No hace mucho nos enteramos que en el hemisferio norte los cannábicos se casan a la medida exacta de sus preferencias. Sabemos que en las bodas tradicionales los usuarios de la planta muchas veces tienen que “salir a dar una vuelta” mientras quienes optan por el alcohol tienen el privilegio de no moverse de sus mesas. Eso está cambiando.
Al ritmo de la legalización, en las ceremonias norteamericanas primero empezó a verse lo clásico: chalas estampadas, rastas por doquier, reggae permanente. Pero la cosa tiende a complejizarse y a copar los usos y costumbres de los casamientos. Los centros de mesa ya lucen cogollos recién cosechados, el ramo de la novia es pura resina y las clásicas florcitas que los novios lucen en el pelo o el ojal despiden aromas deliciosos.
Para coronar la reconversión cannábica, ya no solo hay una barra para los que gustan de los tragos, el vino y los espumantes. Los “budtenders” (una mezcla entre bartender y bud, que significa cogollo en inglés) exponen variedades, hacen recomendaciones, proveen vaporizadores y hasta rolan la elección de los invitados.
El cannabis van ganando su espacio en los casamientos, dado que cada vez menos gente se avergüenza de su gusto por la planta y de preferir relajarse sin tener que enfrentar,al día siguiente, una mañana resacosa.