Surfeando su séptima década, Alberto Pipo Lernoud podría decir que supo vivir y expresar en cantidad y de las formas más variadas aquello que presentía desde muy temprana edad: fue poeta, lavacopas, hippie, escritor, compositor de algunas canciones fundantes del rock nacional, periodista, editor y psiconauta lisérgico.
Como si eso no bastara también se transformó en agricultor orgánico y uno de los pionerosde la ecología en Argentina.
“Yo estaba buscando desde el principio, porque estaba muy insatisfecho con la vida. Todos nosotros estamos detrás de esa famosa búsqueda… Desde Buda, cuando abandonó su palacio y salió a buscar por el mundo el por qué del sufrimiento. Desde que era muy jovencito tuve esa sensación de que la vida es un flujo, que estamos unidos al
universo, que venimos de la tierra y que vamos a volver a ella. Siempre tuve esa intuición, pero a esa edad no sabía cómo expresarla”.
Una larga y agitada travesía que Pipo retrató en su libro Yo no estoy aquí (ediciones Gourmet), textos en prosa y verso que dan cuenta de su vida caleidoscópica. “A mí mismo me es difícil definirme, incluso como poeta, porque yo no he generado una obra literaria. Siempre fui muy vago desde la escritura, de otro modo ya tendría un montón de libros publicados. En cambio sí siento que he vivido muchísimo. De eso sí estoy seguro: me dediqué a vivir”
LA CUEVA DE LOS NÁUFRAGOS
Si en este vivir errante y estrambótico hay un punto de partida, seguramente es cuando Pipo experimenta esa tríada mágica a la que hacen referencia muchos relatos esotéricos: estar en el momento justo, en el lugar correcto y con las personas adecuadas. Cuando tenía 18 años ingresó por primera vez a La Cueva y conoció a un puñado de jóvenes que, como él, también estaban sedientos de libertad y aventuras.
Miguel Abuelo, Moris, Tanguito, Javier Martínez y algunos pocos más conformaron la tripulación con la que Lernoud emprendió su vida de poeta náufrago. Centenares de noches y madrugadas acumuladas no sólo en La Cueva, sino también en el bar La Perla del Once y Plaza Francia, conformaron el Big Bang de lo que hoy se conoce como “rock nacional”.
De aquellas peregrinaciones nocturnas y divagues varios, salieron las primeras canciones a las que Pipo les puso letra, como “Ayer nomás” con música de Moris. Pero también otras antológicas como “La princesa dorada”, cantada por Tanguito o “Estoy aquí parado, sentado y acostado”, interpretada por Miguel Abuelo.
“Hoy es muy común escuchar a mucha gente decir: ‘¡Ay! ¡Qué maravillosa la época de La
Cueva…!’. Pero lo que también hay que decir es que éramos 20 tipos, nadie nos daba pelota, la policía nos vivía cagando a palos y cada dos por tres nos metían en cana”, se apresura a remarcar Pipo cuando vuelve sobre esos años en los que en el rock vernáculo estaba todo por hacerse. Y también, todo por experimentar.
Aunque si bien es cierto que aún no contaban con muchas sustancias para incursionar en el desarreglo de todos los sentidos, Pipo no duda en señalar que tanto él como sus cofrades náufragos pertenecen al “primer frente en la guerra psicodélica”. Una metáfora que resume la etapa embrionaria en la que también fueron pioneros: los estados acrecentados de conciencia.
“La marihuana en los 60s en los términos de ahora, era una porquería. Era probar cualquier cosa, nos llegaba la noticia de que fumar cáscara de banana pegaba o fumar los clavos de olor”
“Nosotros sabíamos que los hippies y los roqueros ya estaban consumiendo drogas en otras partes del planeta. Todo el mundo decía que Sargent Pepper’s, el disco de los Beatles, era un producto del ácido. Pero acá todavía no había llegado el ácido. Algún que otro médico trabajaba con LSD, pero en el marco de una terapia.
