Skip to content Skip to sidebar Skip to footer

La ruta del opio: una travesía musical de Daniel Melero y Diego Tuñón

Las pausas obligadas por la pandemia nos llevaron a enfrentar la ansiedad. La música hoy puede acompañarnos en el arte de atravesarla. Especialmente si se trata de proyectos que eligen experimentar, como es el caso de La ruta del opio, el disco Daniel Melero y Diego Tuñón.

Incluso en momentos de conciencias alteradas o en el fragor de la inconsciencia, Melero y Tuñón nunca dejaron de ser dos de los artistas argentinos que más a conciencia hacen la música que hacen.

Hablan mucho entre sí, hasta tres o cuatro veces al día, y casi siempre sobre música. Por eso La ruta del opio no es un disco que parta tanto de la experimentación musical, de un par de jornadas en el estudio o de una casualidad flagrante (que igual sí), sino de lo profundo del entendimiento entre dos artistas pop y de música pop que se conocen hace 40 años.

“Vivimos en una época en la que parecería que internet se redujo a las redes sociales, donde en general la gente rápidamente decide qué le gusta y qué no, con una bipolaridad extrema”, piensa Melero.

“Conectamos muchas ideas en relación a cómo consideramos que las cosas son, y a una cierta conciencia de música y de historia musical”, dice Tuñón, uno de los riñones musicales y fumetas de Babasónicos. “Queríamos grabar, tener una experiencia musical nosotros dos juntos”, reivindica Melero.

En 1991 los había unido el disco Cámara de Melero, que una década antes había inventado el techno argentino con Los Encargados, y en el medio había grabado los teclados en Oktubre de Partricio Rey y sus Redonditos de Ricota y producido Canción animal de Soda Stereo.

En 2009, Diego le produjo X a Daniel. En varios momentos, Melero quiso trabajarle un disco a Tuñón. Y así fluyeron.

Kilómetro cero

A mediados de la década pasada se cruzaron e incubaron la primera cepa de La ruta del opio, en dos o tres jornadas en Juno, el estudio que Babasónicos tiene en el sur porteño.

En 2018 cortaron “Río” para un proyecto de videoarte junto a Gabriel Rud, para la plataforma Kabinett. Y el año pasado mostraron algo de esto en La Boca, en el Mutek argentino.

https://youtu.be/DfVnCcjm7Rs

Ambos vienen de la música pop y de cierta didáctica punk, pero fueron atravesados por los experimentos, el ambient, John Cage y, sobre todo, la idea de la música hecha por el no músico. “La música que no está basada en antiguas reglas”, convoca Diego.

En ese proceso, las computadoras les permitieron romper el mecanismo. “Por lo general se terminan haciendo cosas inútiles, pero si se invierte un montón de tiempo, como hizo Daniel, aparecen paisajes que no existían. En la manipulación por software, él encuentra un montón de situaciones nuevas.”

“La música es un estimulante, y me gustaba la idea de que fuera un estimulante para el lado del opio, de la ensoñación, de detener ese ritmo del mundo”, cuenta tuñón.

Entre todos esos universos quisieron armar un objeto único, elegante, “como un relato de Conrad pero vientamita”. Y resultó algo deliberadamente espacial: un disco edificado en los espacios y los entretelones. Momentos libres de las giras de Babasónicos, cuando Tuñón exploraba y le mandaba videos a Melero. Y lapsus donde él podía meterse, desde su casa, con los sonidos que le llegaban.

“Mientras menos elementos y más distancia entre las cosas, mejor. La exageración es hermosa, pero no puede convivir con nadie”, asegura Tuñón.

“Este disco tuvo el desafío de permitirnos vencer la ansiedad del músico por tocar notas todo el tiempo. El mejor músico es el que sabe poner los silencios.”

Experimentando la pausa

Sin que ninguno haya querido (ni Diego ni Daniel ni su contexto), La ruta del opio terminó siendo un disco de cuarentena, un placebo en pandemia.

“Esta situación frenó un poco esa continua ansiedad de estar listo para todo el tiempo ir olvidando lo nuevo, y eso hizo que se produjeran más espacios para sentarse a escuchar. Este disco hace esa invitación: intenta ser un entre paréntesis con el contexto general”, señala Melero.

Pero esta época no es solo la covid-19 y la reclusión. También es ese contexto ampliado de la falta de pausa, el frenesí, la dificultad por llamar la atención en un mundo donde casi todo está diseñado para ello. Y si no lo está, igual tiene suficiente márketing detrás.

Piezas como “Mesmer” o “Tres mujeres” ponen el cuerpo y la mente pesados para que cuando se eleve pese menos. Sí, es algo físicamente insolente, pero no se trata de física pura, sino de algo de química, de la dopamina a la par de la vibración de la onda.

Daniel Melero y Diego Tuñón.

También por eso, y no sólo por el acuerdo con su título, el primer disco de Melero & Tuñón es como la adormidera.

¿Qué puede calmar un paseo por La ruta del opio?

Melero: Vivimos en un tipo de ansiedad propio de los usos y costumbres de una época en la que parecería que internet se redujo a las redes sociales, donde en general la gente rápidamente decide qué le gusta y qué no, con una bipolaridad extrema. El riesgo de eso es que, si te descuidás, terminés teniendo toda la vida el mismo gusto. Tenemos que revisar cuáles son los parámetros de lo que nos entretiene e interesa, porque en los parámetros anteriores a la pandemia era penoso el sistema de festejo, alegría y utilización de la música.

Tuñón: La música es un estimulante, y en este contexto ampliado de los últimos años me gustaba la idea de que fuera un estimulante para el lado del opio, de la ensoñación, de detener ese ritmo del mundo, esa búsqueda de la inmediatez. Y que atentara contra la necesidad de usar la música como un electrodoméstico o marcapasos. Lo inesperado todavía es algo muy valorado por la gente.


Informe: Luis Paz / ? Gabriel Rud y Martín Bonetto