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La toxina secreta de los zombies

Es una noche de verano oscura y sin luna en Saint-Marc, Haití. A lo lejos se distinguen las siluetas de cinco personas que suben una loma rodeada de colinas. Apenas iluminados por los rayos de la tormenta eléctrica que se acerca, avanzan con dificultad a través de la densa vegetación tropical. Están ahí para robar un cadáver.

En el camino, algunas personas pasan junto al grupo y saludan sin levantar la vista. Saben que es mejor no meterse con un brujo cuando practica su magia negra. Sin embargo, algo les llama la atención y no pueden evitar alzar la mirada por unos segundos. Un hombre blanco va con ellos.

En 1982, un joven antropólogo recibió una curiosa misión: viajar a Jamaica para constatar si los rumores sobre un hombre resucitado eran ciertos

Se trata de Wade Davis, un antropólogo y etnobotánico canadiense, discípulo predilecto del legendario Richard Evans Schultes. A pesar de su juventud, Davis es un hombre experimentado. En 1974, mientras aún era estudiante de Antropología, recorrió, siguiendo los pasos de su mentor, el peligroso Tapón de Darien ubicado en la frontera entre Colombia y Panamá para documentar nuevas especies de plantas.

“La misiones del profesor Schultes me parecen koans, desafíos misteriosos que me llevarán a lugares no imaginados”, anotó en su diario durante aquella travesía. Ahora el discípulo camina sin su maestro, cuesta arriba, invitado a emprender un viaje a la frontera de la muerte.

En el culto vudú, llevado a la isla de Haití por los esclavos africanos, las naturaleza es una entidad divina. Para ellos, no existe la separación entre el mundo material y el mundo de los espíritus.

La invitación

Ya en 1982, mientras cursaba un posgrado con Schultes, Davis recibió de sus manos y sin mucha explicación un sobre. “Parece interesante”, dijo simplemente el profesor. Solo tenía una dirección en Nueva York y una invitación para presentarse allí en la fecha señalada. Dos noches después, Davis se encontraba en un departamento de Manhattan con dos personas que pasarían a la historia.

Había sido convocado por los doctores Nathan S. Kline y Heinz Lehmann. Viéndolos sentados y bebiendo whisky durante una conversación intrascendente, nadie imaginaría el impacto que estos dos hombres habían provocado en la psiquiatría. Pero Davis lo sabía.

Durante los años 50, Kline se había enfrentado contra la corriente psiquiátrica freudiana ortodoxa al sugerir que algunas enfermedades mentales eran producto de desequilibrios químicos que podían corregirse mediante la utilización de ciertas drogas. Kline encontraría la respuesta en la medicina de los vedas, quienes usaban la dragontea como sedante desde hacía ya miles de años.

Entonces, después de hacer sus investigaciones, elaboró la reserpina, un derivado de esa
planta. Gracias a este descubrimiento, el número de pacientes en los institutos psiquiátricos norteamericanos se redujo de medio millón en los años 50 a 120 mil en la década de 1980.

El antropólgo Wade Davis tuvo como misión buscar una razón para el “fenómeno zombie”.

A su lado estaba Heinz Lehmann, un hombre que siempre vivió un paso adelante de su tiempo. Fue pionero en los años 50 en el uso del chlorpromazine para tratar la esquizofrenia.

Durante la década de 1970 integró la comisión Le Dain en Canadá, dedicada a estudiar el uso recreativo de las drogas. Proponía la despenalización del uso de  marihuana y la utilización de la psilocibina para tratar la ansiedad. También formó parte del comité de la Asociación Psiquiátrica Americana que en el año 1973 decidió dejar de considerar la homosexualidad como una enfermedad mental.

18 años después de haber sido enterrado, el jamaiquino Clairvius Narcisse se le presentó a su hermana. El hombre afirmó que lo habían convertido en zombie por una disputa por la propiedad de su tierra

Davis, se sentó frente a ellos y escuchó. “Si lo que vamos a decirle es cierto, y nosotros creemos que lo es, significa que hay hombres y mujeres que viven en el presente continuo donde el pasado ha muerto y el futuro es solo miedo y deseos imposibles”, dijo Lehmann.

Mientras, Kline le acercó una carpeta con documentos de un ciudadano haitiano llamado Clairvius Narcisse. Había un certificado que fechaba su muerte en 1962. Antes de que Davis hablara, Kline le dijo: “El problema es que Narcisse está vivo”. Lehmann sumó al enigma una historia.

