos Aires don Juan Manuel de Rosas (1829-1832 y 1835-1852), quien modificó, a través de su propia actitud, la relación que la clase dirigente tenía con los negros, hasta ese momento maltratados y escondidos.
Para esa época las naciones africanas en Buenos Aires eran siete: Cabunda, Banguela, Moros, Rubolo, Congo, Angola, Minas y Mozambique y sus sedes estaban todas ubicadas en el sur de la ciudad.
Rosas propició sus bailes, hasta ese momento prohibidos. Cada una tenía sus propios lugares abiertos (que en Brasil aún hoy se conocen como “terreiros”), con pisos de tierra aplanados y cubiertos con arena para facilitar la danza.
El candombe y el pango tuvieron su apogeo en la etapa rosista. Los negros africanos veían al Restaurador como un libertador porque los empleaba en la administración pública, los valoraba y los respetaba.
Según cuenta el historiador argentino Pacho O’Donnell, Rosas incluso nombró a Gregoria, una morena, como madrina de uno de sus hijos legítimos, una actitud inaudita para la sociedad encumbrada de entonces.
“Los negros encontraron en el caudillo de la pampa una decidida protección”, escribió uno de sus enemigos, el general Iriarte. De esta manera, los africanos se convirtieron en leales a Rosas. El diario porteño La Gaceta publicó en 1843 que “el general Rosas aprecia tanto a los mulatos y morenos que no tiene inconveniente en sentarlos en su mesa y comer con ellos”.
En las clases altas y para la concepción unitaria, el candombe era peligroso como más tarde lo sería la marihuana, al punto de que algunos llegaban a creer que la libertad de los negros para vivir –y bailar– propiciaría una invasión de tribus africanas.
Así lo creía el médico y funcionario roquista, José María Ramos Mejía: “La extraña mascarada sugería el presentimiento de que serían aquellas pobres bestias una vez enceladas por la acción de su chicha favorita o por el cebo apetitoso del saqueo, consentido y protegido por la alta tutela del Restaurador”.
La mayor provocación de Rosas llegó el 25 de Mayo de 1836. Ese día, para la celebración de la revolución en Plaza de Mayo (todavía Plaza de la Victoria), Juan Manuel reunió a más de 6 mil afroargentinos que coparon la plaza con candombe y pango.
25 de Mayo de 1836, para la celebración de la revolución en Plaza de Mayo, Juan Manuel de Rosas reunió a más de 6 mil afroargentinos que coparon la plaza con candombe y pango.
Dos años más tarde hizo lo mismo para el festejo del 9 de Julio. La costumbre se estiró a los domingos. Quizá sea, de hecho, la misma tradición que hoy desarrollan las cuerdas de candombe en el barrio porteño de San Telmo.
Fue tal el vínculo que los africanos le dedicaron a Rosas una bella canción. Al leerla puede sentirse el ritmo. Y, también, el perfume suave del pango en contacto con el fuego.
Candombe rosista
candombe menguante
candombe creciente
¡candombe tirante!
Bailá biguá
macumbambá
macumbambé pita pango, chupa chicha
lo neglo di candombé.
Extracto del libro Marihuana (Planeta, 2017)