“Recién había empezado a circular la marihuana, pero muy, muy poco. Venía de Paraguay, de Pedro Juan Caballero o de Brasil, de Maranhão. Pero era muy poca, porque la traía como podía alguno que había viajado allá. Y era muy mala”, recuerda. “En los términos de ahora, era una porquería. Entonces en esa época era probar cualquier cosa, nos llegaba la noticia de que fumar cáscara de banana pegaba o fumar los clavos de olor… ”.
¿Con qué drogas experimentaba este primer frente psicodélico al que vos te referís?
Fundamentalmente fueron las anfetas. La Cueva cierra en el 67 y por ahí alguno, antes de eso, se habrá fumado un porro. Pero al principio fueron las anfetaminas. Cuando nosotros nos íbamos de la Cueva a La Perla, en ese bar de Once nos encontrábamos a los estudiantes de la facultad. Y ellos tomaban mucha anfetamina para estar despiertos y poder estudiar. Y fueron los que nos enseñaron a tomar las anfetas. En esa época, en los inicios, tomábamos bastante anfetas. Alguna gente se volvió loca, como por ejemplo Tanguito, que terminó picándose anfetas. Ahí se armó un grupo, donde estaba Tango, que se inyectaba anfetas, como Pervitin. Yo nunca me piqué, siempre les tuve mucho miedo a las agujas. Cuando estuve en Ámsterdam, conviví con gente que era heroinómana y nunca me pareció interesante esa cosa de encerrarse en sí mismo, me pareció una droga del aislamiento. Además, esa idea de que “si no estás drogado, no estás vivo”, nunca me pareció interesante. A mí me pareció siempre que la droga era interesante para estar
más vivo, para ser más lúcido en la vida real, no para borrarse de la vida real.
“En Marruecos hice hachís,
estuve en todo el proceso.
Desde trabajar con la planta
hasta hacer el ladrillo”
En esos años de gestación de lo que fue el rock en la Argentina y con respecto a su instancia creativa, ¿las drogas jugaron un papel preponderante?
Mirá, el primer disco de Almendra, el primer disco de Manal, las propias canciones que yo compuse con Miguel [Abuelo] “Estoy aquí parado…”, “Tema en flu sobre el planeta”, o las que compuso Miguel… Todo eso está hecho sin drogas. Nosotros, en esos comienzos, apostábamos más a “naufragar”. Yo en esos días había escrito un manifiesto que decía qué era naufragar: “Cuando la mente no está atada a ningún horario, ni rutina, entra en una cosa libre y despierta al mundo de una manera distinta”. Bueno, nosotros de alguna manera vagabundeando por Buenos Aires, haciendo lo que nos venía en gana, teníamos esa sensación que después potenciaron las drogas. Pero yo creo que esa sabiduría espontánea está estallando a todo momento. Estos estados que nos proveen las drogas forman parte del equipamiento humano.
¿Se puede precisar algún momento en el que las drogas comienzan a ser un vehículo de exploración adentro del rock?
A principio de los 60, con el ácido lisérgico. La etapa de Spinetta, con su disco Artaud, fue como la punta de todo esto de lo que estamos hablando. La marihuana, cuando llegó, comenzó a estar de manera constante en el rock, pero era una cosa más liviana; luego llegó la cocaína en los 80. Con la llegada de la cocaína en el rock se evidenció una bisagra. Toda la generación del rock de los 80 quedó muy marcada por la cocaína. Cambió el tipo de música, que no casualmente se volvió más mecánica, más repetitiva, más fría, aunque
también surgieron cosas maravillosas en esa época, pero hablo desde lo musical en relación con la cocaína. En general, yo no he visto buenos resultados de la cocaína. A nivel compositivo, he visto malos resultados del ácido, pero he visto muchos y muy buenos resultados del ácido. Y con la cocaína he visto y escuchado muchos desastres, pero no conozco buenos resultados con esa droga.