En la primavera de 1962 este campesino haitiano fue internado en el hospital de Deschapelles. Presentaba fiebre, dolores en todo el cuerpo y escupía sangre. Dos días después el cuadro se agravó y murió. Su cuerpo permaneció en la morgue durante 24 horas. Su hermana Marie Claire, reconoció el cadáver y fue enterrado al día siguiente. Díez días después su familia hizo colocar una pesada losa de hormigón sobre su tumba.

En 1980, 18 años después, su hermana estaba trabajando en el mercado cuando Narcisse se le apareció. El hombre afirmó que un hermano lo había convertido en zombie por una disputa por la propiedad de la tierra. Aseguró que una vez que lo exhumaron, lo azotaron y lo maniataron. Fue llevado al Norte y trabajó como esclavo con otros zombies hasta que su amo murió y quedaron libres de la fuerza que los ataba.

El caso era tan impactante y estaba tan bien documentado que la BBC realizó un documental sobre Narcisse. La cadena inglesa incluso había hecho analizar todos los documentos en Scotland Yard, la prestigiosa agencia de investigaciones británica. El resultado: la historia de Narcisse era completamente verdadera.

Clairvius Narcisse (centro), luego de ser declarado muerto y enterrado, volvió a la vida.
Cosa de brujos

La teoría de los psiquiatras era que la religión vudú conocía una droga capaz de provocar un descenso en la actividad metabólica hasta el punto de la que víctima pareciera muerta. Los brujos también tenían un antídoto. La misión de Davis sería conseguir una muestra de la sustancia y averiguar cómo se administraba. Hasta ese momento, todos los esfuerzos por conseguirla habían sido en vano. Si lo lograba, las implicancias médicas podían ser enormes.

El mismo Kline confesó que la NASA le había encargado un estudio sobre el posible uso de drogas para tratar los problemas que podrían plantearse durante una prolongada misión interplanetaria. Y el “veneno zombie” permitiría realizar experimentos fascinantes sobre hibernación artificial. Davis aceptó.

Antes de llegar a Haití comenzó a elaborar hipótesis sobre los posibles ingredientes del veneno vudú. Se concentró en las plantas tóxicas y psicoactivas. De entre miles que había investigado, solo una se ajustaba en principio a los efectos de la sustancia vudú. Una planta alucinógena tan peligrosa que ni siquiera Schultes la había probado.

Antes de llegar a Haití, el antropólogo Davis se concentró en las plantas tóxicas y psicoactivas. De entre miles que había investigado, solo una se ajustaba en principio a los efectos de la sustancia vudú que buscaba

Conocida como la droga preferida de los asesinos y practicantes de magia negra en el mundo entero: la datura. La flor sagrada de la estrella polar. La planta es originaria de Asia, pero es tal su poder medicinal que su uso estaba muy difundido por Europa y África mucho antes de la época de Colón.

Los esclavos que poblaban Haití la habían traído consigo. El único antagonista conocido proviene de otra planta africana llamada calabar. Una liana trepadora que crece en las ciénagas, desde Sierra Leona hasta Camerún, aunque su presencia no había sido detectada en el país del Caribe. Pero la hipótesis de Davis resultaría equivocada.

Tan pronto llegó a Haití, el antropólogo se puso a buscar plantaciones de datura para darle sustento a su teoría. Si bien durante sus recorridas por los montes y los campos había encontrado ejemplares de la planta, su presencia era muy escasa y dispersa. Mientras que no pudo detectar la menor prueba de que la planta de calabar se hubiera radicado en Haití.

Durante ese tiempo, Davis conoció a un Houngan, un sacerdote de la religión vudú. Las personas recurren a ellos por problemas de todo tipo, tanto para combatir enfermedades terminales como para solucionar problemas sentimentales.

El Houngan lo invitó a participar de una ceremonia en un hounfour, el templo vudú. Allí se dejó llevar por los antiguos sonidos del tambor y presenció el poder de los Loa, espíritus que intermedian entre los hombres y el dios Bondye.

Los africanos, forzados a abandonar sus creencias, ocultaron sus orishas, sus divinidades, detrás de los santos católicos. A escondidas mantuvieron sus rituales y el poder de sus conocimientos.

Una joven iniciada del templo fue poseída por uno de ellos. La mujer comenzó a danzar frenéticamente y tomó una paloma viva que descuartizó con sus manos hasta que finalmente le arrancó la cabeza con la boca.

