Skip to content Skip to sidebar Skip to footer

Vicentico: “La marihuana tiene bondad, cuando fumás te convida un poco”

Arriba del escenario Vicentico hizo gestos de mimo. Lo recordamos así, cuando en el otoño de 2011 llenó el Luna Park.

Promediando aquel concierto se detuvo para avisar su transformación. “Hasta ahora, estaba calentando: era Gabriel, el boludo ese. Por eso no podía hablar. Ahora soy Vicentico”.

La dicotomía nació hace muchos años. Ponerle los Fabulosos Cadillacs a la banda que lo llevó a la fama no tuvo un motivo claro. Sonaba moderno y así quedó. Adoptar un sobrenombre al azar, porque sí, era parte de lo mismo: un rito adolescente. A los 18, nadie imagina que un apodo va a durar toda una vida.

Abajo del escenario, reflexiona sobre la relación entre la persona y el personaje, con ese nombre artificial que se le adhirió como una segunda piel y que él, Gabriel Fernández Capello, define con dos palabras: “el otro”.

“Yo como persona soy recontra sensible. El otro, Vicentico, es la frialdad total, lo que está fuera de mí. a veces se puede mezclar con lo que tengo adentro”

“El álter ego –dice– es como un ente que no siente nada. Yo como persona soy recontra sensible. El otro es todo lo contrario. Vicentico es la frialdad total, lo que está fuera de mí, y que a veces se puede mezclar con lo que tengo adentro. Es rarísimo: a veces lo escuchaba a Fernando Peña y siempre pensaba que sus personajes eran mucho más inteligentes que él. Eran súper inteligentes y pensaban perfecto, tenían una línea de pensamiento que, capaz, cuando hablaba él no se sostenía. Lo mío es al revés”.

Los personajes a veces son una máscara. Otras, un escudo.

AL MARGEN DE LA HISTERIA

Al sur, el barrio porteño de Caballito tiene calles de empedrado desparejo: las raíces de los árboles se esfuerzan en salir a la superficie y rompen el asfalto, como si la naturaleza peleara por librarse de un chaleco de fuerza. La casa de Gabriel –desde afuera un paredón deslucido– tiene esa lógica: es un estacionamiento transformado en un enorme jardín.
Se pone tenso.

—Pienso en qué le puede interesar a la revista lo que yo diga. Me acuerdo que me mandaste un mensaje, una vez, que decía que entendían si yo no quería dar la nota…

Pasa un montón.
Entiendo, pero… ¿qué me podría dar miedo? Lo que pasa es que a mí particularmente no me parece tan importante que yo hable de nada.

Con la marihuana, si te pega por el lado mental empezás a ver el filo gracioso de
las cosas y te agarrás esos ataques de risa que, al final, son bondadosos. Y si es un
mambo físico, sentís cómo el cuerpo se te afloja y empezás a ver la verdad de todo.


Lo que le preocupa, dirá después, es la histeria:

—Trato de mantenerme al margen de la histeria de lo que se dice, de la histeria de la política, de todas las histerias. Por eso te digo que no sé si es tan importante que salga a decir “vamos a hacer tal o cual cosa”. Creo que lo mío pasa por algo más silencioso. Cosas que hago con mi persona, con mi familia. Para mí no hay que dar peleas que no te sean propias. Muchos sacan pecho por sacar y no saben. Hay mucha gente necesitada de cariño.

Le aseguramos que la lucha cannábica está dando sus frutos, a la vez que está más relajada, alejándose de la compulsión de los eslogans.

—Es que no es sólo cuestión de que sea más relajado, sino de inteligencia. Me parece que está bueno hacerse cargo de las sensibilidades y de que la marihuana te abre la cabeza.

EL HÉROE DEL ROCK

Gabriel tenía 17 años y el sobrenombre Vicentico todavía no existía. Eran sus segundas vacaciones solo. Caminaba por una playa de Villa Gesell y de lejos vio un recital. La banda tocaba sin escenario. En el público había seis personas. Ya de lejos, casi sin escucharlo, Gabriel quedó hechizado con la imagen de Luca Prodan, ese italiano encendido que parecía dejar la vida en las canciones.

—Terminó el recital y Luca se fue caminando. Estaba medio dado vuelta. Me lo quedé mirando: era como una especie de ciruja raro. Era como un ciruja estrella. Brillaba. Después empecé a seguir a Sumo, era una banda que me gustaba mucho. Y ahora mi hijo más grande escucha Sumo, aunque yo nunca se lo mostré.