¿Tu generación vivió la sexualidad como un camino de búsqueda como lo vivió con las drogas?
Sí, totalmente. La vivimos con mucha libertad. La ideología que teníamos era estar en contra de la pareja. Cuando se formaba una pareja muy estable, como la que formaron Miguel [Abuelo] y Diana Divaga, por ejemplo, todo el mundo enseguida les empezaba a achacar: “Mirá, ya se están aburguesando…”. La idea era tener la posibilidad de estar con quien a vos se te diera la gana y que si tu mujer tenía ganas de estar con otro, vos tampoco podías decir nada. Me acuerdo un día que vino Diana y dijo: “Qué pija grande que tiene Pappo…” y Miguel hizo: “¡Glup!”. Yo recuerdo estar haciendo el amor adentro de un auto con una chica y entra el dueño del auto a buscar algo y nos ve y dice: “¡Huy! ¡Perdón!”; y esta chica que estaba conmigo le pregunta: “¿Querés unirte a la fiesta?”. Y el tipo dice: “No, no, gracias…” y se fue lo más normal. Esas situaciones eran bastante cotidianas.
Seguramente al no haber hecho su aparición el SIDA en esos años, ustedes pudieron tener una experimentación más a pleno.
Tal cual. Porque se había terminado la sífilis y quedó una ventana de 20 años. Desde el 60 hasta el 80 no hubo problemas y se podía ser totalmente libre sexualmente. Yo siempre defiendo estas experiencias de nuestra generación porque son experiencias de libertad y de búsqueda. Para mí la sexualidad fue otro camino para llegar al éxtasis. Nunca, o muy poco, me he dedicado a coger por coger, sino más bien he vivido la sexualidad dentro de un marco emotivo, de enamoramiento. Aunque creo que todavía hoy estamos aprendiendo con respecto a la sexualidad, como con respecto al misticismo, y también con respecto a las drogas. Pero siento que eso es lo grande que tuvo nuestra generación: que se atrevió a experimentar todo eso y lo hizo con muchísima libertad.
LISERGIA EXPRESS
Hacia fines de los años 60, con poco más de 20 años, Pipo cobra 50 mil dólares de derechos de autor por el tema “Ayer nomás”. Sin pensarlo demasiado, decide ayudar a su amigo Miguel Abuelo a formar la banda Los Abuelos de la Nada comprándole una guitarra a Norberto Pappo Napolitano y la batería a Héctor Pomo Lorenzo, además de comprarle también una guitarra a Claudio Gabis. Con el resto del dinero y sin un itinerario muy definido, parte rumbo a Europa.
Se instala en Cadaqués, un pueblito pesquero de España, en el que también vive el pintor Salvador Dalí, al que Lernoud suele cruzarse con frecuencia. De allí se traslada a Formentera, una isla cerca de Ibiza donde Pipo no solo hace sus primeras incursiones con el ácido, sino que toda su estadía se transforma en un estar lisérgico: “Fue una época muy linda donde empecé a tomar mucho ácido. Estábamos en la playa y éramos como 5 mil personas, todas desnudas, conviviendo, compartiendo la comida, tomando ácido… Bailando y cantando. Una experiencia bellísima”.
Su periplo azaroso lo lleva a instalarse en Marruecos y a los pocos días de su llegada se encuentra trabajando en una granja fabricando hachís. “Pero hacía todo el proceso completo, eh… desde trabajar con la planta hasta fabricar el bloque de ladrillo”, cuenta Pipo. Para redondear la subsistencia, el autor de “Ayer nomás” también se dedica a cocinar unos pastelitos de hachís que vende en la entrada de los hoteles donde se alojan mayormente turistas norteamericanos: “Me iba bastante bien, lo que pasa es que como yo
arrancaba temprano y no paraba a almorzar, iba comiendo esos cuadraditos y terminaba con un mambo impresionante…”.