Después rompió un vaso de vidrio con sus dientes, luego se acostó sobre unas brasas durante un buen tiempo, se paró y chilló como un cuervo, tomó una rama encendida en cada mano, soltó una y empezó a lamer la otra lascivamente, enseguida puso entre sus labios una brasa al rojo vivo, dio tres vueltas y cayó desmayada. La brasa seguía en sus labios.

“En ninguno de mis viajes por el Amazonas había presenciado un fenómeno tan elemental y violento como la posesión vudú”, relató Davis.

“Cuando finalizó la ceremonia, me acerqué al fuego y aparté una brasa. Sentí su calor. En ninguno de mis viajes por el Amazonas había presenciado un fenómeno tan elemental y violento como la posesión vudú”, relató Davis.

El antropólogo le dijo al sacerdote que necesitaba conseguir el veneno zombie. Este le informó que no realizaba esa clase de magia y le indicó que en realidad necesitaba encontrar un Bokor, “un sacerdote vudú que oficia con la mano izquierda”, los que hacen el mal.

Días después, Davis conoció al Bokor Marcel Pierre y le pidió que le preparara el veneno zombie y le permitiera ver el proceso. El brujo aceptó.

La tarea demandó toda una tarde en la que Pierre puso sobre un mortero talcos de colores, polvos con nombres extraños y virutas de calavera humana. El antropólogo no tenía dudas de que el Bokor sabía preparar el veneno, pero tampoco tenía dudas de que lo había engañado y eso que le había entregado era inocuo.

Retornó por la mañana y acusó al brujo de preparar un veneno inútil. El brujo no contestó y le ofreció un trago de una botella que contenía semillas, maderas y otros restos orgánicos. Él la bebió; el Bokor sonrió y aceptó preparar el verdadero veneno.

Luego Davis se enteraría de que los haitianos dicen que nunca se debe beber de una botella previamente abierta en un templo desconocido. Al hacerlo sin dudarlo, se había ganado el respeto del brujo.

Veneno real

VENENO REAL Volvamos a la noche oscura y sin luna, a la loma en Saint-Marc. Las cinco siluetas en lo alto de la loma correspondían al Bokor, su ayudante y sus dos mujeres, que contemplan junto a Davis la humilde tumba de un bebé. Era apenas un montículo de tierra sin lápida. El ayudante comenzó a cavar mientras las mujeres reían de forma inexplicable. Finalmente alcanzó el cajón.

“Entonces me embargó el horror. Vi una cabeza diminuta. Era una niña, un bebé, rígida con la piel grisácea y el gorrito intacto. Había sido enterrada hacía menos de un mes”, detalló Davis. Trasladaron el cuerpo al templo y lo volvieron a enterrar.

Tres días después el ayudante desenterró el cadáver y apretando el cráneo fuertemente con sus manos lo hizo estallar. Con gran cuidado introdujo los restos en una vasija y el brujo agregó los otros ingredientes.

Primero, un sapo –que Davis reconoció como bufo marinus, oriundo del trópico americano y muy tóxico– que el Bokor había mantenido junto a un gusano en un frasco toda la noche para enfurecerlo y aumentar el poder de su veneno. Luego agregó dos plantas, una especie de Albizzia y otra Pois Gratter, dos legumbres con propiedades tóxicas.

Finalmente, ralladura de tibia humana. Mientras, en una parrilla asaban dos peces. Uno parecía inofensivo pero el otro captó la atención del antropólogo al instante: era el famoso pez globo. Una vez carbonizados, los mezclaron en un mortero junto a los otros ingredientes. El veneno estaba listo.

El Bokor le dijo que el polvo podía ser aplicado en los zapatos de la víctima o arrojado en su espalda. También le preparó el antídoto, pero Davis no quedó conforme con este, ya que a diferencia del veneno no parecía tener ingredientes farmacológicamente activos.

El antropólogo mandó a analizar el veneno con la esperanza de encontrar algún ingrediente que tuviera una acción consistente con los síntomas de la zombificación. La respuesta llegó y fue terminante. El veneno poseía una poderosa toxina, la tetrodrotoxina. Provenía del pez globo. Davis sabía que ese pez, reconocido como un manjar en Japón, se cobra miles de víctimas entre quienes no resisten la tentación de probarlo.

El antropólogo mandó a analizar el veneno para encontrar algún ingrediente que tuviera alguna relación con los síntomas de la zombificación. La respuesta llegó y fue terminante. La poderosa toxina provenía del pez globo

Ahora sí podía comparar esos efectos con lo que vivían las personas que se convertían en “zombies”, algo que ya estaba bien documentado por médicos, como el haitiano Lamarque Douyon, quien se había fascinado con el caso de Narcisse. Davis fue en su búsqueda para pedirle que relatara su experiencia.