En su disco Sólo un momento (2011) hay un tema que se llama “Luca”. Dice “quiero verte una vez más…”. “Los chicos miran dibujitos y hay muchas canciones. Algunas son horribles, pero otras son muy lindas. Son atrapantes por lo simple y a la vez son épicas: todo es épico para los chicos”.

¿Y había algo épico en Sumo?nfantil, pero dedicada a Luca.
Sí, Sumo era súper épico y Luca era épico. Por eso cuando le hice una canción la terminé haciendo pensándola para un programa infantil.

Infantil, pero dedicada a Luca.
Dedicar algo, creo que ya lo dije, es muy poco. Una canción es nada para una persona como él. Es sólo mi modo de ver la brillantez de una persona. Porque yo lo veo como dorado, a todo. A Luca y a esa época, a la edad de mis hijos, a las canciones. Es como un atardecer brillante, ése es mi recuerdo de cuando vi a Luca: era un guerrero frente al sol. Me pareció muy lindo y lo escribí con palabras bien directas, intentando simplificar todo al máximo.

SENTIMIENTOS SIMPLES

Gabriel vive en una casa chorizo, parecida a esas construcciones antiguas en las que se agregaban habitaciones a medida que se podía. Los que conocen su intimidad –y los que no– suelen hablar de cierta estabilidad familiar.

En la entrada hay algunas señales: una bicicleta de paseo totalmente blanca y otra negra, dos perros gigantes y buenísimos de los mismos colores, una pintada azulgrana que reza “feliz cumpleaños”, otra que dice algo sobre que lo único que importa es el amor, un gran jardín y restos de una vida familiar al aire libre: algún que otro juguete, una silla abandonada en medio del parque.

Con tanta tierra disponible, la pregunta obligada es si cultiva. Gabriel dice que no: que alguna vez intentó, pero que no tuvo la paciencia ni el tiempo para ocuparse de ello, y que las plantas murieron enseguida.

“Igual –asegura– siempre prefiero fumar flores”. Y se explica: “Digo, hay prensados buenos también, pero la verdad es que ya ni sé dónde se consiguen. Me acuerdo de haber fumado algunos buenísimos. Pero no es lo usual”.

Su lugar de trabajo es un sótano que parece atravesar la parte de abajo de todo el primer piso. En la entrada hay un escritorio blanco, una computadora y algunos instrumentos. El piso está cubierto por objetos: rollers, guitarras, una tabla de surf, un sillón masajeador que nadie usó nunca, teclados, etc. Todo está muy limpio y ordenado. Hay olor a nuevo. Gabriel fuma tabaco en la entrada y tira el humo hacia el jardín.

“Hace bastante, por lo menos 10 años o tal vez más, que fumo cuando puedo hacerle honor al momento, cuando sé que a lo mejor tengo que grabar algo o jugar al fútbol”

Cuando viste a Sumo por primera vez tenías 18 años. ¿Ya fumabas faso?
Sí, ya había empezado a fumar. Empecé temprano pero no soy un fumón. Nunca fui de fumar varios porros por día. No fumo en situaciones de exposición. Si tengo que ir a un lugar así no me gusta fumar porque no me es compatible. Fumo con cuidado. Hace bastante, por lo menos 10 años o tal vez más, que fumo cuando puedo hacerle honor al momento, cuando sé que a lo mejor tengo que grabar algo o jugar al fútbol.

¿Podés fumar y hacer todo lo que te demanda el día?
Todo depende de la cantidad. No es lo mismo una pitada que un porro entero. Igual es re difícil que fume un porro entero. Salvo cuando sé que tengo un día entero frente al mar y el mar me lo va a regular, me va a encender, me va a dejar limpio. No uso la marihuana como algo recreativo, como me voy a fumar un porrito y a reírme. Me puede agarrar un ataque de risa, pero por algo puntual. Ya estoy curtido.

Digamos que nunca encajaste en el estereotipo del “rockero reventado”
La idea de estrella de rock que deja la vida no me gusta: esos que tienen que tocar y toman alcohol, toman merca, toman pastillas y no sé… ¡es un concierto, no la guerra! Después no podés tocar por dos meses. Así no podés ni ver a tus hijos a la vuelta. Esa idea no me gusta.

¿De qué palo venís vos?
Yo vengo de un palo en el que crecimos con el punk rock y el reggae. Un palo sensible que puede tocar, pero que no estudió música. Si tuviera que poner referentes musicales serían Marley o Blades, gente que te lleva por una camino de tipos que con poco tratan de hacer algo.

No tanto desde el virtuosismo, digamos
Claro, aunque en el virtuosismo hay mucha sensibilidad. Es espectacular que alguien le dedique tanto tiempo a algo, aunque podés terminar perdido entre los vericuetos de tu propio virtuosismo.

