América no es solo un continente. También es el nombre de un pequeño pueblo en el partido de Rivadavia, al oeste de la provincia de Buenos Aires. Todo era tranquilidad, hasta que en vísperas de semana santa la policía golpeó la puerta de Jorge.
Jorge, como muchos cultivadores, además de cultivar para él, lo hace para otros que usan el cannabis para tratar alguna dolencia. Ante la ausencia de políticas públicas concretas, es la opción que toman cada vez más cannábicos al ver que, con un poco más de tierra y dedicación, pueden ayudar a sus vecinos.
Jorge lleva 20 años de cultivo y 5 ayudando a todo aquel que se acerque a su casa. Siempre pidió historias clínicas, recomendaciones de médicos o diagnósticos, para hacer más responsable su labor y además llevar un registro. El día del allanamiento, la policía secuestró plantas, semillas y aceite destinada al reparto solidario.
Todo se desencadenó por una visita del cogollero. “El martes me robaron la copa de una de las plantas”, nos contó. “Entonces hablé con mis vecinos y les dije que cualquier cosa rara, llamen a la policía. Ese jueves a la madrugada volvieron a tratar de llevarse más, un vecino llamó a la policía y mientras revisaban los patios se asomaron al mío. Y empezó todo”.
Una orden de allanamiento, tramitada de urgencia durante la madrugada, llevó a Jorge a pasar Pascua tras las rejas. Antes, pudo pedir que no se olvidaran de secuestrar algo importante: los calendarios de cultivo, donde además de llevar un registro de las plantas, tiene anotada a las 70 personas que lo visitan, los motivos por los cuales les brinda aceite, concentración y distintas observaciones.
Entre esas personas está Ángeles. “Yo lo bauticé como Robin Hood, porque el hace algo que el Estado no hace. Ayuda a mucha gente con muchas enfermedades, no te pide nada, no cobra nada, arriesga su libertad por ayudar”. Ángeles sufre una enfermedad crónica hace más de quince años y hace pocos meses comenzó no solo a utilizar aceite con resultados increíbles sino también a recibir información sobre cultivo para elaborar su propio tratamiento. “Esto es un tema de salud y es lo que la gente no entiende”, nos explica.
“Setenta personas pasaron por la comisaría, con sus historias clínicas y sus carpetas en la mano, a declarar que yo les daba aceite y que nunca les había cobrado un peso”, cuenta Jorge. Eso habría convencido a las autoridades judiciales a no dejarlo detenido más tiempo.
El domingo de resurrección, a la madrugada, los policías de la comisaría sacaron a Jorge del calabozo y ficharon. Luego de estar tres días detenido por “infracción a la ley 23.737”, temía el traslado a un penal. Pero los policías en lugar de esposarlo, le dieron un papel firmado: “Acá tenes la libertad, me dijeron. Me liberaron a las dos de la mañana”, explica Jorge que sigue a la espera de conocer el destino del aceite y las flores, además de cómo continuará la causa. “Fueron las Pascuas que más recé en mi vida”.