“Nosotros no hablábamos de armas ni de la toma del poder, nosotros hablábamos de abandonar el poder, de irse a naufragar, sosteníamos que el poder a la larga siempre corrompe”
Poco tiempo después, Pipo arriba a París envuelto en una nube lisérgica que no puede disipar. Es entonces cuando se encuentra con las enseñanzas del gurú Maharaj Ji y descubre que hay algo superior al ácido: la meditación.
“Cuando descubrí a este gurú, abandoné todo y lo seguí. Dejé de fumar, de tomar ácido, de comer carne y me sumé a su áshram. Lo seguí por París, luego por España y cuando regresé a la Argentina, fundé un áshram acá. En total, viví cuatro años fuera del mundo, meditaba todo el tiempo. Ese fue el momento en el que más energía y claridad tuve en mi vida. Fue una experiencia que hoy envidio, me gustaría volver a colocarme en ese punto”.
Una vez instalado en la Argentina y disuelta la experiencia del áshram y ya como padre de familia, Pipo continúa escribiendo desde el periodismo y en 1974 conoce a Jorge Pistocchi, con quien daría forma a una revista que con los años adquiriría ribetes de leyenda: El Expreso Imaginario. Y no solo por sus contenidos libertarios y humanistas, sino porque se editaría a lo largo de toda la última dictadura militar.
¿Cómo fue posible llevar adelante una aventura editorial como El Expreso Imaginario en plena dictadura?
Mirá, el efecto del Expreso era bastante subterráneo, era una revista que casi no se notaba. Es loco, porque si vos ves las tapas del Expreso hoy, decís: ‘¿Cómo no se van a ver esas tapas?’. Porque eran muy locas, sin embargo nadie las veía. Nosotros sacamos en tapa a Atahualpa Yupanqui y en una conferencia de prensa durante un festival de Cosquín, Atahualpa dijo que el mejor reportaje que le habían hecho era el de unos jóvenes que hacían una revista que se llamaba El expreso Imaginario. Y los periodistas que estaban ahí,
que eran periodistas de grandes medios, nunca habían oído hablar del Expreso. Nadie tenía mucho registro de la revista. Nosotros para un 12 de octubre sacamos una nota sobre cómo el Ejército argentino se había formado sobre la sangre de los pueblos originarios y no pasó nada. Pudo haber pasado un desastre. Pero no nos veían, el lenguaje nuestro no lo entendían.
Pero hablaban del poder, de la libertad. ¿Por qué eso no fue detectado por la dictadura?
Porque nosotros no hablábamos de armas ni de la toma del poder, nosotros hablábamos de abandonar el poder, de irse a naufragar, sosteníamos que el poder a la larga siempre corrompe. Yo escribí mucho sobre cómo nuestra generación se dividió entre los que optaron por el Che Guevara o por John Lennon. Estaban los que pensaban que había que tomar el poder para cambiar al ser humano y los que pensaban que había que cambiar al ser humano para distribuir ese poder. Ahora, a la distancia, creo que fue bueno que nosotros no hayamos propuesto la muerte en ningún momento. Porque además, mirá lo que está pasando en China, después de 60 o 70 años de comunismo, los tipos ahora quieren tener un iPod.
RIESGOS SALUDABLES
Acaso el sello distintivo en la vida de Pipo haya sido la experimentación. Este buscador de rubro polifacético parece no agotar nunca su capacidad de asombro y eso es lo que traslucen hoy sus ojos titilantes: entusiasmo por lo que aún resta descubrir. “A mí me encantaría ser joven ahora, porque las posibilidades son impresionantes” dice, casi exultante.