“Es re difícil que fume un porro entero. Salvo cuando sé que tengo un día entero frente al mar y el mar me lo va a regular, me va a encender, me va a dejar limpio”.

HUMO PARA VER MEJOR

No toma alcohol, ni mate, ni gaseosa: apenas agua. Hubo una época, hace muchos años, en que los Cadillacs eran un grupo de amigos y el chiste era emborracharse todo el tiempo. “Yo tomaba para salir al escenario. Me acuerdo perfecto de la primera vez que no tomé antes de cantar: casi me muero de pánico”. 

¿Por qué?
Era en un teatro de San Isidro muy cheto y no se podía tomar alcohol. Nosotros estábamos en los camarines y no se podía pasar cerveza ni nada, entonces no había. Y salimos a tocar sin tomar y para mí fue horrible. Me acuerdo que tomaba Seven Up para ver si me hacía algo.

¿Cuántos años tenías?
No sé, 21 o 22. Por suerte me pasó eso. Me la tuve que bancar y aprendí. Ahora ni siquiera fumo porro antes de cantar, porque me parece demasiado: la adrenalina del escenario es muy fuerte. Es un momento de mucho movimiento hormonal. Aparte, en vez de agregarte sensibilidad, capaz te la tira para cualquier lado. Es un momento de mucha sensibilidad cantar para la gente: es un momento en que estás muy abierto.

¿Te pasa eso con el alcohol?
Yo dejé de tomar a los 25 años. En la borrachera llegás a un punto de mucha hipersensibilidad y de amor que no sé cuán verdadero es. Pero a partir de ahí es una cosa descontrolada que no da. Odiaba la resaca, me dolía todo. Me dolía la cabeza, las piernas, la espalda, no podía caminar. Después el hecho de olvidarte las cosas, me parecía raro, algo dañino. No me costó nada dejar: me dio mucho placer. Lo único es que todo el mundo te dice “Eh, por qué no tomás”. Hasta te ven medio raro: la gente que toma desconfía de la gente que no toma.

Con el porro parece muy diferente, en principio no hay resaca.
La marihuana es una planta que tiene bondad y cuando fumás te convida un poco. Si te pega por el lado mental empezás a ver el filo gracioso de las cosas y te agarrás esos ataques de risa que, al final, son bondadosos. Después de reírte mucho estás mejor porque el cuerpo se afloja. Y si no es tan mental y es un mambo físico, sentís cómo el cuerpo se te afloja y empezás a ver la verdad de todo.

EL CAMINO DEL RESPETO

Mientras charlamos, Gabriel nos cuenta que antes de encontrarnos, fumó apenas una seca. Y nos dice que lo puso en su centro: puede hablar y disfrutar del canto de los pájaros que hay a nuestro alrededor. Y de pronto estamos hablando de comida. “Cuando empezás a ver lo que comés empezas a estudiarte, a observarte”.

“Si tenés la posibilidad de ir entendiendo, lo mejor es ir a conociendo con la mejor intención posible. Y siento que hay otras cosas totalmente benéficas: el porro es un ejemplo”.

Muchas veces no le prestamos atención a nuestra relación con la comida, vos parecés estar muy atento a eso 
Sí, con el tiempo me agarró el ataque de fijarme mucho cómo es lo que voy a comer, si está lindo, si está bien… Capaz que puedo comer una pizza pero según qué pizza, si es de la pizzería que veo que están todas las pizzas saliendo así nomás, con la muzzarella… cómo la agarran.

¿Y te cuesta ser consecuente?
No, no me cuesta mucho la verdad, hago lo que tengo ganas. El otro día comí pizza, por ejemplo. Te digo que comí pizza como si me hubiera comido, no sé, una vaca.

Hay toda una tendencia a cambiar la alimentación hacia formas más conscientes. Sí, hay mucha gente pensando de ese modo. Lo que está bueno, me parece, es poder equilibrar y no ponerle mucha mente a eso y no volverte un ridículo. Cada persona tiene que hacer su camino, o sea, yo no le puedo decir a mis hijos que no coman harina, asado o empanadas. ¿Por qué les voy a decir lo que tienen que hacer?

Es importante encontrar el punto justo para cada uno, en cada cosa
Sí, claro. Es muy interesante y hay mucho conocimiento ahí para que uno lo tome. Está buenísimo ir limpio hacia eso, ir impecable. Obviamente que de pendejo uno no tiene por qué ir limpio hacia eso porque no tiene ni idea, pero si tenés la posibilidad de ir entendiendo, lo mejor es ir a conocer ese tipo de cosas con la mejor intención posible. Siento que hay otras cosas totalmente benéficas: el porro es un ejemplo.