El muerto que habla

Clairvius Narcisse corroboró lo que decía el informe sobre él, pero agregó detalles que fueron cruciales. Recordaba haber estado consciente todo el tiempo, había escuchado la voz de su hermana llorando y al médico declarándolo muerto. Antes y durante su entierro había tenido la sensación de flotar sobre su tumba. Dijo que su alma “se disponía a iniciar un viaje” pero fue detenida por un Bokor, que lo sacó de la tumba, lo azotó y lo llevó al lugar donde pasaría años trabajando como esclavo.

Su relato fue clave ya que coincidía con el estado de parálisis profunda, que provoca la tetrodotoxina, donde no es posible determinar con exactitud si una persona está viva o muerta. Durante ese proceso, las facultades mentales permanecen normales. Según los estudios, los pacientes recuperados pueden describir la experiencia con todo detalle.

En definitiva, quedaba claro que más allá de tratarse de la toxina más poderosa que existe, sus efectos dependen de la dosificación y la forma de consumirla. Administrada correctamente, las personas podían “volver a la vida”. Solo restaba saber cuál era el antídoto y cómo mantenían a las personas en ese estado durante años.

Davis encontraría la respuesta en su antigua sospechosa, la flor sagrada de la estrella polar. El antropólogo comenzó a investigar si se conocía algún medicamento contra la tetrodotoxina y descubrió que los nativos de Nueva Caledonia utilizaban la planta Duboisia myoporoides como antídoto. Esta contiene dos sustancias muy potentes, la atropina y escopolamina, que contrarrestaban los efectos de la toxina.

Si bien la planta no se encontraba en la isla de Haití, había una que contenía las mismas sustancias. La datura. Irónicamente, la planta que en la primera hipótesis de Davis podía ser la culpable de la zombificación, resultaba ser un posible antídoto que a la vez cumplía el papel fundamental de inducir y mantener esa condición.

La intoxicación por datura provoca una poderosa alteración de la conciencia. Si se la suministra a un individuo que ya por la tumba luego de haber recibido la toxina del pez globo, sus efectos psicodélicos son incalculables.

La intoxicación por datura provoca una alteración de la conciencia, caracterizada por la desorientación, la confusión aguda y la amnesia total. Si se la suministra a un individuo que ya ha pasado por la tumba tras haber sufrido la acción de la tetrodotoxina, sus efectos psicodélicos son incalculables. En medio de esa intoxicación, el zombie recibe un nuevo nombre e inicia una nueva vida. Mientras se le siga administrando periódicamente, el efecto permanecerá.

Durante su estancia en Haití, Davis descubrió que el proceso de zombificación, lejos de ser pura magia, estaba atado la existencia de una especie de logia: la sociedad secreta Bizango, cuya misión es “mantener el orden y el respeto de la noche” y proteger a los miembros y sus familiares.

Se encuentra en cada rincón de Haití, su estructura es jerárquica y sus integrantes suelen ocupar cargos importantes en la sociedad civil. Si un integrante de la sociedad secreta tiene un problema con una persona, acude al Bizango y presenta pruebas de que ha actuado contra ella o contra la sociedad.

El Bizango investiga y se lo juzga mediante un juicio ritual. Si es declarado culpable, el acusado muere o se lo convierte en zombie. Davis comprendió entonces porque los zombies son tratados como parias. Juzgados y declarados culpables por el Bizango, nadie quiere tener relación con ellos.

Lamentablemente, en 1983 durante una intervención quirúrgica de rutina, el doctor Kline murió. Con su muerte el proyecto para el uso medicinal de la droga zombie quedó trunco.

Davis relató su experiencia en el libro La serpiente y el arcoíris (1985). Este fue muy criticado por los académicos por su falta de rigurosidad científica pero bien recibido por el público en general. El impacto fue tal que Wes Craven, creador de Freddy Krueger, llevó la historia al cine con el actor Bill Pullman en el papel del antropólogo. 

Davis seguiría viajando alrededor del mundo estudiando los conocimientos ancestrales plasmados en su bello libro El arte de la curación chamánica (1991) y llegaría a su consagración con El río: exploraciones y descubrimientos en la selva amazónica (1996). Y aún hoy continúa su camino.


Informe: Alejandro Megías / Ilustración: Nicolás Rosenfeld