Este pionero del ecologismo y uno de los primeros también en volcarse a la producción de alimentos orgánicos, este ciudadano del mundo que recorrió el planeta alertando sobre las consecuencias del cambio climático, este poeta que se nutrió de la mirada panteísta de visionarios como Walt Whitman, este ser que la vida forjó bajo el nombre de Pipo Lernoud, está convencido de que el ser humano es un accidente biológico en la Tierra: “Yo no creo en otra cosa más que lo que este mundo es. Yo no creo que exista un espíritu por fuera de este cuerpo mío, que perdure o que venga de vidas anteriores. No creo en reencarnaciones ni en nada de eso, soy un ser biológico y creo que la vida fue pura casualidad”, afirma de manera categórica Pipo.
Y agrega que su espiritualidad (palabra de la que reniega) pasa por estar cada día más lúcido: “Ahora, acá, es este momento. No hay otra cosa para mí. Yo envejezco, pero sigo abierto a cualquier tipo de experiencia”.
“La ayahuasca es parte de un sistema de creencias. Nadie va a andar con un frasco
tomándola en un colectivo”
¿Las drogas en la actualidad juegan algún rol en tu obra creativa?
No me acuerdo bien quién fue el que dijo que no se escribe drogado y es cierto. Para lo que sirven las drogas es para experimentar cosas, que después pueden servirte para ver cosas sobre las que vos escribís, sobre todo el ácido y las psicotrópicas, como algunos hongos y la ayahuasca. Pero en la actualidad prácticamente no uso drogas. He ido a algunas fiestas últimamente y me han pasado algún que otro porro, pero hoy por siento que ya cumplió un ciclo. Lo que sí es que estoy volviendo a meditar. Y siento que fumar y meditar no van de la mano.
Y de todas las que experimentaste, ¿hay alguna que te haya parecido más interesante que otra?
Hoy te diría que la ayahuasca y todo tipo de drogas visionarias: la mescalina, el ácido, los hongos. He tomado mucho, pero mucho ácido: dos o tres veces por semana durante años. Ahora lo que veo interesante es hacer alguna experiencia de ese tipo y después reciclar eso, digerirlo. La ayahuasca me parece interesante porque forma parte de un sistema mágico de creencias, tiene maestros, a nadie se le va a ocurrir ir con un frasco de ayahuasca y tomarla arriba de un colectivo. Es ceremonial y esa es justamente la parte que me parece interesante.
¿Cómo ves este panorama donde aún hoy está penalizado tener una planta de cannabis?
Está claro que no hay otra solución más que una regulación. Lo que hay que hacer es terminar con el narcotráfico, ya que es una plaga tremenda. Es una cosa que le está haciendo mucho mal al mundo. Mirá lo que pasa en México: un país maravilloso hecho mierda por el narcotráfico. Y no hay otra forma de combatir al narcotráfico que no sea legalizándola. Yo creo que hay que legalizar todo. Hay que ir más allá del porro. Es sorprendente que a esta altura el porro no esté legalizado, nadie sabe de un solo caso en el que alguien haya matado por haber estado fumado.
Vos te animaste a aventurarte en distintas travesías a lo largo de tu vida, ¿cuáles creés que son los riesgos de esta época que vale la pena correr?
Es que toda experiencia que te saque por fuera de vos, tiene riesgos. El amor tiene riesgos, las drogas tienen riesgos. Pero creo que uno no toma una decisión al estilo “voy a correr un riesgo”. Uno decide viajar, por ejemplo, y eso ya en sí mismo implica riesgos. Yo creo que los riesgos que siempre vale la pena correr son aquellos que sirven para ensanchar la experiencia humana. No sé cuánto de riesgo puede haber en emborracharse adentro
de una discoteca. Pero es distinto si elegís sumergirte en las profundidades de la naturaleza. Hay mucho para experimentar. Si ahora tuviera veintitantos años ya estaría planeando juntarme con otros para viajar y subir montañas. Hay travesías que valen la pena encarar y para mí son esas experiencias las que te llevan a verte a vos mismo
siempre de otra manera.
Este artículo fue publicado en Revista THC 103.
Texto: Juan Mendoza / Foto: Gustavo Muñoz