DESPUÉS DE LA TURBULENCIA

Gabriel se lo imagina como a un cardumen de peces. Todos se mueven coordinados por una especie de orden mágica que permite una sincronía perfecta. “Cuando los músicos empiezan a tocar a la vez y la banda suena, entrás en el ritmo natural que tiene el mundo, Te da alegría y el cuerpo se mueve.

¿Se logra de forma consciente o sale así?
Puede ser consciente, pero está buenísimo cuando te olvidás y se vuelve perfecto. No está mal también buscarlo conscientemente. Buscar un ritmo o enterarte del ritmo que tienen las propias cosas en tu cuerpo; la respiración, el corazón.

¿Pensás en esas cosas cuando componés?
Hay muchas maneras de hacer música para mí. Hay veces que está todo ligado al recuerdo. Otras, pongo un sonido y me pongo a tocar arriba, a zapar y que todo suceda y a colgarme durante dos horas, con amigos, solo o con mi hijo. Después hay otro momento que es componer una canción o trabajar más, una cosa más artística como pintar un cuadro o escribir un cuento.

O un poema.
Claro: el poema está, pero también está la música que lleva a ese poema. Entonces ya tiene forma de película, de cuento, de algo que tiene más rulos alrededor y que tiene más intenciones: pensás dónde apretar, dónde no apretar, dónde explotar… También se pueden usar cosas muy usadas, trucos muy usados que también sirven para crear determinado efecto.

Igual, algunas canciones tuyas son bastante viscerales.
Sí, totalmente. Soy bastante visceral, antes más. Ahora trato de no ser molesto. No quiero deprimir, no quiero meter a nadie en un mundo oscuro. De todos modos, sigo siendo visceral. En el último disco lo que pasa es que está más escondido eso, pero todas las canciones van a fondo.

¿Y qué lugar ocupa el cannabis en el momento de componer?
Si estoy medio taponado capaz me fumo un porro, pero es muy raro. Lo que pasa es que si fumás cuando estás componiendo se pone demasiado intenso. A la mañana en el estudio es el momento de pensar la letra, una música. O de repente te viene la idea de lo que querés hablar. Es el momento más turbulento de todos, porque tenés algo que tiene que salir para afuera o vas a estar incómodo varios días hasta que te salga. Nada feo tampoco, pero intenso. Después, cuando vas a grabar es frío total; hay que cantar, que es como sacar de adentro. Y ahí el trabajo duro se terminó, viene lo de acomodar los instrumentos y los planos y ya ahí sí: ya se puede fumar.

EL CUERPO Y LAS OLAS

Antes de salir al escenario, Gabriel se pinta el brazo izquierdo. Para un zurdo, dibujar con la derecha supone una dificultad importante, pero de a poco logró dominar los trazos y pintar lo que quería: un sol con cuatro pájaros que están por alcanzarlo, una casa con piso, y el mar. Siempre el mar. “Es la imagen que me rige a mí. Me lo pinto si el concierto para mí tiene cierto peso. Hay veces que los conciertos son como más “voy a tocar y ya”. Pero hay días que significan algo más, y entonces lo hago”.

¿Es un ritual previo?
Me pone a tono, sé que tengo donde mirar: es un punto de partida. Después me pinto una bandera de Black Flag, que es una banda que me gustaba mucho cuando era chico y me gusta todavía. Es una banda que representa el descontrol poético, digamos. Es una banda buenísima y el cantante es una especie de chiflado poeta, un gigantón musculoso que causa impresión.

¿Qué tenés con el mar?
A mí me pasa con el mar, a otros con los bosques o no sé: en el mar me ha pasado varias veces que me encontré en un estado de abrir y abrir y abrir y de explosión física y de no saber cómo llegaste a eso. A mí lo que mejor me sale en el mundo es barrenar. Tengo un control absoluto sobre la ola y mi cuerpo.

¿Sólo barrenás o también te parás en la tabla?
Me puedo copar con el surf y con lo que sea, pero lo que yo aprendí, y soy un experto total, es saber cuándo agarrar la ola, si el cuerpo tiene que estar flojo, si tiene que estar tensionado. A partir de eso aprendí muchas cosas: a tocar un instrumento, a manejar, a hacer cosas diferentes, pero que son análogas. Cuando aprendí a manejar me di cuenta de que tenía que hacer lo mismo que cuando barrenaba: no apresurarme, no ir demasiado despacio, no ir demasiado fuerte, no soltar. Es como todo: si vas muy despacito, te caés. Si vas muy rápido, te matás


Si querés leer la entrevista completa podés encontrarla en la Revista THC 49.

Texto: Sebastián Hacher / Fotos: Nora Lezano